En «Posibilidades en la sombra», Mariano Peyrou (Pre-textos) trabaja con un discurso que avanza, retrocede, vuelve a avanzar, da la vuelta y plantea las mismas cosas desde otra perspectiva. Nos encontramos en Madrid para conversar sobre este libro y aquí va la primera parte de nuestra charla.
P—Quería empezar preguntándote por tu obsesión por el nombre y el sentido de las cosas; porque lo has trabajado en tu libro anterior y en éste, y en muchos poemas tuyos me parece que está ese tema…
R—Sí, no sé si es mía esa obsesión. Tengo la idea de que todo el mundo que escribe o sea, que trabaja con palabras, se toma en serio el funcionamiento de las palabras y lo que las palabras hacen y podrían hacer. Muchas veces a los escritores y a los poetas les gusta hacer juegos de palabras o llamar la atención sobre el significante, sobre la forma, la relación entre significante y significado, las etimologías, el gusto por las palabras, en fin, todas esas cosas… Admito totalmente que yo estoy obsesionado con eso y que me encanta. Es uno de los placeres de la vida, pero también es una de las cuestiones más serias; porque en realidad estamos hechos de palabras, de lenguaje, de todo eso; entonces no se puede no tomar eso en serio.
P—¿Cómo explicas algo si huyes del significado?
R—Bueno, a lo mejor… es muy difícil definir la poesía, pero podríamos intentarlo diciendo que eso es lo que pretende hacer la poesía: trabajar con las palabras y con la construcción del sentido al margen o más allá del significado. La manera de usar las palabras para transmitir algo a través del significado ya la conocemos todos desde que aprendemos a hablar, somos más o menos competentes para eso, pero luego hay otra posibilidad que es intentar llegar a lugares a los que el lenguaje en ese modo referencial o centrado en el significado no llega, y tratar de usar las palabras para llegar a ese otro lugar, que también es verdadero y que también es nuestro, y a lo mejor es más verdadero y más nuestro todavía, porque es más íntimo, porque está menos transitado. Esa es la gran cuestión, yo creo, la clave de la poesía. Por lo menos esta mañana es así.
P—¿Hay una especie de rebelión contra la visión realista del lenguaje o del mundo, de la vida en general?
R—Claro. Este es un tema muy interesante, la verdad, y muy largo de contar, o por lo menos a mí me lo parece, porque se me vienen muchas ideas a la cabeza. Lo primero que me vino es una frase de Robert Louis Stevenson que habla de la espectral irrealidad de los libros realistas. Entonces a mí esta frase me sirve para decir que el realismo es una estética que no muestra la realidad más que otras estéticas, simplemente cree que puede mostrar la realidad. Y lo que muestra es una distorsión de la realidad, como cualquier otra estética o como cualquier mirada. También se me ocurre decir que la realidad desde hace mucho tiempo ya sabemos que no es una cosa que está ahí quieta y que podemos ir y agarrarla o tocarla o verla o describirla, sino que se va construyendo en la interacción con los sujetos que la miran, tocan, etcétera. Por ejemplo, en el simple plano de los sentidos, de la percepción sensorial, nosotros creemos que la realidad es lo que ven nuestros ojos, pero nuestros ojos ven una parte de la realidad. Pasa lo mismo con el oído. Hay sonidos que un perro oye y nosotros no. Pasa lo mismo con el olfato. Nosotros no olemos lo que ha pasado por aquí pero hay animales que huelen perfectamente como si vieran las huellas… Nuestra percepción de la realidad desde este nivel tan básico, tan tosco, digamos, es muy muy limitada. Ahora bien, el realismo pretende de una manera muy omnipotente, captar la realidad, cuando nosotros ni siquiera somos capaces de captar la realidad más plana y más física. Entonces me parece que sí, que hay muchas realidades, hay cosas que percibimos como reales, que nos creemos como reales, pero, y esta es una idea muy antigua también, la realidad no es algo que está ahí sino que es una construcción intersubjetiva. Y se puede escribir y hacer arte a partir de estas ideas. Y a mí me parece mucho más interesante y real que lo que ofrece el realismo. Por eso vuelvo a lo de Stevenson, la «irrealidad de los libros realistas», dice. Eso no es real, es una convención sobre cómo representar la realidad.
P—¿Por eso en el libro planteás el tema de las diferentes perspectivas; eso de que hay tantas realidades como ojos existen?
R—Claro, hay tantas realidades como ojos pero también como momentos en los que mire ese ojo. Porque pasado mañana o dentro de diez minutos, depende de lo inestable que uno sea, del grado de bipolaridad de cada uno, la mirada cambia o lo que se percibe cambia; entonces, confiar en la realidad es una cosa terriblemente ingenua en todos los ámbitos: en el de la física, el de la filosofía, en cualquiera… y creo que la poesía y el arte tienen que asumir eso. Porque escribir como si decir una cosa fuera traerla ahí y todos los lectores fueran a entender lo mismo, es una ingenuidad increíble.
P—¿Y tú de alguna forma apuestas por una poesía que va contra esa mirada realista o no te interesa meterte en ese dilema?
R—Es que no creo que el realismo sea eso. O sea, que nos han robado la palabra, como tantas otras palabras que nos van robando. Creo que realismo es o debería ser, más allá de la escuela estética, una mirada que trata de captar la realidad o un tipo de trabajo que trata de representar o plasmar o escribir o entender la realidad; entonces, si la realidad incluye el ámbito de los sueños o el ámbito de lo que se mueve todo el tiempo y no está nunca quieto y no se puede representar como algo fijo sino que hay que representarlo como borroso o lo que sea, pues esa va a ser la realidad. Para mí este libro es mucho más realista que lo que convencionalmente se entiende por realismo.
P—Tú hablas en el libro de una realidad subterfugia, que a simple vista no se ve, y que tienes que escarbar para llegar a ella. Por eso yo lo diferencio del realismo, que muestra la superficie, la vida pragmática, la vida cotidiana…
R—No estoy muy seguro. No estoy seguro de si se trata de escarbar y no está en la superficie esto que yo digo. Yo tengo la sensación muchas veces de que lo que no vemos es precisamente lo que está en la superficie, lo que vemos cotidianamente y ya no nos llama la atención, pero está ahí como se dice “delante de las narices”, pero no lo podemos ver porque tenemos esa especie de prejuicio en la mirada, si cogemos la metáfora de la mirada como percepción o entendimiento. O sea que no creo que siempre se trate de escarbar en lo de afuera sino que a veces es más bien intentar limpiarse la mirada o quitarse determinadas gafas, determinadas maneras de mirar, para poder ver algo que en realidad está ahí. Yo tengo la sensación de que mis investigaciones poéticas, lo digo riéndome porque es irónico, porque no lo digo en serio, van por ese camino, y tratan de explorar en zonas que no son profundas, es decir, que se trata más bien de algo que de repente miras de otra manera, te quitas algo que te está afectando a la manera de mirar o de pensar y accedes a otra realidad de una manera más ligera y como desenfadada a lo mejor.
P—Dice en un momento que la expectativa de la curación hace que de algún modo ese pasado se resignifique. Eso me parece muy interesante.
R—Sí, para mí también lo es. O sea, el pasado según la versión oficial de lo que son las cosas, es algo que se terminó, que ya está cerrado, sobre lo que ya no podemos influir, etcétera. «Lo pasado pasado está»… hay mil refranes y fórmulas así y es totalmente falso. El pasado se va reconstruyendo a lo largo de la vida, queramos o no, va cambiando, vamos reinterpretando cosas y también supongo que vamos olvidando o dejando en un segundo plano cosas que nos ofrecen una imagen desagradable o dolorosa de nosotros mismos. Entonces, la construcción del pasado es un proyecto vital que dura toda la vida, la reconstrucción, reelaboración o como lo queramos llamar. Y depende de cómo se reelabore el pasado, cómo se coloca uno en el presente y de cara al futuro. Esta división de los tres tiempos es totalmente ficticia, es una manera de entendernos, pero en realidad está ocurriendo, estamos en los tres tiempos a la vez.
P—Porque vamos revisando y a la vez cambiando de camino hacia el futuro.
R—Claro, en parte esa reconstrucción tiene que ver con esa especie de mecanismo que tiene que ver con cuidarse a uno mismo, de autoprotección. Estuve muy idiota en este momento de mi vida, voy a suavizarlo un poco olvidando ciertas cosas; esto está muy estudiado por Freud. Pero por otro lado también hay algo que es que no entendemos del todo el pasado, o sea entendemos algo, tenemos una interpretación y a veces ocurren cosas o pensamos cosas que nos hacen entender mejor lo que pasó; tienes una experiencia y entiendes tu pasado de otra manera. No es solamente esa especie de maquillaje un poco falso para estar mejor en el mundo sino que a veces es como el acceso a verdades más verdaderas o más posiblemente diferentes. Hay un libro de Ana Blandiana que se llama “Proyectos de pasado”, el título es una maravilla, en el que sugiere exactamente esto que estamos diciendo, de lo que hay que se va construyendo todo el tiempo, que es un proyecto un work in progress.
P—Y pasamos del pasado al futuro. Me pareció muy interesante esto de oponer destino a deriva. De alguna forma lo que planteas es que la luz del futuro está en lo sorprendente, en lo que uno no se espera que suceda.
R—Qué interesante. No sé si yo planteo eso en realidad, creo que la idea que tenemos de destino es un poco parecida tristemente a la que tenemos de pasado, como algo cerrado. Son concepciones del mundo que son muy confortables porque uno no tiene que hacer nada, se deja llevar, hay como una inercia o algo así y uno va por el carril por el que Dios, tu familia, tu ideología o lo que sea te ha marcado o tu pasado y ya está. El destino es como algo que estaba ya escrito, es lo que se suele decir. Aquí creo que se dice que el destino no es algo escrito, no es un lugar donde todo está escrito sino que es un lugar donde podemos empezar a ser libres o librarnos de la idea de destino, a lo mejor. No sé si se opone el destino y la deriva sino que se dice, creo recordar que el destino es la deriva…
P—Ah, yo lo había interpretado al revés.
R—Sí, creo que se puede interpretar de muchas maneras. Tú lo habías interpretado al derecho y yo al revés. «tal vez mi destino sea la deriva» o algo así.
(Buscamos la frase)
«Tal vez yo nunca tenga un destino porque el sueño es la forma más perfecta de amor que he conocido, porque una nube no está quieta nunca»
R—Sí, es verdad que son dos ideas que a priori son contradictorias u opuestas. El destino es que el futuro está cerrado y la deriva es «el futuro está abierto».
P—Yo entiendo como que quien se arriesga va a la deriva, porque no sabe bien dónde va a estar mañana.
R—Ahora lo que se me ocurre es que tiene que ver con todo esto que estamos hablando, del realismo y de la verdad, etcétera, como de tratar de captar algo, como que la esencia de la vida no sea algo que está cerrado y hacia lo que vamos inevitablemente sino algo que está en movimiento y que vamos construyendo y reconstruyendo. Está en la sombra. No podemos saber lo que va a pasar, está oscuro u oculto, pero a la vez, hay posibilidad. La palabra deriva ahora no me está gustando mucho porque veo mucho el lado de como de eludir la responsabilidad, de decir «yo no decido»; en realidad se parece más al destino de lo que parecía al principio. Vas a la deriva y por lo tanto hay una fuerza externa y mucho más poderosa que la tuya que decide, el barco a la deriva llevado por las corrientes y los vientos.
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