Todos nos acercamos a la literatura de una forma casi instintiva, movidos por una pulsión y un deseo que no conseguíamos encastrar o satisfacer con las reglas del mundo. Cuando éramos niños no nos preocupaba si este o aquel libro habían sido bien recibidos por la crítica; simplemente los leíamos y si nos gustaban, era suficiente. Le pedíamos a un libro que nos entretuviera, pero no medíamos su calidad literaria no nos poníamos a pensar en si su estructura satisfacía las necesidades del género, etc.
La crítica literaria infantil es irrelevante e innecesaria porque los niños no se fijan en ella, dice Jorge Barnola en este texto que os recomiendo mucho.
Para qué sirve la crítica literaria
El objetivo de la crítica literaria es persuadir al lector de que lea este libro (o que lo evite); es ofrecerle una serie argumentos que le lleven a acercarse o no a un determinado autor. Y esto resulta muy importante y relevante para la literatura de adultos, porque los lectores maduros suelen tener un crítico en el que confían y a quien acuden antes de comprar un determinado libro o animarse con un nuevo autor. Pero en la literatura infantil todo es diferente, ¿de qué serviría escribir largas críticas en torno a una obra con el objetivo de persuadir a los niños si éstos no prestarán atención a nuestras palabras. ¿Acaso se puede persuadir a padres y maestros para que obliguen en los niños unas determinadas lecturas? Estas preguntas se hace Barnola y sobre ellas deambula este texto.
Según Barnola la crítica literaria infantil es insostenible. Como ocurre en todo proceso de comunicación, la crítica se apoya en el sistema de intercambio de mensajes donde hay un emisor, un contenido y un receptor. Dependiendo del tipo de mensaje la comunicación se enfoca desde una u otra perspectiva. En la crítica literaria el protagonista de la comunicación es el receptor y sólo teniendo en cuenta este factor se puede construir una buena crítica, que sirva y que sea consecuente a las necesidad del receptor.
Existe, además, en ese acto de comunicación el deseo de convencer al lector sobre las ventajas de leer ese libro o las desventajas de dejarlo a un lado. El crítico nos muestra un «producto» para que sepamos de qué se trata; pero no se queda allí, también quiere que tengamos de él una opinión que intenta dirigir desde su crítica. Al ser un acto suave y persuasivo donde la violencia no tiene cabida, el resultado es directo y fructífero. Cabe mencionar que una crítica nunca se queda a mitad de camino; si inclina a favor o en contra del libro en cuestión.
La fascinación por la lectura en la infancia
Y aquí surge la pregunta clave de esta reflexión. Teniendo en cuenta que la crítica juvenil se encuentra dirigida a un público adulto (padres, maestros, tutores), y que los verdaderos lectores no sólo no la leerán sino que tampoco les interesa la opinión de los críticos respecto a la obra, el acto comunicativo parece carecer de sentido.
Nos acercamos a la lectura con la fascinación de la primera mirada, que no se encuentra manipulada ni controlada; con el deseo de afanarnos en historias que nos hicieran sentir algo diferente a la realidad. Pero con el correr de los años fuimos perdiendo esa inocencia, esa necesidad de leer lo que cayera ante nosotros y nos dejamos imbuir por las expectativas de un mercado que, generalmente, no nos representa. En este mundo, el crítico literario adquiere una función inestimable al ayudarnos a escoger aquellas lecturas que mejor se amoldan a nuestro criterio, o tomando éste último como si se tratase de un objeto de cerámica y moldeándolo a la medida de sus debilidades.
En este punto cabe preguntarse si es posible que exista una crítica sobre la literatura infantil que sirva de algo. Y ese es uno de los puntos fundamentales sobre los que reflexiona Barnola en su artículo.
La vuelta de tuerca a la crítica literaria infantil
Cuando nos planteamos la idea de literatura infantil y juvenil tenemos que pensar que, en este caso, el crítico escribe no para el lector del libro sino para quien va a comprarlo. El adulto que lee la crítica debe hacerla propia para transmitirla al niño, y aún así, dicha crítica puede caer en saco hueco; porque a los niños no les preocupa lo que se piense de un libro, sólo quieren leerlo, pensarlo, vivirlo.
Aquí mi juicio y el de Barnola se dividen. Mientras él argumenta que la crítica infantil no es necesaria porque puede llevar a que los niños sean obligados a leer textos que no les ofrezcan lo que necesitan y, a la larga, lo único que se obtendrá serán malos lectores, (de ahí la cita que hace de punto de partida de este artículo).
Yo me inclino por reformar la perspectiva de la crítica; enseñarles a los niños a adquirir sus propias convicciones literarias es sumamente importante y pienso que si existiera un mayor esfuerzo por hacer buena crítica infantil se estaría colaborando muchísimo con la forma en la que los niños leen, con su forma de acercarse a la escritura.
Sin duda darle una vuelta de tuerca a la forma en la que se hace crítica infantil y juvenil sería ofrecer una nueva perspectiva a los jóvenes lectores e incentivarlos a adquirir criterio propio en torno a lo que leen y lo que les gusta. Sea como sea, no dejen de leer el texto de Barnola que es brillante.
Comentarios1
Interesante enfoque. Habrá que lerlo ;). Gracias por informarnos, Tes. Un abrazo.
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