Una de las frases recurrentes cuando se habla de la conquista en Latinoamérica es «eso pasó hace mucho, ¿para qué seguirle dando vueltas?» Una sentencia asida al discurso hegemónico y que busca torcer nuestra mirada para que no veamos la realidad. La expropiación de tierras al pueblo mapuche tuvo lugar hace siglos, sin embargo, todavía esos terrenos no han sido devueltos a sus moradores originales por lo que no podemos hablar de un hecho antiguo y zanjado; es una realidad que atraviesa la actualidad de Chile y ante la que no debemos cerrar los ojos.
«Malón, la rebelión del movimiento mapuche« es un libro imprescindible para conocer de cerca la otra cara de esa realidad. Para mirar la historia desde la visión de los oprimidos y no desde la que impusieron los que ostentan el poder. En este libro Fernando Pairican Padilla investiga los hechos fundamentales de la revolución que tuvo lugar desde comienzos de los noventa hasta la actualidad. Un libro que redefine las bases de la relación entre el pueblo mapuche y la sociedad chilena.
Discurso claro y testimonial
En este trabajo Padilla busca descontracturar la visión que la cultura chilena (europeísta) tuvo y en algunos aspectos mantiene sobre la revolución mapuche de los noventa. Además, desentraña las aristas del discurso popular en el que el pueblo mapuche es estigmatizado como una comunidad violenta y revoltosa que constantemente está manifestando su descontento respecto a las políticas del país. En esa búsqueda Padilla intenta que miremos debajo de la alfombra: los actos violentos como consecuencia de un accionar político , el ninguneo que durante siglos ha sufrido esta comunidad. Y lo hace con el objetivo de legitimar la lucha y visibilizar la necesidad de autodeterminación que tiene este pueblo.
Todos los hechos aquí narrados se encuentran contrastados con el testimonio de muchísimas personas que participaron o vieron la revolución, algunas de las cuales continúan en la lucha. Esto le da al libro una vida extra que nos permite acercarnos con más vehemencia a la historia y rozar una realidad que para muchos todavía permanece velada.
Padilla no se anda con rodeos; se posiciona crítico tanto con la parte del movimiento que optó por los caminos de la violencia como así también ante ciertas políticas del Estado Chileno. Su trabajo, como historiador indígena, es desenterrar los hechos y reanalizarlos desde un punto de vista objetivo, para construir un discurso que le haga justicia a su cultura. De este modo, haciendo hincapié en la rotunda importancia que tuvo y todavía tiene la lucha de liberación etnonacional para que este pueblo se mantenga vivo, Padilla desempolva la historia y pone de manifiesto aquellas cosas que no deben olvidarse.
La expropiación y la pobreza
Entre los años 1884 y 1929 tuvo lugar un período que se conoce con el nombre de reducción. El pueblo mapuche fue segregado a regiones marginales y poco fértiles, y sus tierras retenidas por el Estado Chileno para ser explotadas. Se vieron obligados a emigrar, a separarse, a buscar otros espacios donde subsistir; lo cual les exigió un reinventar y readaptarse para convertir las nuevas tierras en tierras ancestrales. Y el resultado fue que:
El concepto de reducción o privatización es un sustantivo derivado del verbo ‘privar’ que significa según el diccionario ‘Despojar de algo. Prohibir o estorbar. Predominar. Negar’. Todas esas acepciones valen para referirse a lo que el pueblo mapuche vivió desde la conquista hasta el momento de la revolución. Iluminando esta terrible realidad Padilla nos presenta varios testimonios entre los que se encuentra el de Mauricio Waikilao, un joven que nació en una familia ‘reubicada’ y se crio en una pobreza tal que debía deambular por diferentes ciudades para conseguir subsistir. Waikilao que hoy es poeta, habla de aquel hambre como de una voz que “robaba el pan” a los compañeros de curso.
Expropiación, plantaciones forestales, represas hidroeléctricas (Pangue y Ralco) y ciertas leyes que controlaban la pesca y la explotación agraria, colaboraron con este proceso de reducción y condenaron al pueblo mapuche a la pobreza y la exclusión.
Un movimiento contra la opresión
El movimiento mapuche (1990-2013) surgió como una respuesta a esa expropiación y se caracterizó por ser un entramado complejo protagonizado por variopintos actores y puntos de vista. Entre las diversas opiniones y corrientes que surgieron podríamos señalar las dos vías preponderantes de lucha. La vía rupturista, que intentaba conquistar los derechos y ganar territorios a través de la fuerza física, y la vía política, que apostaba por el diálogo con el Estado Chileno para buscar una convivencia pacífica y justa para todos. Ambas fueron importantes para construir la historia del movimiento, por lo que reducir la revolución sólo a la violencia es erróneo, ya que nos impide ver con claridad lo que había de fondo.
Uno de los hechos sobre los que Padilla se explaya con suma luminiscencia es sobre la llamada transición democrática. Durante la dictadura los mapuches fueron ninguneados, perseguidos y asesinados e incluso se les impidió mantener sus nombres autóctonos, teniendo que adoptar formas winkas. Cuando Chile comenzó su proceso de democratización el estado del pueblo mapuche era de absoluta dispersión: como si cada uno velara por su propia sombra. Existía un miedo atroz a autodenominarse mapuche e incluso cierta vergüenza. Los jóvenes no aprendían la lengua de sus abuelas y habían dejado a un lado las costumbres de sus antepasados. Para proteger a sus hijos contra el racismo, los padres los habían privado del aprendizaje de una lengua que vibraba dentro de ellos.
Cabe mencionar que ‘Mapuche’ significa literalmente gente de la tierra; este idioma por tanto es el resultado de esa conexión con la vida, con la esencia. O sea que resulta sumamente relevante argumentar que al conquistarlos y arrebatarles sus tierras, les quitaron no sólo su espacio, sino también sus tradiciones y su identidad. De hecho, muchos de los que ingresaron en el movimiento ni siquiera podían reconocerse como mapuches. Este fue el resultado de la dominación que se intentó ejercer sobre el pueblo desde la Ocupación de la Araucania a finales del siglo XIX y contra la que se rebelaron los mapuches hace apenas dos décadas. En palabras de Elicura Chihuailaf.
El objetivo de la revolución era a largo plazo conseguir la utopía de la liberación nacional; pero antes había que fortalecer y recuperar el control territorial y legitimar el espacio del pueblo. La sentencia del grupo Wallmapu fue que mientras los mapuches estuvieran bajo esa condición de oprimidos, tenían el “derecho a la rebelión”.
Como era de esperarse el gobierno, los sucesivos gobiernos, reprimieron la movilización y estigmatizaron la lucha mapuche como una rebeldía anacrónica. Decenas de activistas fueron encarcelados. Sin embargo, la revolución estaba en marcha y el pueblo tenía claro que si conseguía saltar la barrera de la opresión, podría escribir el desenlace de esa historia abriendo un camino de justicia para las nuevas generaciones.
Hacia la autodeterminación
Podríamos decir que el eje en el que gira toda la lucha del movimiento mapuche es el apoderamiento y el ejercicio del derecho a la autodeterminación. A grandes rasgos la revolución buscaba responder a preguntas como: ¿quiénes somos los mapuches? ¿qué queremos? ¿qué necesitamos? y sobre todo ¿qué podemos hacer para unirnos y recuperar nuestro espacio?
La autodeterminación es un derecho político por el que aboga el movimiento con el deseo de recuperar su soberanía territorial suspendida tras la conquista. Por otra parte, también es el derecho que tienen todos los pueblos de decidir su organización política, social, económica y cultural. En este punto cabe mencionar que el espíritu del pueblo mapuche es una vida arraigada a la tierra, a sus ciclos, al vivir de la naturaleza, algo que se contradice totalmente de las políticas económicas capitalistas. Esto significa que para ellos vivir en una sociedad capitalista es en parte contradictorio y esto vuelve más necesaria esta autodeterminación.
La creación de la wenüfoye (bandera mapuche) en el año 1992 fue uno de los pasos fundamentales hacia la conquista de ese derecho. Este símbolo les permitió a los mapuches unirse y buscar un camino común que los pusiera a salvo de la extinción. Y en esa bandera, se pone de manifiesto la historia del pueblo a través de los diversos símbolos que la componen: los colores negro y blanco representan el equilibrio de la vida (entre el día y la noche, entre la lluvia y el sol, entre lo tangible y lo intangible); el color azul representa la pureza del universo; el verde, el espacio de asentamiento de la Nación. Y el rojo es la evidencia de toda la sangre que se ha derramado a lo largo de la historia, de la opresión, de la desprotección, pero también de la fuerza de un pueblo que resurge de sus cenizas una y otra vez. En el centro se encuentra dibujado un kultrung, instrumento autóctono protagonista de las ceremonias del pueblo. Como dice Padilla, la bandera representa la construcción subjetiva y politizadora trascendental para la comunidad mapuche.
La editorial Pehuén nos ofrece en esta publicación una mirada diferente sobre este eslabón de la historia para dotarnos de una nueva perspectiva y obligarnos a aceptar que las consecuencias de la conquista siguen sin resolverse y que hay un pueblo milenario cuyos derechos no son tenidos en cuenta. Creo que es una maravillosa lectura para comprender más de cerca no sólo la relación entre el pueblo mapuche y la sociedad chilena sino también para valorar el espíritu combativo de esta comunidad.
Y termino parafraseando a Padilla, que se pregunta de qué forma el Estado podría haber enfrentado la situación de una manera vanguardista y justa. Y se responde:
Malon
-La rebelión del movimiento mapuche 1990-2013-
Fernando Pairican
Pehuén Ediciones, 2014
ISBN: 978-956-16-0610-4
420 páginas
$12.000
Comentarios1
No hay pueblo perfecto, todos cometen errores y aciertos hubo españoles que cometieron barbaridades y otros que miraron a los nativos con el mismo o mayor respeto que a sus congéneres. Saludos y feliz otoño
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