A mí me duele, y cuánto, las condiciones económicas desparejas de la sociedad. Hay tanta gente que sin haber trabajado en su existencia, se encuentra en una cómoda situación financiera, por no decir riqueza, o abundancia, mientras que otras personas ganan el pan de cada día con un esfuerzo y una humillación que a veces superan los límites humanos.
Aguardo que muchos individuos adinerados puedan entrar en razón, por así decirlo, y empezar a ver la necesidad de su prójimo, y ayudarlo. No estoy fomentando la mendicidad, que es degradante, ni mucho menos. Estoy expresando que hay tanta gente vacía de espíritu que hallará una motivación para su existencia, un estado de gracia, a través de la solidaridad, del gesto desprendido para con quienes tienen tan poco.
Es mejor, y altamente liberador para el espíritu, dar que recibir.
Cuando uno entrega un abrigo a un niño de la calle, observa en él una actitud de regocijo y de alivio. Y quien da, está empezando a darse cuenta de que el mundo ha mejorado un poco, tal vez el equivalente al tamaño de un botón de camisa, pero botón al fin.
No entiendo el egoísmo de la gente.
Y entiendo por qué muchas personas, que dan aún lo que no poseen, se sienten triunfadoras, y duermen el sueño de los justos, mientras otros individuos, mimados por las riquezas, dan vueltas y más vueltas sobre su lecho, a la hora nocturna, y a las tres de la madrugada, y luego los primeros rayos del Sol los sorprende con los rostros demacrados y el corazón presa de la angustia y de la depresión.
Sobrevive tanta gente infeliz por allí, por todas partes, con su ropa fina, sus dedos llenos de anillos caros, sus autos importados, su servidumbre paciente, mas su alma seca y cenicienta va camino, día tras día, hasta la misma tumba.
No creo equivocarme mucho si digo que el buen obrar, el abrirse enteramente al prójimo, humanizará, despertará una nueva conciencia en esa gente que lo tiene todo y a la vez está vacía.
Es amando al prójimo cuando uno descubre nuevas dimensiones de contentamiento.
Cuántos corazones fríos y secos como agujas oxidadas que pinchan la carne propia, cuántas miradas muertas va juntando la sociedad, que saldría de muchos fangos si el egoísmo no sofocara sus sentimientos.
La vacilación en la intención de los acaudalados, en el momento de aportar dinero que puede redundar en beneficio de un bien común, es vomitiva.
Y con cuánta buena voluntad, los pobres, siempre los pobres, dan su aporte, alcanzando, de esta manera, a ser los mejores proveedores de los bienes comunes.
Conozco a una mujer, que inclina su cuerpo sobre una máquina de coser, día tras día, en la pobreza. Todo está en orden en su espíritu. Y la alegría pone medallas de oro en sus ojos.
Cuando uno aprende a sentirse bien cargando el fardo de quien está en necesidades o aprietos, empieza a entender una de las mejores razones por las que ha venido al mundo.
Es cierto que es bueno tener dinero. Pero cierto es también que debería dolernos la abismal diferencia existente entre aquellos que un día comen, y otro día no, y nosotros, que alcanzamos el pan de cada día. ¿Entiende, finalmente, alguien, cuánto importa el pan de cada día en el hogar?
Comentarios2
Gracias por esta aportación, es nacida de un corazón misericordioso.
Gracias por tus palabras !!!
Es que quien no ve la necesidad de su prójimo tampoco ve la sequedad de su corazón. Y a mí me hace muuuuuuuuuuuuucho bien ayudar en lo que pueda a los demás.
Que tengas un precioso día.
Delfina Acosta
Delifina Acosta. Muchìimas gracias. Artìc ulos como este son indispensable en estos tiempos en que el mundo entero se esta sumiendo en una falta de valores alarmantes por la falta de espiritualidad (sin importar el credo) .
Que Dio nuestro Señor, la Bendiga, la guarde y derrame muchas bendiciones en su hogar.
Rafael Merida.
Muchas gracias, señor Rafael Merida.
Que Dios lo bendiga también a usted.
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