Clic. Adjuntar imagen. Clic. Ver correo. Clic. Responder llamada. Clic. Consultar horario. Clic. Clic. Clic. Entre nosotros y las pantallas de nuestros ordenadores y móviles sólo media nuestro dedo índice, a golpe del cual podemos abrir ventanas constantemente para asomarnos a un mundo que nos promete diversión, cariño, información. Un mundo que se caracteriza por su capacidad invulnerable de acumular contenido, de ofrecer imágenes, de recibirnos y de servir como soporte para dar. Pero ¿qué hay de fondo en esta interacción? ¿Realmente somos sólo nosotros y los demás, o hay más elementos en este sistema? ¿Quién gana con mis clics? ¿Con quién estoy colaborando cada vez que decido deslizar mi dedo índice por la pantalla para lamer la imagen que ella me ofrece? Estas son las preguntas que intenta plantear y responder Remedios Zafra en su último libro «Ojos y capital»; un librito ordenado y preciso que acaba de ver la luz a través de la Editorial Consonni.
Conocí a Zafra con «(h)adas, mujeres que crean, programan, prosumen, teclean» (Páginas de Espuma) y me resultó fascinante. No es una autora que publique ensayos, más bien libros empapados de ideas interesantes que están narradas de una forma literaria y cercana. Leerla es acercarse a un lenguaje vivo y lleno de matices y disponerse a pensar justo en aquello que dábamos por hecho. Les recomiendo esta lectura (no tanto de mi artículo que puede resultar monótono y anodino). «Ojos y capital» es una obra en la que Zafra continúa con este trabajo dedicado que viene realizando desde hace varios años en el que intenta pensar en torno a la forma en la que nos influye el paso del tiempo y la incorporación de las nuevas tecnologías en la vida social.
Reflexiones en torno a la ceguera
Los ojos se estiran para ver más allá de los límites; nos conectan con el mundo y se convierten en una herramienta imprescindible para ser en este mundo de cultura-red. Observamos nuestro entorno para capturar aquello que no deseamos dejar pasar, para compartirlo, para darlo, para buscar otros (más) ojos que a su vez encuentren en ese contenido el mérito de cliquear y compartir, hasta que sean tantos los ojos que ven que ya ni podamos saber bien quién comenzó con esa cadena.
«Ojos y capital» es un libro que parte del deseo de interpretar las formas en las que nos relacionamos (o no) las personas al utilizar las redes sociales; y ofrece argumentos contundentes contra la desidia a fin de recuperar conciencia en torno a lo que vemos y lo que nuestra mirada implica. Es necesario que nos detengamos para plantearnos cuánto estamos dado y por qué, y cuáles son los mecanismos que se ponen en marcha cada vez que deslizamos nuestro dedo sobre la imagen e intentamos conectarnos para dar-recibir-pronunciar-aferrar-guardar: este es uno de los ejes centrales que motivan las reflexiones de Zafra.
Siempre me ha gustado la diferencia de matiz que existe entre los verbos ver y mirar. Nuestros ojos nos conectan con el mundo, porque a través de ellos pasa la luz y con ella todo lo que nos rodea, entorno real o ficticio. Ver es poseer sin tener una noción clara de lo que guarda la memoria de nuestras pupilas. Al mirar, por el contrario, tenemos la intencionalidad de acercarnos a algo, observarlo detenidamente, dejar que nos penetre, que nos enseñe y que también nos observe. En Internet ponemos a prueba este matiz; evitando aquello que vemos y a lo que no deseamos acercarnos porque duele y observando con detenimiento lo que deseamos guardarnos, aquello que nos permite en este instante sentirnos vivos.
Sin embargo, la diferencia entre ambos verbos cada día se vuelve más nimia por dos razones. En primer lugar porque vivimos en una época de visibilidad extrema, donde importa mucho ser mirados, no solamente vistos, y debemos buscar la forma de que las miradas de muchas personas se sientan atraídas por nuestro «yo» para lamernos porque es la única forma en la que podremos reconocernos como seres existentes. En segundo lugar, la necesidad de mirar está íntimamente vinculada con el dolor: con lo que no deseamos ver; pero como la necesidad de observarlo todo es tan fuerte, debemos buscar alternativas que nos permitan mirar sin dañarnos: mirar de forma reincidente. Sobreexponernos a imágenes que nos causan un cierto horror nos permite inhibir las emociones porque esa exposición reiterativa de la cosa cruenta provoca que los ojos creen una especie de filtro que encapsula los sentimientos y nos permite comenzar a ver sin mirar.
Este es uno de los puntos que más ha llamado mi atención y que me ha llevado a reflexionar sobre dos cosas diferentes; opuestas, quizá.
Viktor Frankl en «El hombre en busca de sentido» escribe sobre cómo los prisioneros en los campos de concentración acostumbrados a ver la crueldad como algo cotidiano y contra lo que no podían hacer nada, llegaban a disociarla de las propias emociones; al punto de dejar de sentir (no tener una respuesta emocional) al ver muerta a una persona que hasta pocas horas antes se encontraba perfectamente. La necesidad de separar el dolor de las imágenes que lo provocan es, según Frankl, una estrategia de supervivencia. La ceguera del mirar a causa de la sobreexposición y la evasión del dolor.
En una perspectiva opuesta también he ido a Melanie Joy y su libro «Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas» (Plaza y Valdés), donde dice que la forma en la que puede sostenerse el carnismo es ocultando de la vista de los consumidores los mataderos. De este modo, la sociedad no se enfrenta con la muerte y la esclavitud a la que son sometidas esas vidas de las que se alimenta y la estructura económica y de consumo queda intacta. La ceguera del no ver, que evita la toma de conciencia.
Ver y no ver, dos formas distintas pero parecidas de entender la vida; ambas estrategias se enfocan en una sola cosa: sobrevivir. En el primer caso, salvar la integridad y la vida; en el segundo, impedir que se venga abajo la estructura de un sistema que necesita adeptos y no criaturas mirantes.
Hipervisibilidad para existir
Nuestra época es paradójica. Mientras buscamos refugiarnos en una vida virtual para no tener que enfrentar nuestra devastadora rutina, exigimos de ese mundo paralelo que sea lo más fiel a la realidad posible. Por eso cuando deseamos crearnos una cuenta en una red social se nos pide un nombre y una fotografía que respondan a una persona real. Las pantallas tejen así una nueva imagen de lo real; porque al permitirnos jugar con la parte de la realidad que queremos mostrar nos ofrecen la posibilidad también de hilvanar una semificción donde somos protagonistas.
Y en esa realidad virtual la visibilidad es lo único que puede garantizarnos la existencia; y por eso, el que grita más alto tendrá más cuerpo que los demás. Con este panorama se abre una gran brecha entre los «vistos» y los «no vistos»: una nueva y contundente forma que asume la desigualdad en nuestros días. Pero posiblemente uno de los aspectos más preocupantes en este punto es el hecho de que el fluido de contenido en ese dar, producir, tener (ejes que permiten el funcionamiento de la red), se encuentran manejados por personas con una amplia experiencia en el entorno digital pero con carentes habilidades para profundizar en las cosas, detenerse y ubicarse frente a aquello que requiere tiempo y pensamiento para ser. Este es un signo claro de que la forma en la que nos relacionamos tiene mucho de urgencia y de «hoy» pero no apunta a la trascendencia. Cito:
Recordar en un mundo hiperconectado
Las fotografías son en este mundo hiperconectado una prueba de identidad. No necesariamente de lo que somos, sino de la forma en la que elegimos mostrarnos. Son nuestro escaparate para los demás y, a través de sus miradas, son ellos los que nos definen. Pero no sólo ellos sino también el sistema donde nosotros debemos responder a nuestro cuerpo, género, discurso y edad; una sutil castración del ser que se va difuminando al ser invadido de imagen personal y privacidad, como si escogiéramos ese rol en el que nos encontramos inmersos.
La memoria y la forma en la que somos capaces de recordar aquellas cosas que nos han sucedido, hemos leído o nos han contado, es algo que me fascina. Esos mecanismos invisibles que tienen lugar en nuestro cerebro y que hacen posible la fijación de un acontecimiento al que podemos volver cuando lo deseemos para revivirlo, es una de las facultades más maravillosas que nos ha otorgado la vida. Pero esta forma de recordar es posible que esté cambiando a causa del peso que han adquirido las imágenes en detrimento a las vivencias.
Hoy en día, el valor de la experiencia está puesta en las fotografías o vídeos que haya sobre lo acontecido. Por eso resulta más importante recoger cada momento de la realidad a través de la imagen que disfrutar del instante. La imagen archivable tiene un valor agregado: hace posible (es necesaria, más bien) para que muchos otros ojos puedan ver/experimentar mi momento. Al leer sobre esto no puedo menos que preguntarme ¿cómo será recordar para aquellos que no VIVEN, cómo se almacenan los instantes en sus cerebros, quizás en formato jpeg y con una determinada resolución?
Sociedad de consumo de cosas prescindibles
El excedente de información e imágenes es lo que caracteriza a esta sociedad de consumo. Como Zafra expresa en diferentes momentos del libro, esa acumulación de datos que llegan a absorber toda nuestra atención y que consiguen agobiarnos están ahí por algo: para evitar que pensemos y decidamos cambiar las cosas; para impedir la revolución.
Hay en Internet y especialmente en las redes sociales un espacio para cambiar el mundo pero los usuarios, esa masa compuesta por una multitud de personas solas, en habitaciones conectados, están cansadas de las exigencias de la época como para poner en marcha una revolución. Y es que justamente la forma en la que se encuentra pensado el sistema de consumo actual es ese: distraernos, hacernos ruido, obligarnos sutilmente, inducirnos hipnóticamente, para que no podamos pensar en lo que nos gusta y lo que no, lo que queremos y lo que necesitamos.
Y volvemos a la importancia de la visibilidad. Las cosas nunca son lo que parecen. Tenemos la opción de utilizar las redes, pero si no lo hacemos perderemos muchas oportunidades. Hay una exigencia clara: ser vistos. Por eso, no podemos hablar de que la mirada de los otros orientada a nosotros sea una posibilidad en este mundo hiperconectado, es más bien una imposición, dice Zafra; una imprescindible acción a realizar si deseamos ser. Lo que se nos vende como una opción es más bien un deber en el que asumimos responsabilidades y obligaciones. Y aquí caemos en una de las preguntas fundamentales de este libro: ¿Cuánto estamos dispuestos a hacer con tal de ser vistos, por alcanzar la fama (ese minuto de fama tan perseguido por youtubers, blogueros y aficionados a todas las redes sociales existentes)?
Suena lógico y coherente pero ¿cómo es posible que el juego siga su curso y nosotros vayamos adjuntos?, me he preguntado en diversos momentos de la lectura. Para ello hay una respuesta clara: ese carácter prescindible es lo que nos atrae y lo que nos lleva a probar. Y lentamente o de forma vertiginosa, según cada caso, nos vamos dejando hechizar por los compromisos derivados de nuestras acciones en Internet, y caemos en aquello que Zafra define como el hábito de lo prescindible. El resultado es que, mientras por un lado conseguimos ser, porque vivimos en una sociedad en la que el valor depende de lo acumulado y visibilizado; por el otro, decidimos (cerrando los ojos) quedarnos callados/ciegos/inmóviles/presos y alejarnos de nosotros mismos y de los otros (los verdaderos otros) rechazando toda crítica, todo razonamiento.
Creo que leer este libro puede ser una excelente forma de atrevernos (¡aplaudo la valentía de Zafra por publicar un ensayo que no busca precisamente la visibilidad!) a mirar (no sólo, ver) de verdad el mundo que nos rodea y comenzar a tomar decisiones. Encontrarán en estas páginas una intensa reflexión que busca un punto de vista «menos dócil y por eso más significativo» acerca de la realidad-real-virtual que caracteriza a esta sociedad de consumo.¡No la dejen pasar! Clic. Leer «Ojos y Capital».
Ojos y capital
Remedios Zafra
Editorial Consonni, 2015
ISBN: 978-84-16205-07-3
200 páginas
12 €
Comentarios1
Wuau! No he podido dejar de leer y releer este artículo de un tirón. El libro toca un tema vital de nuestra sociedad. Tes, solo con tus apuntes ya podemos ponernos a feflexionar en torno a la "Ceguera".
Felicitaciones por tan interesante y bien hilvanado artículo.
Un abrazo.
¡Ohh! Qué bueno haberte cautivado tanto. La verdad es que uno de los ensayos más ricos que he leído últimamente. ¡Te lo rerecomiendo! Un besazo.
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