Asomarte a cualquier libro de Miguel Albero es tener la certeza por adelantado de que vas a reírte. Su forma de encarar la escritura es divertida sin ser trivial, y profunda sin caer en los clichés. Ha reflexionado sobre la espera en «Godot sigue sin venir» (Páginas de Espuma), sobre el robo de libro en «Roba este libro» (Abada Ediciones) y recientemente ha publicado un ensayo sobre lo efímero. En esta primera parte de nuestra charla conversamos sobre los temas centrales de su novela «Mal» (Agua Clara).
P—¿Cualquier persona podría convertirse en un asesino?
R—Bueno, esa es la tesis de «El extranjero» de Camus, ¿no? Que al final uno puede matar por muchos motivos, simplemente porque hace mucho calor. Sí, yo creo que cualquiera puede convertirse en un asesino. De hecho la historia nos da múltiples ejemplos de que cualquier persona puede ser un asesino. Nos gustaría que no fuera así, por eso en realidad están todas estas teorías de que el mal es una cosa que viene de serie. Nos gustaría que la gente que practica el mal fuera distinta. Y eso nos permitiría saber que no podemos ser nosotros mismos. Pero la realidad es que el mal lo puede hacer cualquier persona y eso es lo que nos inquieta; porque no sólo es que tu vecino pueda ejercer el mal sino que tú mismo en determinadas circunstancias podrías ser capaz de hacerlo, y lo cual resulta para la naturaleza humana mucho más inquietante.
P—¿Cómo podríamos definir el mal saliéndonos de la doctrina religiosa?
R—Pues es una buena pregunta porque justamente está muy vinculado a la doctrina religiosa y a la moral en general como antónimo del bien. La doctrina religiosa y la moral se encargan de decirnos qué está bien y qué está mal. Pues, es verdad que es difícil de definir, pero es exactamente lo que se sale de la moral convencional, lo que incumple las reglas más básicas de la convivencia. Eso entendemos por el mal. En la novela yo hago una parte de ensayo, de tesis, aparte de una trama que sucede, en la que voy tratando los distintos aspectos del mal. El mal y la banalidad del mal, un tema muy estudiado por el libro de Hannah Arendt, pero también el mal y los niños, por ejemplo, o por qué el mal tiene mejor prensa que el bien, y lo que es ya la tesis central de la novela, por qué determinado mal nos afecta más que otro.
P—Necesitamos creer que quienes cometen el mal son monstruos para poder establecer una distancia y asegurarnos de que nosotros no podríamos nunca convertirnos en ellos. Sin embargo, las cosas no son así dices… Entonces ¿todos estamos a la misma distancia de hacer el bien que de hacer el mal?
R—Sí. Fíjate lo que cuenta Arendt, que convierten el juicio de Eichman en una manera como de presentarlo como el gran demonio; como que el fue el que creó la idea de la solución final o si no la creó por lo menos la implementó… Lo que pretendía Hannah Arendt era demostrar que Eichmann era un funcionario, un buen padre de familia y que había hecho eso por una cuestión de método. Lo cual es todavía más abominable. Y demostraba que aunque pretendían señalar, «no, este señor es distinto a nosotros» no era así… Y eso resulta mucho más inquietante para nosotros que la otra idea, ¿no? Piensa en esa locura de Lombroso que decía que los rasgos físicos eran determinantes y que tú podías descubrir si alguien era un asesino por sus rasgos físicos. Claro, ¡ojalá! ¿no? Pero la realidad es que no es así.
P—Pero a pesar de querer crear esa distancia, el mal nos da un cierto morbo. ¿Por qué razón nos atrae por un lado pero por otro no lo podemos asumir?
R—Sí, eso es curioso, ¿no? Es verdad que los malotes tienen mucha mejor prensa, parecen mucho más atractivos. Todas las películas, y la ficción está llena de personajes malos. A lo mejor responden al mismo criterio que tenían los cuentos infantiles, hasta que se impuso la corrección política, que presentaban personajes malos. Los niños oían de sus mayores «no hagas esto porque sino serás el demonio» y después cuando veía que en los cuentos infantiles esas cosas pasaban, ya se tranquilizaban un poco. Es verdad que el mal tiene buena prensa. El malo de la clase es más atractivo que el bueno de la clase. Le escuché decir a un escritor que me gusta, Rafa Reig, que al final hacer el bien es mucho más difícil que hacer el mal. Hacer el bien requiere mucha más voluntad. El mal se puede hacer, simplemente, por falta de voluntad.
P—¡Qué bueno!
R—Es que sí. Normalmente el bien sólo lo haces con voluntad. El mal lo puedes hacer por dejar de hacer lo que deberías hacer. Y no se valora igual. La gente que hace el bien no tiene ese atractivo, ese morbo, del malo.
P—¿Por qué crees que somos capaces de hacer algo malo y seguir adelante como si nada, aunque dañemos a otros? y ¿por qué razón cerramos los ojos ante tantas injusticias cuando no nos afectan? ¿Eso es mal o es supervivivencia?
R—Bueno, es ambas cosas, ¿no? Justamente es uno de los planteamientos que hago en el libro. En el caso por ejemplo de los campos de concentración hay algo todavía peor y es más complejo, y eso lo leí en un texto de Claudio Magris y es cómo al final cuando alguien hace una barbaridad de ese tipo, casi necesita la reiteración. Lo cual es un hecho realmente perverso, porque la reiteración de ese mal te hace pensar que realmente no está tan mal. Es decir, si tú te dieras cuenta de lo que has hecho y lo asumieras deberías al día siguiente suicidarte, pero sin embargo, en la reiteración está la idea de que no, que no está mal. Entonces hay una pulsión a repetirlo. En lo otro, está otra cosa que también se plantea en el libro y un poco es que vivimos en una sociedad en la que la gente es capaz de alterarse emocionalmente porque ve en la televisión una cosa que pasa a miles de kilómetros y sin embargo va andando por el Metro y hay alguien caído y pasa como si no existiera… Está absolutamente anestiada contra lo que les pasa a los demás. Mientras no me toque a mí… Y eso es terrible porque vivimos en una sociedad en la que ya eso lo hemos asumido como parte de la vida misma. Y el origen de la novela es ese: por qué el asesinato de Miguel Ángel Blanco conmocionó a toda la sociedad española y supuso un antes y un después, y todo el mundo sabe qué hacía el día en que eso ocurrió, cuando había habido un montón de asesinatos antes y estábamos perfectamente acostumbrados, en el mal sentido, lo tomábamos como parte de la rutina. Y dices, bueno, fue por la modalidad del asesinato, terrible. En realidad no fue un secuestro sino un asesinato diferido; es decir, te secuestro ahora y en veinticuatro horas pongo unas condiciones imposibles y si en cuarenta y ocho horas no las cumplen, te mato. Bueno, la misma banda había hecho eso mismo unos años antes con un ingeniero llamado Ryan y salió la mujer en televisión con los cuatro hijos, pero no pasó nada. Es decir, tú preguntas a la gente y nadie sabe quién es… Entonces, eso ¿por qué determinado mal nos afecta y otro no? ¿por qué determinado mal nos hace reaccionar y otro que puede ser igual de bestia, no? Y ¿cómo tenemos esa capacidad, como decías tú al principio, de anestesiarnos? Yo viví aquí en Madrid en una época en la que había asesinatos frecuentes pero parecía una cosa como normal… Vives tranquilo, y mientras no piensen que te puede afectar a ti pues como que no le das importancia, lo cual es una cosa terrible.
P—Y ¿por qué el caso de Miguel fue distinto?
R—Lo que sucedió es que la gente ya estaba harta. Y esto nos lleva a otra pregunta ¿cuánto se tiene que llenar el vaso? ¿cuánto estamos dispuestos a tolerar de violencia o en este caso de contemplar que algo está pasando para reaccionar. ¿No? Estamos viendo por ejemplo lo que pasa todos los días con los refugiados, y es igual: ¿qué tiene que pasar para reaccionar?
CONTINUARÁ…
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