A las personas nos suceden libros. Siempre me ha gustado pensarme en función de las lecturas. Desde pequeña, en esa infancia atiborrada de huérfanos rebeldes y de caballos desafortunados, hasta la adolescencia en la que aprovechaba todo hueco en la escuela para sumergirme en lecturas que parecía que no me llevarían a ningún sitio. Hay personas que recuerdan la vida de acuerdo a los sucesos significativos que hayan tenido lugar a su alrededor: nacimientos, bodas, viajes…; en mí, la vida se dibuja en libros, autores, imágenes fabulosas. Por eso, porque me gusta pensarme en libros, la lectura de «La noche y yo» de Juan Carlos Méndez Guédez (Páginas de Espuma) me ha alegrado intensamente. Que los libros nos alegren es importante; que nos recuerden que estamos vivos y que ellos son mucho más que palabras conjuntadas, ciertamente, es una de las mayores proezas que se le pueden pedir a la literatura (y que no ocurre tan a menudo). Fascinada y alegre escribo sobre este nuevo acierto de Páginas de Espuma, que no deja de regalarnos voces cuentistas y cuenteras maravillosas.
La vida son muchos libros dentro de uno
«La noche y yo» es un delicioso libro lleno de frases subrayadas en otros. Una obra que se organiza de acuerdo a las lecturas que viven los personajes y que nos permite echar un vistazo a dos universos: el propio de la vida de los personajes de los relatos y el de las historias que los transforman. Una doble lectura fascinante y enriquecedora que hay que hacer con cautela, para no perderse nada. Dice Juan Carlos que una historia se compone de sus desvíos y creo que esa frase podría servir para explicar lo que tenemos en las manos: historias que nos llevan a leer-disfrutar de otras, caminos cruzados irrigados de literatura y de pasión lectura. En definitiva: ¡una auténtica joya para lectores voraces!
«La noche y yo» comienza con un relato que consiste en un viaje circular. El protagonista a punto de perder a su amada se lanza a las calles de la ciudad donde la amó para revivir los momentos vividos junto a ella. Un viaje que realiza con ansiedad con el deseo de recuperar el pasado y de volver atrás en esa relación, pero que poco a poco se convertirá en una búsqueda personal más que amorosa. A través del trayecto descubrirá que la soledad ha sido siempre su aliada, antes y después de Ainhoa, y que el propio nombre de la chica es un suspiro que le sirve para reinvindicar su propia fuerza-vitalidad. Es ésta una lectura que puede leerse como la búsqueda de aquellos libros que nos cambiaron y nos hicieron estallar de dicha en algún momento: el incentivo a recuperar esa pasión lectora de los primeros años, cuando el mundo era un gran círculo sin aristas. Un cuento circular que se traza a ritmo acelerado y que nos devuelve a la orilla donde las lecturas nos forman.
En el segundo relato conocemos a Sabino: un hombre que sabe que está por morir. Hay en este comienzo una mirada sobre las cosas cotidianas que me parece interesantísima. A diferencia de cómo la literatura ha trabajado temas filosóficos como la muerte, el amor, la locura, en Méndez Guédez la mirada se ve borroneada por la cotidianidad. No hay belleza en la muerte, hay dolor y mugre. Sabino se da cuenta de que va a morir cuando se encuentra en el baño. No hay luces, brillo, ni música. No obstante, por el hueco de la rutina se aparecen los cinco libros que le marcaron la vida y a través de ellos se asoma la belleza-literatura. Esta forma peculiar de combinar lo tosco con lo refinado es uno de los grandes logros en esta obra. También este relato es circular puesto que presenta un viaje a lo largo de la vida de Sabino, de sus amores y de sus rupturas, desde la muerte hacia la vida y «vuelta a casa»; y también en este caso el relato se alimenta de los libros que sirvieron de puntal para el personaje y que son sus únicos-últimos compañeros en el viaje.
Guiños monstruosos
El tercer relato merece un capítulo aparte. Cuando era más chica tenía ataques de epilepsia. Durante mucho tiempo he intentado expresar en estilo las sensaciones vividas en esos momentos, sin conseguirlo. La forma en la que los pensamientos se cruzan, los colores asomándose con una intensidad absoluta, el mundo exterior que se va desvaneciendo: esas sensaciones deberían poder explicarse con palabras; pero sin duda no todos tenemos la habilidad para hacerlo. Ser voz más allá de uno, como diría algún superrealista. Hacía tiempo que, sin saberlo, quería leer un relato como el que cierra este libro.
«La noche y yo» es un cuento impresionante. Es sorprendete el ritmo que le atraviesa: una mujer insomne (puedes verla, sentirla, sufrirla) que quiere dormirse pero no puede dejar de pensar y desear otros lugares, otros momentos. Juan Carlos consigue escribir desde el insomnio pero con una lucidez envidiable. Ahorrarse los puntos y valerse de la coma (menospreciada y tan necesaria para expresar idea de continuidad en la escritura) son decisiones que dotan al relato no sólo de una absoluta originalidad sino también (y esto es más importante) de las herramientas adecuadas para contar una historia conmovedora que se va construyendo al hilo de los pensamientos de la protagonista-narradora. ¡Un relato alucinante que he releído ya varias veces y del que empiezo a pensar que no podré desprenderme!
Nos suceden nombres, libros, editoriales, autores, historias, personajes, círculos. No hay en el mundo de la literatura ningún libro que pueda dejarse fuera las lecturas que moldearon a su autor, y a veces, como en este caso, esos libros se convierten en vívidos homenajes a los maestros. En «La noche y yo» nos encontramos con numerosos guiños a autores muy diversos. Octavio Paz, Julio Cortázar, Martín Romaña, Chuck Palahniuk, Andrés Neuman, son algunos de los que se pasean por estas páginas como anfitriones de las lecturas de Juan Carlos. Guiños que van desde simples detalles hasta frases que, como lector, te obligan a reír o a sentir ese placer sólo comparable al que experimentan los arqueólogos al descubrir una nueva-milenaria pieza. En lo personal, esa vibración profunda tuvo lugar al encontrarme con el monstruo de Vallejo que también es noche en la literatura y luz en la noche, en un enlace muerte-boda sumamente curioso y perspicaz.
Libros y extranjería
Hay también a lo largo de las historias de este libro una mirada a la extranjería. Esa mezcla de nostalgia y dulzura que surge cuando olemos-vemos-oímos algo que nos lleva a otro tiempo. Un viaje a las ciudades de Juan Carlos que pueden ser las nuestras; a nuestras calles de infancia, a nuestras viejas amistades, a las flores que sólo crecían en nuestro barrio. Ciertamente, desde ese punto de vista, el libro permite un viaje circular hacia ese pasado que alimenta el hoy con sus historias, letras y colores. La extranjería como punto de partida y de arribo, para dar pie a una escritura frontal y mestiza que surge en esos lugares-libros donde no existe la patria.
Humor. Ironía. Tristeza. Realismo. Erotismo. Un gran cóctel de formas y expresiones que nos regalan una lectura llena de placer. La literatura no es para lucirse, su deber es contar, es ofrecernos un hueco donde mirarnos y repensar la vida. Pero cuando hay en la pluma un autor capaz de hacer del lenguaje un juego y a modo de plastilina crear formas que nos cambien la forma, lo que tenemos no es un libro, es una obra de arte. Esos son los libros que nos suceden. Esos son los libros que nos deberíamos regalar más seguido.
Ningún lector que se precie de serlo debería pasar por alto esta lectura. ¡Lean «La noche y yo» porque se encuentra vivo de poemas, historias y miradas!
LA NOCHE Y YO
Juan Carlos Méndez Guédez
Páginas de Espuma
978-84-8393-208-7
160 páginas
Papel: 14 €
Digital: 5,99 €
Comentarios1
Qué buena pinta 😉
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