Llega el veranito y dan ganas de renovarse. Así que hoy comienzo un nuevo ciclo que llamaré Mujeres con Historia, en la que rescataré obras de autoras desconocidas (y no tanto) y las dificultades que debieron afrontar para ser reconocidas en el mundo intelectual.
Comienzo con María de Lejárraga, de quien Verónica Gudiña ha escrito esta bella semblanza. Me ha parecido apropiado porque hoy se cumplen los 43 años de su fallecimiento. «El amor brujo», que popularizó el compositor Manuel de Falla, es una de las obras teatrales de Lejárraga más importante, ¿cómo reponerse de los sortilegios del duende?
Amor gitano
Una de las cosas más interesantes de «El amor brujo» es que utiliza un lenguaje andaluz que se adapta perfectamente al ambiente de la historia y que se amalgama a la música de Falla con una impresionante fluidez. Puede leerse como un cuento de amor desafortunado, pero en realidad aporta un montón de cualidades que lo convierten más en una historia en la que el mundo onírico y simbólico se encuentra con el real. Una preciosa historia andaluza, para cualquier apasionado de esta bellísima cultura.
La obra se encuentra clasificada en el género ballet-pantomima, un espectáculo que combina los movimientos coreográficos y la pantomima con la narración; en la que texto y baile tienen que tener la misma importancia-relevancia. Aunque es un tipo de expresión artística que existe desde el siglo XIV, fue recién a finales del XVIII cuando comenzó a volverse popular, cobrando en importancia en los teatros más importantes de Europa.
En sus obras se nota una clara reivindicación del poder de la mujer, de sus cualidades y una lucha intensa a favor de la igualdad de oportunidades entre sexos. También se nota su aprecio por la cultura andaluza, lo cual puede notarse en esta obra en particular, donde se apoya en una ortografía que permite entender bien a fondo el lenguaje. Teniendo en cuenta que en Andalucía los sonidos son tan importantes, algo que se percibe en los acentos de los originarios de esta región, resulta muy interesante que Lejárraga haya querido trasladar a papel el alma de este dialecto.
De escritora a esposa
Aunque muchos tildan a María de Lejárraga de sumisa, tendríamos que haber estado en sus zapatos para hacer semejante declaración. Nacida en 1874, María se enfrentó con agallas a un mundo en el que todavía las mujeres no sólo no votaban sino que tampoco podían cultivarse (ni acceder a una educación formal ni desarrollarse profesionalmente). Quién sabe las cosas que habrá vivido antes de cruzarse con Gregorio Martínez de la Sierra, con quien se casó y para quien escribió desde entonces.
Durante años Lejárraga escribió incansablemente y participó activamente en la creación de las revistas Helios y Renacimiento, que dieron popularidad a relevantes figuras del terreno literario de la época. Juan Ramón Jiménez, los Machado y Rubén Darío fueron algunos de ellos. Sus obras, sin embargo, eran firmadas por su esposo quien alcanzó una fama notoria, incluso fuera de España. No obstante, como ya había publicado, previamente al matrimonio un libro «Cuentos breves, lecturas recreativas para niños», no fue difícil para la crítica creerle la historia cuando varias décadas más tarde, intentó demostrar la autoría de todas aquellas obras que se le adjudicaban a Martínez Sierra. Escribió para ello «Gregorio y yo», un libro de memorias atípico en el que intentó hacerse con el lugar que durante años se le había negado.
«Canción de cuna» y «El amor brujo» dos de las obras más conocidas de Manuel de Falla fueron escritas por Lejárraga; además, entre Manuel y ella hubo una linda amistad, que les permitió trabajar en equipo y contar con la aprobación y la crítica del escritor Juan Ramón Jiménez, también amigo de María. No obstante, teniendo en cuenta que a los escritores de libretos no se les ha dado nunca la importancia que se merecen, tratándose en este caso de que quien los creaba era una mujer, más excusas tenía la historia para ignorarla.
María Lejárraga fue durante años una escritora en las sombras, sin embargo, de a poco la historia va otorgándole el lugar que se merece. ¡No se me podría haber ocurrido mejor personaje para inaugurar esta sección de Mujeres con Historia.
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