Nos ha nacido un niño. Llora con toda la fuerza de sus pulmones. Es su primer enojo: quiere mamar.
A su alrededor hay vacas y ovejas y bueyes. Se puede sentir en las narices el olor pegaso a boñigas y otros excrementos de los animales. Las bestias que rumian y se lamen las patas también despiden olores. Pero la alegría de la noche pasa por alto esa miseria del pesebre y saluda el olor bienhechor de la leche materna.
Nos ha nacido un niño.
Tiene las mejillas rozagantes y las manitos inquietas.
Duerme plácidamente, y sus párpados cerrados transmiten la paz absoluta que en noches insomnes de angustia, de dolor, de violencia y de desesperación, los hombres y las mujeres del mundo necesitan para dormir el buen sueño. Ah…, si tan solamente se aferraran a la tranquilidad de ese niño que duerme profundamente en los amantes brazos de su madre, María, los seres humanos tendrían más buenas noches y más buenos días y serían menos aquellos momentos desesperados en que la humanidad pareciera tropezar.
Nos ha nacido un niño. Es sano. Es hermoso.
Hay una estrella en lo alto del cielo. Los demás astros del firmamento parecieran replegarse de modo que la luz de aquella estrella cobre todo el sentido de lo que las alturas y el cosmos desean transmitir: la llegada del aguardado, del anunciado, del esperado hace miles de años.
Ella es la guía de los tres Reyes Magos que ante la presencia del pequeño sonríen y cavilan en el futuro del mundo. Le obsequian oro, incienso y mirra.
Bosteza el querubín. Su agraciado bostezo es un cumplido para los ojos curiosos y la predicción de un universo en calma, en paz. Por ese universo él dará su vida, en el madero.
Bosteza plácidamente. Por primera vez se nos enseña que después de terminada nuestra faena, nuestro diario trabajo, el bostezo cubre nuestro rostro y debemos echarnos sobre nuestros lechos para descansar. Que nadie nos perturbe mientras dormimos. Hemos trabajado mucho y ha sido largo y fatigoso el día.
María lo baña. Le limpia los ojitos. El aún no identifica el rostro de su madre, solamente su olor. Parece muy indefenso metido dentro de ese cuerpo pequeño y cubierto con una tela pobre.
Cuando un niño nace hay alegría y lágrimas de emoción en los ojos de los padres y de los familiares. Se brinda por él. Se delira. Se celebra su venida al mundo. Los familiares arman ruido con sus palabras, sus risas y sus felicitaciones. Unos le encuentran parecido al abuelo. Otros al padre. Caen los chistes sobre las comparaciones, y el buen humor corre por la habitación como si fueran convocados todos los elementos de la naturaleza que animan el espíritu del hombre.
Nos ha nacido un niño.
Más tarde será un maestro.
Enseñará a los pescadores a llevar la palabra de Dios al hombre.
Muchos no entenderán lo que vino a decir y se quedarán confundidos ante sus parábolas.
La madre lo encuentra hermoso y está atenta a todos sus movimientos.
Lo cuida. Le dice palabras hermosas. Le canta breves canciones.
Teme que se enferme.
Y será él, cuando crezca, el que cure a los enfermos, a los afligidos de espíritu, a gente como tú, como yo, que celebramos su venida al mundo.
Comentarios1
Celebramos la venida al mundo de un niño que sembró la paz en el universo, ojalá todos reflexionemos sobre la paz que requiere hoy la humanidad y actuemos en consecuancia. Gracias Delfina por tu bello artículo. Dios te bendiga. Atte. Elsy.
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