Cuando hace un año falleció una de mis hermanas mayores (¿de qué? de cáncer ¿qué otra enfermedad existe?) no quise viajar a Argentina para decirle adiós. Siempre me han resultado absolutamente innecesarias y estúpidas las despedidas. Soy una irremediable convencida de que la vida es esto que tenemos ahora, esto que sentimos y que después, no hay nada; por lo que evito velorios, llantos quejumbrosos y todo roce que pueda darse con la veneración de la muerte y la enfermedad.
Pasó el tiempo y muchos libros; hace poco volví a pensar en todo esto. Cuando llegó a mis manos «Ocho centímetros», de Nuria Barrios (Páginas de Espuma). Lo agarré sin ponerme a pensar en lo que me aguardaba dentro: muerte, cáncer, culpa, locura, pérdida, religión que asfixia, más culpa. A unos pocos centímetros de comenzar (a los ocho, para ser más exacta) recordé a mi hermana y su larga enfermedad, y me di cuenta de por qué era importante ese libro para mí. Porque escribir sobre la muerte es difícil pero hablar sobre la vida que se escapa con la muerte es todavía más complicado; y esa vida que me interesa, a la que persigo desde que tengo uso de razón, se encuentra escondida en estas páginas.
«Ocho centímetros» es un libro que me hizo sentir a gusto con mi decisión de permanecer en el ahora y que me recordó la importancia de la literatura como sustancia sanadora.
Historias retorcidas en el abismo
Religión y tradición son el eje en el que giran estas historias; los fundamentos para que sus personajes actúen de una determinada forma. En la aprobación y la rebeldía a esas costumbres y esos ritos se construyen los diversos conflictos de este libro que no debería faltar en ningún hogar donde se lea y no se lea la biblia.
Una joven que es absorbida rotundamente por el mundo de las drogas, que abandona el hogar de sus padres y se entrega a una vida de excesos y autolesiones. Una familia que atribuye el cambio de «la nena» a sus malas compañías (a su novio, más precisamente) y que es incapaz de revisar la historia y profundizar en las razones verdaderas que pudieron llevarla a tratarse de esa forma; cayendo en un embudo de autocompasión y victimismo. Un pastor que se reúne cada tarde frente a un conjunto de personas desamparadas por el sistema, condenadas a una vida de pobreza y sin oportunidades, y les recomienda el abandono en los brazos de un dios que sabrá cuidar de ellos, porque según él todo puede conseguirse a través de la oración.
Habiéndome criado en una familia que era antes religiosa que amable, antes rigurosa que cariñosa, debo decir que este personaje me ha parecido especialmente detestable: detrás de su amabilidad he encontrado el peso de la religión que obliga a conformarse con el dolor y la pérdida , y que hace de ellos razones sustanciales de la propia existencia. La religión, la iglesia como espacio (y tiempo) en el que volcar las frustraciones y los problemas con la esperanza de que «todo pasará», y si no lo hace, quizá sea lo mejor, son elementos que Nuria Barrios trabaja con una delicadeza inquietante.
Una mujer cuyo esposo está en la última fase de una pancreatitis agudísima y que asume la responsabilidad de cuidarlo, de acompañarlo, de aguantar sus malos días, a cambio de soledad y angustia. Y ese hombre que se pasa la última etapa de su vida leyendo el libro de Job y volcando su impotencia en esa mujer.
Una costurera que aguarda la llegada de la muerte con una tranquilidad alarmante, mientras su hija continúa tejiendo y espera a la nieta de la moribunda que vuelve para despedirse de la matriarca. Una familia sin hombres donde el telar es la máquina encargada de separar a esas dos mujeres de la vida; una distancia que la nieta cruza a brazadas para estudiar en la ciudad, para alejarse de la norma, de lo que se espera de ella. Sin embargo, mientras su madre (Dolores) está sentada junto al cuerpo de la abuela, la joven se sienta a tejer para terminar ese trozo de tejido que hay que entregar prontísimo. Esa imagen me ha parecido especialmente llamativa: veo en esa joven la furia de la libertad en el choque con el peso de las tradiciones y las expectativas; me habría gustado ver el desenlace…
Estas son algunas de las historias que conforman este libro. Ocho centímetros que hablan de la vida real llena de muerte, dolor, enfermedad y de la luz que se nos escapa por despedir a los muertos, cuidar a los enfermos, pensar en lo perdido. Sí, parece que Nuria se apoyara en la luz más que en las sombras; como la lámpara que intenta encender Liam en la familia de Celia. Una luz que parece estar tan escondida y que libros como éste recuperan.
Vivimos en una sociedad que venera la muerte. Nos preguntamos antes el por qué de la muerte que el de la vida, siendo igual de inexplicable. Vivimos atados a los seres que perdimos y no somos conscientes de esos que laten y que hemos conocido y abrazado en el camino.
Muerte bendita, muerte es
Ocho centímetros nos separan de la muerte pero también de la vida. Una niña que nace con ocho centímetros menos en una de sus piernas; sus padres que recorren todo el mundo en busca de una cura, mientras la niña crece, mientras intenta sus primeros pasos. Como último recurso acuden a un pastor que reza por ella y, milagrosamente, la piernita crece. La suerte de Julia es otra; para ella las oraciones no alcanzan. Ocho centímetros que obligan a la fe o a la desesperanza. Ocho centímetros que me obligan a preguntarme ¿qué había de malo en esa pierna coja? ¿por qué nos acostumbramos a perseguir la normalidad, las medidas estándares, por qué somos capaces incluso de confiar en una verdad incierta con tal de no aceptar lo que nos toca?
Aprendemos a temerle a la muerte antes de saber siquiera definir lo que significa la vida para nosotros. Nos acostumbramos a vivir escapando de la muerte y, cuando ella está cerca, nos acordamos de la vida. Por eso Celia persigue fotos, recuerdos, risa; porque necesita sentirse viva. Por eso Claudia tiene el deseo de abandonar a su marido; porque tanto sufrimiento cerca le recuerda que ella también es mortal y que se está perdiendo de vivir mientras teme la muerte de su esposo. Y por eso Julia y su esposo planean sus vacaciones; porque la vida impone su ritmo, su pulsión y, como diría el doctor Ian Malcolm de Jurassic Park, se abre camino.
Cambiar las reglas del juego
Mujeres que se aferran a sus emociones e intentan construir más allá de la herencia; almas fuertes capaces de sobreponerse a lo que el destino tiene preparado para ellas. Ese es el germen escondido detrás de las protagonistas de la mayoría de estos relatos.
Es interesante la forma en la que Nuria plantea esta capacidad humana de liberarnos. Todos tenemos la posibilidad de romper esa soga que nos ata, ese cordón umbilical que nos cortaron al nacer y que, sin embargo, a veces nos parece que todavía nos ata, tensándonos y obligándonos a comportarnos de una determinada forma.
Todos podemos cambiar las reglas del juego pero a algunos les gana el miedo; por eso, ciertos personajes de este libro lo consiguen y otros, no. Ocho centímetros es la distancia que separa a cada individuo de su libertad; ocho centímetros que pueden volverse diez, once, según las decisiones que cada uno vaya tomando con el correr de los años y las experiencias.
Y vuelvo a esas mujeres tejedoras (uno de los cuentos más potentes). Tres generaciones de mujeres solas que se conectan a través del dolor (nunca entenderé el empeño de algunas madres en llamar a su hija Dolores). Tres mujeres: la vieja, Dolores, la joven, capaces de apoyarse entre sí pero sin decidirse a romper con las estructuras sociales del todo… o quizá sí, la joven desea intentarlo.
Ocho centímetros parecen una extensión mínima pero podrían marcar la diferencia entre una vida al servicio de la muerte (de la tradición, la religión, las expectativas ajenas) y una al servicio de los instantes (las fotografías que no mueren, las miradas que nos salvan). Nuria Barrios construye en este libro un trozo de pergamino lleno de luz; un camino tan corto como la distancia entre los ojos y la boca y a la vez tan extenso como la duración de una mirada o de un beso en nuestra memoria.
Mi hermana mayor falleció de cáncer el día de mi cumpleaños (curiosamente: el mismo día en el que nació Wislawa Szymborska -una mujer que supo liberarse de las expectativas sociales-). Mi hermana, con quien ya no mantenía ninguna relación, escogió el día de mi cumpleaños para morirse. Esto pudo tener muchos significados. En su momento pensé en varios, algunos dolorosos y tensos… con el correr de los días preferí aferrarme a la idea de que quizá de todas las historias familiares le había gustado la mía; por eso creo que habría sido una falta de respeto ir a despedirme. El día en que mi hermana murió, yo celebraba la vida: esa cosa inexplicable que experimentamos y que resulta ser demasiado corta y luminosa como para darle importancia a la muerte en su lugar (aunque tampoco a ésta podamos explicarla).
¡Lean «Ocho centímetros» y déjense invadir por la vida que hay en este libro y por la luz pegada a los instantes de estas páginas!
Ocho centímetros
Nuria Barrios
Editorial Páginas de Espuma, 2015
ISBN: 978-84-8393-182-0
184 páginas
15 €
Comentarios2
¡Qué extraña debe ser la"vida" de la persona que comenta !.Llena de prejuicios y de odios.Lo hallo triste. Reb.Moreno
Muchas gracias por leerme y comentar, Rebeca. Entiendo que no compartas mi opinión. No obstante debo decirte que el libro me ha llegado desde la experiencia por lo que mis juicios son posteriores a ella. Siento que te hayan surgido emociones tan feas al leerme porque justamente esta lectura me llenó de paz y de vida y es eso lo que he intentado transmitir con este texto.
Un abrazo y gracias de nuevo por tu tiempo.
Tes
Un placer conocerte!
Fue muy grato leer tus apreciaciones. Algunas de ellas, también desde la experiencia, las comparto.
La vida es un misterio y siento que celebramos la muerte porque es parte de la vida.
Me tientas a conseguir el libro y leerlo
Ojalá algún día te encuentres comentando mi novela, marcho hacia ello.
Ahora claro bien vale celebrar la Vida
Felices Pascua!
Abrazo de luz
Hola, Elida. ¡Muchas gracias por comentar!
La muerte, efectivamente, es parte de la vida por eso creo que asumirla como algo negativo u otorgándole más importancia que a la propia existencia es una triste forma de transcurrir los días que tenemos.
Será un placer leerte y comentar tu novela, así que no dudes en mantenerme al tanto 😉
Un abrazo enorme.
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