Vuelvo con un texto para las Entrevistas para el Recuerdo, un ciclo con título engañoso porque en verdad son breves semblanzas que se construyen partiendo de entrevistas. Ya han pasado por aquí autoras fabulosas como Wislawa Szymborska, Rosa Chacel, Joan Didion. Hoy es el turno de Margaret Atwood. Las entrevistas en las que me inspiro son ésta de Agustina Larrea en Infobae y la que publicó en El País, Anatxu Zabalbeascoa.
Una de las cosas que más preocupa a Margaret Atwood es la destrucción del planeta a manos de nuestras peores costumbres. Su libro «Alias Grace» donde imagina la vida de Grace Marks, condenada por asesinar a su jefe y al ama de llaves de la casa, la han devuelto a las pantallas, al prestigio de esta autora que no ha dejado de escribir, de imaginar, de pensar la vida.
En la infancia de Margaret Atwood hubo muchas mujeres. Esto la llevó a observar la vida de las otras desde pequeña y a tomar conciencia de ciertas cosas que no estaban bien; con el correr de los años fue haciéndose cada vez más consciente de ello hasta volcarlo de forma rotunda en su escritura.
Pero para llegar a la escritura tendría que pasar mucho tiempo. En la infancia, los libros consistían tan sólo en un entretenimiento para los días de lluvia, cuando no se podía salir al campo. Vivía en el campo, por lo que los días de sol había que disfrutar de la naturaleza y la vida al aire libre. La situación tecnológica era algo precaria, ni televisión ni vida social. Los libros podían salvarla del aburrimiento, dice. Y después de leerlos todos unas cuantas veces, y nuevamente sintiendo la lluvia cayendo sobre el techo, vino la idea y el entusiasmo por comenzar a indagar en la propia capacidad de contar.
La forma en la que Margaret encara la escritura es volviéndose parte de ella. Considera que siempre quien escribe se encuentra dentro de sus historias, aunque a veces lo haga de forma disimulada o invisible. Escribir es poner en evidencia aquello que no nos gusta o con lo que no estamos de acuerdo del mundo y de la vida, pero también mostrar que existen alternativas, luces, y que no estamos dispuestos a dejar que pasen desapercibidas. Sin duda, un excelente consejo de escritura.
Para Atwood hay una clara diferencia entre literatura y cine. Mientras que la primera está en medio de la acción y puedes vivirla en carne propia, en el cine lo que ocurre les sucede a otros, es un espectáculo en el que puedes involucrarte pero sin protagonizar la acción. Por esta razón ambos son necesarios, porque permiten explorar formas distintas de entender y vivir la ficción, de pensarse y construir.
Aunque muchos encasillan sus historias dentro del género de las distopías, para Atwood lo suyo es más ficción especulativa, que consiste en imaginar ficción en un contexto real, y tan real como que pueda ser susceptible de ocurrir. Esto se nota mucho al leerla porque la forma en la que hace que sus ficciones sean creíbles es incorporando detalles minuciosos que todos podemos entender y asimilar como obvios; de ahí que al leerla sea muy difícil separar los hechos reales de lo imaginado por la autora. Es posible que ésta sea una de sus mayores virtudes, y lo que vuelve interesantísima cada una de sus narraciones.
Tanto en su obra como en su forma de vivir, la naturaleza está presente ocupando un papel protagónico. No sólo Atwood pasó su infancia en el campo sino que vivió de adulta en una chacra, juntando su verdura y preparando verduras en conserva, como señala en sus entrevistas. Sin embargo, su noción y su entendimiento de la naturaleza va mucho más allá de la impronta estereotípica de lo bohemia o bonita que puede ser la vida rodeado de verde. Hay que leerla mucho y bien para entender lo profundo de su razonamiento. Así que, ¡a leerla!
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