Cuando tenía 16 años mi padre me pegó por última vez. Fue porque no le estaba prestando atención a su madre, mi abuela, y él no pudo soportarlo. ¿Para esto me había educado con la santa biblia en mano y el religioso rosario diario? Patada para ti, de lleno en las nalgas, las mías, que ciertamente se prestaban maravillosas para el golpe. Estaba de espaldas a él, apoyando mi cuerpo de forma desordenada sobre la mesa del comedor. La abuela chillaba porque no le hacía caso. Y yo, adolescente, hablaba quién sabe de qué. No lo recuerdo. Lo que no puedo olvidar es el dolor de la humillación. Creía que ya habíamos terminado. Creía que ya no habría más golpes. Pero ahí estaba, mi padre con sus zapatos de cuero tipo charol encajándome una patada que me rompió no sólo el cuerpo sino lo que hay más allá de la piel. Eso que no se cura jamás. Me arrepiento de lo que hice. Tendría que haberle roto la cara como él acababa de romperme las nalgas (por escribirlo púdicamente). Pero no pude. El temor (el de dios y el del miedo) me lo impidió. Salí corriendo como un gato y me perdí en el monte para que nadie me viera llorar. Al menos no me vio llorar. Esa pequeña victoria sí que tuve. ¿Era malo mi padre? ¿Era esa violencia un mal necesario? ¿Sabía mi padre cuando me pegaba las consecuencias que cada paliza provocaban sobre mi cuerpo y mi psique? La lectura de «Mal» de Miguel Albero (Agua Clara), me ha devuelto a estas preguntas, a los recuerdos de mi padre, a sus ojos verdes que parecían bondadosos (hasta que te pillaban), a su orgullo de hombre justo, a las palabras de aprobación de los vecinos, «tu padre es un buen hombre». ¿Pueden los buenos hombres hacer el mal? Sobre todo ello escribe Albero, sobre esas preguntas que nunca sabremos responder del todo. Sobre la violencia que nos vuelve crueles, inadaptados, y en ocasiones, asesinos.
De la crisis del periodismo a la obsesión
Javier Montariz es el protagonista de «Mal» (ganadora del XXI Premio de Novela «Vargas Llosa»). Un periodista que ha quedado fuera de circulación. De buenas a primeras le hacen un ERE (Expediente de Regulación de Empleo) y, después de haber dedicado varias décadas a engrosar el nombre del periódico, queda en la calle. Cada tanto siguen llamándolo para artículos aislados, pero ese moderno puesto de «freelancer» no le pega nada. Lo conocemos en sus vacaciones, en una Mallorca que encandila aunque él no puede disfrutarla: pendiente de su precariedad laboral y atento a la buena situación de sus compañeros de viaje (su esposa, su cuñada y su esposo y el hijo de ambos). Ve la vida que le rodea con un filtro de escepticismo y lo único que le calma y le permite soportar esas reuniones es el alcohol y el fluir de sus pensamientos.
La falta de trabajo y el origen del mal son las dos cosas que obsesionan a este periodista. En una carpeta de su ordenador acumula recortes y frases de libros con diversas reflexiones en torno a la genealogía del mal. Textos sin un orden aparente, que van desde fragmentos del Génesis, hasta novelas y textos como «Eichmann en Jerusalén» de Hanna Arendt, que asegura es de los únicos libros que deberían considerarse imprescindibles. Esa monstruosa reflexión de Arendt en torno a la violencia y el estado, a la represión y a la obediencia, ese análisis sobre la banalidad del mal, interesa particularmente a Javier. En parte porque le sirve para intentar comprender su propia situación donde un empleado le anuncia a otro que a partir de mañana ya no tiene que venir a trabajar. También «Danubio» de Claudio Magris, algún fragmento de Kierkegaard y San Agustín y sus perales se pasean por esa dichosa carpeta.
Lo que más interesa o preocupa a Javier es la forma en la que las personas somos capaces de tomar decisiones que desde fuera pueden parecer asombrosamente perversas sin que eso afecte nuestra rutina, nuestra forma de mirar, de interactuar con el mundo. Javier mira la vida con el filtro de la duda sobre la maldad, sobre el mal que hay en los otros. Y aquí, Albero nos permite acercarnos sutilmente a algo sumamente interesante: preocupado en interpelar el mal de los otros Javier no se pregunta acerca de su propio comportamiento, de los actos malvados que él comete, y entra en una especie de espiral en la que no existe una reflexión que le sirva para madurar su propia experiencia sino más bien un pozo en el que caer absolutamente despegado de la vida, incluso de la justicia.
El origen del mal
De forma paralela a la historia de Javier, Albero nos recuerda las últimas horas de Miguel Ángel Blanco, secuestrado y asesinado por ETA en julio de 1997. Javier ha seguido de cerca el caso y sin duda fue una de las crónicas que más le marcaron. Es posible que su obsesión con el mal y la justicia también hayan tenido que ver con esta dramática historia, que revolucionó profundamente a la sociedad española de aquel entonces.
Un secuestro. Un despido. Una muerte. Una discusión. Un plato de profiteroles desparramados sobre una camisa limpia. Un empujón. Nuestra vida pende de un hilo. Vivimos en equilibrio entre la existencia cotidiana y la posible caída al vacío. Podemos provocar nuestro propio derrumbe o podemos experimentarlo porque la suerte así lo decide, sin consultarnos. Lo que viene después también depende en gran parte de las decisiones que tomemos, pero siempre hay un poco de destino, aunque más no sea por el grado de decisión que en eso que nos sucede tienen las decisiones ajenas. Y el mal, ahí, siempre al acecho para inclinar la balanza hacia la risa hueca y la desesperación. El mal no tiene favoritos, arrasa con lo que encuentra. Eso cree Javier y, sin embargo, tiene la necesidad de explicarlo, de razonarlo, de encontrarlo en los ojos de los otros.
Con la lucidez que le caracteriza —que pueden descubrir en libros como «Godot sigue sin venir. Vademécum de la espera» (Páginas de Espuma) y «Roba este libro» (Ábada Editores)— Miguel Albero atraviesa varios temas interesantes en este libro, a la vez que nos ofrece una entretenida historia. Las consecuencias de la crisis del sector periodístico, la naturaleza de nuestro comportamiento social, la forma en la que actúa en nosotros la pérdida y el miedo, son algunos de los temas que se destacan. Utiliza para ello un discurso que va de lo narrativo a lo ensayístico de una forma fluida y heterogénea. Pienso que éste es uno de los puntos fuertes del libro, la normalidad con la que pasamos de la reflexión filosófica más profunda a la historia ficticia de un hombre cualquiera, al que podría no ocurrirle nada hasta que le ocurre. «A mí no me va a pasar» decimos, hasta que un día, ¡blum!
La naturaleza del mal ocupa un lugar privilegiado en esa carpeta de Javier. ¿Nacemos con una inclinación hacia la bondad o la maldad? Sobre esa línea su carpeta incluye anotaciones tomadas de «Sobre el mal» de Terry Eagleton, «El señor de las moscas» de William Golding, «El efecto Lucifer» de Philip Zimbardo, reunidos en una carpeta que titula «Los niños y el mal», convencido de que en la infancia la tendencia a hacer el mal es más persistente. Y algo le ocurrirá que le servirá para entender más a fondo el complejo tema. Algo que tendrán que leer el libro para descubrir.
El mal en la ficción
Nos forma la ficción. Lo que nos ocurre lo contamos, porque hay algo en nosotros que tiende a fabular, porque es a través de la fantasía y de la fábula en que las cosas parecen adquirir sentido. «Mal» se encuentra atravesado por esta idea y Javier intenta convencernos de que nos atraen los malos porque no nos atrevemos a ser como ellos, aunque nos gustaría. A lo largo de la historia de la literatura encontramos muchísimos malvados que se han ganado el aprecio de los lectores y con quienes muchos hemos empatizado sin dudarlo. Sin embargo, cuando esos malvados o malos para que tenga más peso la palabra, son de nuestra realidad, cuando han provocado una herida con sus manos en nosotros, la cosa cambia.
Sobre todo esto reflexiona Javier y sobre la forma en la que entendemos o no el comportamiento ajeno. Y a la vez, tiene que enfrentarse al hecho de que por sólidos que sean sus principios, cuando de hacer el bien depende su seguridad o su vida, las exigencias pueden transformarse. En pocas palabras: es ésta una lectura intensa y reflexiva que no deberían perderse.
¿Era mi padre un hombre bueno? ¿Fui yo una mala hija? Llevo toda la vida intentando conocer la verdad de este asunto, dándole vueltas a esa extraña forma que él tenía de entender la justicia, el afecto y la educación. «Mal» no me ha brindado respuestas, sin embargo, me ha servido para reforzar mi idea de que aunque no podamos hallar certezas más vale una vida llena de preguntas, que una en la que aceptemos sin chistar las certezas que otros quieren vendernos. Asimismo, es un libro que hace hincapié en una bella evidencia: más allá de todo lo que (nos) ocurra, la vida sigue, la vida, como un trompo, no nos espera. Y bien vale preguntarse llegados a este punto: ¿qué vida es la que sigue cuando nos dicen que la vida sigue?
¡Lean «Mal» para sentirse perdidos en esa eterna pregunta que nos obsesiona entre lo correcto y lo justo y aquello que no lo es!
MAL
Miguel Albero
Editorial Agua Clara
978-84-801842-8-1
208 páginas
14,40 €
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