P—Una de las cosas que trabajas en tu libro son las obsesiones que nos mueven a comportarnos de una determinada manera ¿son las obsesiones las que te impulsan a sentarte a escribir?
R—Sí, totalmente. De hecho es así como escribo. Ese es el proceso. Antes de sentarse a escribir yo creo que uno ya está escribiendo, en la mente. Es una escritura de pensamiento, de ideas, que no es tangible pero que está allí, ocurriendo en la carne. Y en mi caso para sentarme a escribir frente al ordenador tengo que ya haber madurado una obsesión. Es como si fuera un fruto que tiene que caerse del árbol. Entonces, estoy madurando en mi cabeza una obsesión o varias obsesiones que de repente enlazo o conecto, y a partir de eso ya me siento a escribir, con el impulso de esa obsesión que ya está madura. Si no hay ese impulso no arranca para mí la escritura. Y para que haya esa propulsión necesito de esto, de lo que tú me estás diciendo de la obsesión.
P—¿Y cuáles son las obsesiones que te llevaron a escribir «Mandíbula»?
R—En este caso estaba bastante obsesionada con algunos símbolos en torno al miedo. Estaba obsesionada con la metáfora del cocodrilo como la madre, con esta cuestión de Lacan de la mandíbula… estaba obsesionada con la mandíbula, con los dientes; que los dientes son para sonreír pero también son máquinas trituradoras: tienen como este contraste de la belleza y la violencia. Son el horror y también son lo agradable. Puede cohabitar lo mismo allí. Las relaciones entre mujeres me interesaban muchísimo también y los contrastes que suele haber en las relaciones pasionales. Las relaciones pasionales entre mujeres como madres e hijas, mejores amigas, hermanas, etc, etc,… Esas relaciones pasionales, como son pasionales pueden pasar fácilmente de la ternura al golpe. Y esa pasión hace que el devenir de la violencia pueda ser abrupto, y eso también me obsesionaba. Y luego el tema del miedo. El tema del horror a través de las relaciones entre mujeres. El miedo que puede dar por ejemplo la insinuación de una sexualidad no aceptada. Como que te des cuenta de que deseás a otra mujer siendo una mujer. Y estos tabús que están alrededor de las relaciones entre mujeres, cómo colindan con el miedo y con el horror a la excesiva corporeidad, el miedo al cuerpo, a sus fluidos… Y todo esto eran obsesiones que tuve que esperar que maduraran para ponerme a escribir.
P—Y en esas relaciones pasionales resalta tu visión de la familia. No la dejas muy bien parada en el libro…
R—No, yo es que de verdad que pienso que la familia es el monstruo debajo de la cama. Cuando nos hablan de pequeños que hay un monstruo y pensamos que está debajo de la cama, es la familia para mí. A ver, no quiero negar que en las familias también hay cosas positivas, que también las hay, pero pienso que es el lugar del trauma, y ya esa no es ni siquiera mi opinión sino que es una cosa psicoanalítica. Es el lugar del trauma, es el primer lugar de socialización donde aprendemos lo que está prohibido, lo que está permitido, lo que se puede hacer, lo que no se puede hacer. El primer momento en el que empezamos a entender qué es lo que es aceptable para los otros de nosotros y viceversa. Y pienso que también eso es lo que me interesa explorar. No me interesa explorar el lado benévolo de la familia sino precisamente sus zonas más opacas. Me parece que es lo más rico porque es donde normalmente no queremos mirar; queremos crear este discurso de la familia como perfecta, donde se aman todos sus miembros, la protección y tal, pero lo que te hablaba antes, el amor también deviene en violencia. Y la familia yo pienso que sí, nadie va a negar que los padres quieren a sus hijos, pero eso no significa que no los violenten y viceversa, que un hijo pueda amar a su padre y violentarlo también. Es decir, la violencia está en medio de estas relaciones pasionales, y eso es lo que me interesa explorar también.
P— «Mandíbula» puede leerse simplemente como un par de historias íntimas que se entrecruzan pero también, si te pones a rascar puedes encontrar una lectura más profunda que podría representar una crítica frente al sistema que nos conduce y nos oprime, ¿has intentado ofrecer una reflexión profunda sobre esas causas que nos impiden ser realmente libres y felices?
R—Sí, totalmente. Yo creo que ese es precisamente el tema que quise vincular con el horror. Ese horror de la represión, de la violencia en la familia, de las relaciones entre las madres y las hijas de la novela, son relaciones bastante oscuras, bastante violentas. Entonces, hay una crítica en varios niveles: familia, pero también crítica a la educación. También hay un cuestionamiento en torno a cómo educar o qué es lo que creemos que es la educación. Hay también un cuestionamiento en torno a la religión. Y además cómo en ese entorno, que es el entorno en el que se desarrolla la novela, se está tratando un tipo de deber ser de la feminidad y de la mujer. Y cómo estas chicas en el colegio calzan dentro de este molde pero fuera del colegio, donde pueden hacer todo lo que quieran, de repente es como si estallara esto que está comprimido. Entonces necesitan explorar su corporeidad y agenciarse su corporeidad, porque por primera vez, en esos espacios, es suya de verdad. En el colegio sus cuerpos son templos y en el edificio donde ellas practican lo que practican sus cuerpos son todo menos un templo, o por lo menos es un templo a ser profanado; entonces están dispuestas a llevarlo todo más allá. Entonces, sí, sí que me interesaba hacer una crítica sobre todo eso, y estos personajes son mujeres y están reprimidas todas de cierta manera por discursos de la heterosexualidad y un sinfín de cosas más del deber ser de la mujer.
P—¿De qué forma el sistema institucional que gira en torno a la extranjería te ha afectado en la escritura?
R—En «Mandíbula» la extranjería no está tan presente, porque es una novela que transcurre en Ecuador.
P—Pero haces ciertos usos del lenguaje que te ubican en ese territorio de extranjera, independientemente de dónde transcurran las historias.
R—Sí, sí. Aunque la mayoría de «Mandíbula» la escribí estando en Ecuador, después sí ya la terminé acá. Pero es verdad que yo tengo un español que está contaminado, y me gusta que esté contaminado, por todas mis relaciones afectivas. Y la realidad de mis relaciones afectivas es que mi familia es ecuatoriana pero mis mejores amigos son mexicanos, pero estuve casada con un español, ¿me entiendes? Y me gusta mimetizar el lenguaje. A mí no me ocurre esto de que quiero ser reacia manteniendo mi habla, porque sí que mantengo palabras de Ecuador, pero me encanta absorber palabras de otras partes, entonces me nutro de eso, porque me encanta, además. Entonces, eso sí ha afectado mi escritura, para bien yo creo, porque me permite no trabajar con la palabras como si la palabra fuera sagrada, o sea, mi forma de hablar únicamente, respetándola de una forma… no, es que no tengo interés ni siquiera en eso. Lo que me interesa es trabajar con una palabra más, voy a decir esto y va a sonar mal, pero más sucia, es decir, más puerca, más contaminada con todo lo que pueda. Todo lo que pueda contaminar la palabra a mí me va a encantar, es eso. Entonces, la riqueza de las expresiones me da también mucha más amplitud para trabajar con una prosa que a mí me gusta mucho, que es una prosa que respire poesía. Yo creo que eso sí que ha marcado mi escritura.
P—Aprovecho que estamos en un momento en que la literatura latinoamericana está teniendo más espacio aquí en España para preguntarte qué autores latinoamericanos te gustan.
R—A mí los escritores latinoamericanos que más me interesan son Ariana Harwicz, que vive en Francia, me interesa poderosamente su escritura, Liliana Colanzi, Fernanda Melchor, me gusta mucho su trabajo, Samanta Schweblin, de verdad que admiro mucho su trabajo, y es una prosa muy distinta a las otras que he mencionado. Las demás están mucho más cercanas a lo poético en la palabra y en cambio Samanta trabaja con una prosa menos poética pero con unos cuentos que en cambio en su totalidad se convierten en esa fuerza; no es a través de cada oración sino en el conjunto. «Distancia del rescate» por ejemplo me provocó hasta pesadillas. Y es que empiezas a leer y no sabes qué está pasando y te genera esa tensión narrativa que ella sabe manejar muy bien. Admiro como sabe manejar la tensión narrativa. Y esa capacidad de generar ambientes pesadillescos con cosas muy cotidianas me parece realmente interesante. Y yo te diría ellas, son mis favoritas, a quienes yo más sigo. Bueno, también te diría Mariana Enríquez, por supuesto, pero creo que no la nombro porque está tan nombrada y tal, pero sí que me gusta mucho también.
P—Sólo mujeres. ¿Lees únicamente a escritoras?
R—No, leo también a muchos escritores, pero es que ahora mismo son las que más me gustan. Pero claro leo a muchos buenos escritores. Me pasa que en narrativa me gusta más lo que están escribiendo mujeres, y en poesía sí me sigue pasando que sigo teniendo más lecturas actuales de autores hombres. Ah, y a Paulina Flores no te mencioné.
P—¿Escribir es romperse?
R—Sí. Creo que implica explorar fisuras que ya estaban en ti y que a lo mejor las tenías como mal tapadas, como cubiertas. Quizás no es que te rompes escribiendo, sino que asumes tus roturas cuando escribes. Es como quitar eso que está tapando la grieta, mirar la grieta, meter el dedo en la grieta y explorar la grieta, y eso puede ser bastante incómodo. Pero a su vez también tiene algo de placentero, como asumir un cierto control de tus roturas, y es como que sientes, o tienes la ilusión, de que a través de la escritura tienes una especie de control sobre tus dolores, tus pasiones, pues eso te hace sentir un poco más completa, aunque sólo sea una ilusión.
P—¿Y tiene algo de salvación?
R—Yo no creo que la escritura te salve de nada ni te cure de nada. Sí que soy una escritora que piensa que la escritura tiene que ser, por lo menos para mí lo es, un lugar de revelaciones; en ese sentido la ligo mucho con el psicoanálisis, entendiendo el lenguaje como un espacio de construcción de identidad y donde está bullendo el inconsciente, y el lado más salvaje está ahí esperando a ser descubierto. Pero no creo que a través de escribir podamos sanar, pienso que ni siquiera sé como una persona puede sanarse. Yo no sé, yo no he vivido sanación nunca, lo que he vivido es asunción de dolores, pero no me los he sanado nunca. A lo mejor es por mi propia situación vital, que no sé cómo es posible sanarse de ciertas cosas.
Comentarios1
En verdad, me ha gustado mucho
¡Qué bueno, Fernando! Si no has leído "Mandíbula" te lo recomiendo, es un libro maravilloso. Un abrazo y gracias por tu lectura.
Gracias por hacérmelo saber, lo haré. Un abrazo para usted.
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