Su libro «Posibilidades en la sombra» (Pre-textos) nos permite adentrarnos en el significado de las palabras y en las mil posibilidades del lenguaje. Conversamos con Mariano Peyrou sobre la escritura de este libro. Continuamos nuestra charla. Te recomiendo leer antes la primera parte para entender mejor la deriva.
P—Te quería preguntar cuáles son tus influencias tanto del mundo de la literatura como de la música. Y cuánto te influye el ser músico a la hora de escribir.
R—Creo que las influencias que uno tiene son algo que uno no sabe, no puede realmente nombrar. O sea, yo creo activamente en el psicoanálisis y en lo inconsciente y sobre todo en cómo funciona eso en los procesos de creación. Entonces, puedo decirte que hay cosas que me gustan más que otras, y a las que vuelvo una y otra vez, artistas, escritores o músicos, pero no estoy seguro de si me han influido o no o cómo o cuánto. Y lo otro que me preguntabas, lo de la música, también voy a contestar que no tengo ni idea, sé que de alguna forma me ha influido, que mi interés por la reflexión estética, por decirlo así, viene de la música porque es lo que estudié formalmente; esta reflexión sobre forma y contenido tiene que ver con la música, con algo que desde luego tiene una forma y tiene un lenguaje podríamos decir, un lenguaje musical, un vocabulario, una serie de normas sintácticas, etcétera, pero no tiene dimensión semántica, no tiene significado; entonces, la música es muy importante no solo para mí sino para la historia de las artes en general porque posibilita ese camino hacia el arte abstracto o esa liberación del sentido. La autonomía del arte viene de la música, según dicen los que estudian estos asuntos. Creo que Schlegel dice, «todas las artes deben tender hacia la condición de la música», no, lo dice Walter Pater, pero es una idea que surge en el romanticismo, ahí empieza lo que en las vanguardias va a ser la autonomía del arte; empieza claramente con el romanticismo. Y la música es el modelo de las demás artes, porque es un discurso muy sutil, muy complejo, muy estructurado, o sea que no es criticable desde ningún punto de vista formal o de solidez o de seriedad pero no produce necesariamente sentido, o no un único sentido. O si significa algo, significa algo simbólicamente, no como por una correspondencia entre el significante y el significado. Y en eso se parece a determinadas concepciones de la poesía. Yo tampoco defiendo que la poesía no tenga que significar nada. Creo que lo interesante de la autonomía del arte es que posibilita una manera nueva de trabajar; lo que me parece impensable es escribir como si no hubiera ocurrido eso, como si siguiéramos creyendo que las palabras funcionan como una cosita que trae otra que es el significado y que es universal y que no hay ningún cortocircuito ni ninguna plurivocidad ahí. Sabemos que esto no es así. Pero luego también es imposible producir algo que no tenga sentido, porque el sentido no está en el objeto, está en la lectura entonces si un ser humano ve o lee va a atribuir sentido siempre. Pero bueno es muy distinto llegar a esta conclusión después de la liberación de la obligación de que todas las obras tengan sentido que partir de ahí y decir «vamos a trabajar en primer plano con el sentido». El arte no trabaja en primer plano con el sentido, si lo hiciera se estaría equivocando, porque para transmitir un sentido es mejor otro uso del lenguaje.
P—Si de alguna forma el sentido de las palabras no está en el propio significado, ¿de qué forma deberíamos leer este libro para dar con su sentido?
R—Yo creo que tampoco hay que pasarse. O dicho de otro modo, el relativismo hay que tomárselo con relativismo,no como si fuera un absoluto. Aquí pasa algo parecido; el sentido se construye en la interacción del texto y el lector, no es que no esté en absoluto en el texto y que el lector lee lo que quiere, me parece que no es así. Hay unas palabras ahí que tienen un significado, el significado de las palabras es más o menos impreciso pero no es absolutamente impreciso, hay como campos semánticos, no está totalmente acotado pero tampoco está totalmente descontrolado; entonce, creo que la manera de leer este libro como casi cualquier libro, al menos de poesía, es también contradictoria. Por un lado atendiendo a lo que dice ahí y tratando de no poner más de lo que dice ahí y al mismo tiempo, haciendo propio lo que dice ahí y llevándolo al terreno personal de cada lector, creo que esta tensión entre esas dos maneras de leer es lo que genera una experiencia estética interesante, entonces cómo se hace eso, no sé, pero creo que todos lo hemos hecho alguna vez ¿no? Es un tipo de lectura que no depende tanto de la voluntad, que tiene más que ver con la deriva. Pero hay veces que pasa que uno agarra un libro y se pone a leer y pasa algo ahí que es raro y que no es lo habitual y que tiene que ver con esa especie de salida del lugar en el que uno está habitualmente. El libro te ayuda a salir o te saca de tu lugar, dejas de ser quién eres, por decirlo de una forma un poco exagerada, durante un rato o durante un instante y te pones como en interacción con las palabras que hay ahí y con una sensación como de que esas palabras en ese momento realmente son tuyas; no se sabe muy bien que quería decir el autor, pero para ti significan algo que se vive como una verdad y es una experiencia que puede ser bastante intensa. Hay libros desde luego que fomentan esa experiencia más que otros, hay libros que son mejores que otros.
P—¿Una experiencia que está al margen de si el libro es bueno o malo? ¿Qué pasa con esos libros que te absorben, porque te tocan la fibra, aunque la calidad sabes que es mala…
R—A mí no me interesa tanto pensar si el libro es bueno o malo, no me parece que sea una manera interesante de leer o de pensar en los libros, sí que creo que hay libros que generan más esta reacción intensa que otros. Cuando lloro viendo una película por ejemplo, es como que la película me ha colocado en mi lugar, me ha llegado, me ha llevado a un lugar que es mío y donde yo me identifico, y por eso de algún modo me emociona y me conmueve y me toca la fibra, esa es una experiencia que tiene cierto grado de intensidad y se parece a la intensidad de la vida. La experiencia estética es otro tipo de cosa y tiene otro tipo de intensidad que es lo que yo estaba tratando de nombrar antes. Tiene que ver con que dejas de ser tú, con que te coloca en otro lugar y a lo mejor no te hace llorar, puede que sí puede que no, no es lo relevante. Y te descoloca; más que colocarte en ese lugar y tocarte la fibra te lleva a un lugar donde no estás, donde no eres tú, de extrañeza, un lugar tuyo que no conocías. Es otro tipo de experiencia.
P—Una es más emocional y la otra más intelectual.
R—Yo no creo que sea intelectual. Si elegimos una palabra sería espiritual, pero tampoco me gusta demasiado. Yo creo que estas tres dimensiones: de las emociones, del espíritu y del intelecto en realidad están siempre mezcladas y que en la experiencia de llorar viendo una telenovela también hay algo fuertemente intelectual. O sea, el intelecto no está trabajando echando humo para entender la telenovela, pero si nos afecta es porque hay algo intelectual diciendo «reconozco esta emoción», es más intelectual que muchos otro tipo de experiencias. En verdad yo hablaba de otra cosa que tiene más que ver con una especie de conocimiento de uno mismo o de, otra vez me viene esta palabra, las posibilidades, lo que no es pero podría ser, esos mundos paralelos cercanos, no tremendamente hipotéticos sino que casi casi estamos en ellos, que están tan cerca que afectan a la vida.
P—¿Estás escribiendo algo en este momento?
R—Sí, después de estos últimos libros que son libros largos o poemas largos, algo de voluntad como decía antes y también algo de que así se ha dado me ha hecho desear escribir otra cosa, volver a escribir un libro de poemas. Siempre he escrito libros, en el sentido de que no son recopilaciones de poemas que van apareciendo sino que en algún momento a lo mejor aparecen poemas sueltos pero en algún momento veo un hilo o un nexo o algo que tienen en común o lo que sea y escribo pensando en que esto es un libro y tiene una unidad. Entonces pensé que me gustaría escribir un libro que no fuera un libro, que fuera una serie de poemas que no tuvieran nada que ver unos con otros; entonces escogí algunos poemas que habían quedado como fuera de libros anteriores, porque a lo mejor eran redundantes o porque no encajaban con el tono o porque habían surgido como poemas sueltos y que no cabían en ningún lugar y se me ocurrió juntar eso y el efecto que producía era parecido al que yo me imaginaba y que deseaba, que es que no pegan, que no funcionan. Entonces mi proyecto actual al final es un libro; quiero decir, la orientación libro ya la tengo a partir de cierto momento de que tuve esta idea de que ya está ahí, y tal vez lo que estoy escribiendo o lo que he escrito a partir de esa idea es ya pensando en que esto va a dialogar con esos otros poemas que están por ahí y quiero que dialoguen de una forma en la que no encajen.
P—Ir en contra de tu propia naturaleza.
R—Sí, algo así. Este libro y el anterior tienen una especie de homogeneidad, como que hay una especie de carril que se toma desde el principio y se va por ese carril en algún plano, hay sorpresas espero, pero en algún plano del lenguaje de lo formal, este es el tono de la voz y habla la voz todo el tiempo. En otro libro que es un poco hermano de este «El año del cangrejo» pasa esto también. Y en este otro libro estoy buscando lo contrario, una cosa más despeinada, que va cambiando, que no sabes de dónde viene y adónde va y como mal hecho. Me parece muy estimulante escribir algo así porque llevo mucho sin hacer nada parecido, a ver qué tal.
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