Criaturas que miran hacia abajo, que son arrasadas por las circunstancias, profesores que se enfrentan al miedo de las dictaduras, amores cruzados. Filias, fobias y violencia se mezclan para dar vida a un libro interesantísimo que reflexiona en torno a la forma en la que construimos y desarrollamos nuestras sociedades. En «Los terneros» de Rodrigo Blanco Calderón (Editorial Páginas de Espuma) encontramos un conjunto de cuentos que se agotan en la cotidianidad pero que dejan traslucir la magia del misterio, de lo irracional, de lo fantástico en pequeñísimos detalles. Hay que estar muy atentos para captar la profundidad del vuelo de la escritura de este autor.
La ternura imponiendo el equilibrio
Si bien tenemos en «Los terneros» un conjunto de cuentos que se basan en una ambientación realista y cotidiana, uno de los elementos que aportan color e intensidad al libro es la incorporación al relato de mitos literarios como si fuesen parte de la realidad. Esto le da un impulso novedoso a la lectura porque asumes lo que te cuenta como cierto, sin saber que estás adentrándote no sólo en el corazón de esos personajes milenarios, sino también en la visión de Calderón respecto a ellos.
Se pasean por este libro personajes como Petrarca (y su Laura), Cervantes y otros inventados que parecen inspirados en criaturas de fábula, como ese Von Hertrich. La búsqueda de la ternura o mejor aún, de una vida capaz de superar el dolor y la violencia, parecen algunos de los motores comunes entre los personajes. Aunque en su desesperado intento por liberarse terminan en la violencia de la carne, que todo lo arrasa.
La extranjería es otro de los elementos que atraviesan el libro. Tenemos aquí muchos personajes que se sienten extraños en su mundo; y aunque no necesariamente todos son extranjeros, sí que tienen ese rasgo de melancolía y de despegue con la realidad que caracteriza a la experiencia de la extranjería.
La violencia en las calles
Me ha impactado la naturalidad con la que Rodrigo avanza sobre la violencia, sobre las muchas formas que adquiere la dictadura: que comienza como sistema de control social y termina entrando en cada casa, en cada persona, en todos los aspectos de la vida y controlando hasta la forma en la que aprendemos a mirar el mundo. Esa violencia contra la que siempre sabemos posicionarnos, excepto cuando la sufrimos en carne propia.
¿Tiene una escuela de arte que intervenir? Hay en el trasfondo de este libro una extendida pregunta que sirve para preguntarnos acerca de la libertad individual y la supervivencia. ¡Qué fácil es hablar de los conflictos cuando nos son externos! Y qué poco entendemos cuando los vivimos de cerca, cuando nos toca en la familia, cuando se lleva nuestra tranquilidad. Creo que en ese sentido es un libro que sirve para replantear esa eterna dicotomía de los conflictos sociales con elemento violento: ni todos somos buenos ni los malos son tan malos, y suelen ser los buenos, muchas veces, los malos más crueles.
La violencia social de este libro abarca desde la dictadura chavista de Venezuela hasta el atentado en Le Bataclan. Sin embargo, lejos de tratarse de un libro historicista, apuesta por las consecuencias individuales de estos conflictos, para intentar comprender cómo llega la violencia a abarcarlo todo. Es decir, Rodrigo nos ofrece así un mapa de cómo funciona la violencia en nuestra sociedad y de qué forma avanza sobre la vida hasta normalizarse suspicazmente.
Entre el mito y la ficción
Aunque no hay en este libro la mínima gota de lirismo y Calderón nos sacude con un discurso seco que de a ratos parece hasta amargo, flota en sus historias una mirada tierna sobre las pequeñas cosas. Esa mirada sobre lo íntimo, y sobre lo sórdido en lo mínimo, me parece que es uno de los ingredientes más destacables de este libro.
Otra de las cosas que me ha interesado es la capacidad de Rodrigo para crear personajes que parecen nacidos en medio de la tragedia pero que conviven con una esperanza extraña; y en ese sentido, su forma de desdramatizar los conflictos, para que que esas historias de opresión y violencia (interna y/o externa) ofrezcan un discurso llano, sin adornos innecesarios. Me atrevería a decir que este es uno de los rasgos identitarios de la obra, que la acercan, por otro lado, a un estilo narrativo muy latinoamericano.
La dificultad para distinguir entre verdugos y víctimas es quizás la idea que subyace en todos los relatos; que nos permite ahondar en la paridad de la vida y en lo difícil que resulta emitir juicios certeros, puesto todo accionar está sujeto a matices históricos y culturales, y toda persona en un contexto puede ser víctima, y en otro, verdugo. Esa idea de lo subjetivo como etiqueta distintiva de lo que es real y de cómo se alimenta de los mitos me parece también uno de los elementos que mejor trabaja Calderón en este libro.
«Los terneros» me ha servido a mí para hacer una última lectura. Mirar nuestro propio horror debería servirnos para entender el que padecen miles de animales cada día, en los mataderos, en las granjas en los zoológicos. Históricamente esta premisa no se cumple, porque no aprendemos de nuestros errores, sin embargo, para eso tenemos la literatura: para recordarnos nuestras fallas. Y pienso que si durante una situación de violencia social extraordinaria como es una dictadura se espera que incluso la escuela de arte actúe para ir contra ella, podríamos nosotros ampliar nuestra mirada y optar por un compromiso que sobrepase el límite de lo que es nuestro.
Leer «Los terneros» ha sido una forma intensa de conocer la obra de Rodrigo Blanco Calderón. Un libro que asombra y que cuando crees que puede deshilacharse te sorprende con giros inesperados que te obligan a continuar la lectura. ¡No te lo pierdas!
LOS TERNEROS
Rodrigo Blanco Calderón
Páginas de Espuma
978-84-8393-233-9
120 páginas
Papel: 14,00 €
Digital: 5,99 €
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