Si en la primera parte de nuestra charla Olalla Castro Hernández se explayó respecto a su forma de entender la poesía, en esta segunda va un poco más allá y nos cuenta de qué forma supo encajar los breves sonidos, propios de la vida cotidiana, en un discurso no sólo estético sino que apostara por una revisión de las jerarquías sociales y culturales.
Hablamos sobre feminismos, sobre sus autoras favoritas y también sobre un poema maravilloso incluido en «Los sonidos del barro» (Editorial Agua clara) que se titula «Huir de nuestra herencia» (los nombres también son importantes). Si te has perdido la primera parte, puedes leerla aquí.
P—¿Está la profundidad del lenguaje en los sencillos sonidos onomatopéyicos de la vida?
R—Yo concibo la onomatopeya como entre-lugar, como espacio intermedio entre el sonido y la palabra, como algo que se sitúa entre la realidad material y la abstracción lingüística, que trata de devolver el lenguaje a sus orígenes (esa serie de avisos y señales que imitaban los ruidos de la naturaleza). El lenguaje, con el tiempo, se convirtió en correa de transmisión del inconsciente ideológico del poder, naturalizando su lógica (la regla gramatical por la que el masculino subsume al femenino es un claro ejemplo de ello) y, por tanto, perpetuándola. Ese intento de ir hacia atrás en la lengua y regresar a las palabras-ruido que señalaban las cosas de modo inocente, pretende, no ya burlar el poder que circula en el lenguaje (cosa imposible), sino mostrarlo, desvelarlo.
P—Hay mucho de música y mucho de opresión en los poemas. ¿Es la poesía el género que nos permite aunar aquellos elementos de la vida que parecen contrapuestos?
R—La poesía es el género perfecto para la síntesis de realidades aparentemente irreconciliables. Mis poetas favoritas convierten la experiencia lectora en algo atroz y bellísimo al mismo tiempo, algo que a la vez te devasta y te repara.
P—“Alejandra sisea versos-barro”, dices. ¿Qué le debes a Pizarnik?
R—Tengo una deuda con todas las que vinieron antes de mí, con todas las que allanaron el camino e hicieron posible que hoy yo pueda sentarme frente a este ordenador y teclear palabras. Desde esa Austen que escribía en el salón de su casa, escondiendo los folios cada vez que aparecían familiares o visitas, y esa Virginia Woolf que, con valentía, señaló la necesidad de que las mujeres escritoras tuviéramos habitaciones propias, a las Pizarnik, Plath o Sexton que convirtieron el peso del mundo sobre sus hombros, su dolor en poesía y nos enseñaron que, para escribir de verdad hay que pincharse.
P—¿Quién te acercó a la poesía? ¿A qué poetas relees con el mismo entusiasmo del primer día?
R—Me acerqué a la poesía leyendo casi exclusivamente a hombres y descubrí la poesía que verdaderamente me interpelaba y me interesaba al comenzar a leer a mujeres. Releo con el mismo entusiasmo que cuando las hallé a Emily Dickinson, a Pizarnik, a Rosario Castellanos, Sor Juana, Maya Angelou, Marina Tsvetáyeva, Wislawa Szymborska, Anne Sexton, Sylvia Plath, Adrienne Rich, Margaret Atwood, Herta Müller, Chantal Maillard, Juana Castro, Julia Uceda, Paca Aguirre, Concha García, Clara Janés, Ángeles Mora y a muchas otras que seguro me dejo en el tintero.
P—¿Qué opinas de que desde la teoría literaria se intente definir o encausar lo que es la literatura feminista?
R—Bueno, es normal que la teoría literaria intente definir, catalogar, describir y teorizar la literatura feminista. Es su trabajo. Y desde la crítica feminista se han elaborado propuestas teóricas muy interesantes, como las de Rosario Castellanos, Ellen Moers, Kate Millet, Julia Kristeva, Hélène Cixous, Sandra Gilbert y Susan Gubart, Mary Eagleton, Adrienne Rich, sin hablar de los textos clásicos de Woolf y Simone de Beauvoir. Yo soy una apasionada de los metadiscursos. Incluso me definiría como una friki de la teoría literaria. Lo que sí que me parece peligroso, y entiendo que por ahí iba tu pregunta, es que ese afán por clasificar termine cortando las alas al discurso poético, encasillándolo o reduciéndolo a estereotipos que pierdan de vista la complejidad irreductible de todo texto, que siempre rebasa cualquier lectura que hagamos de él.
P—¿Se puede ser feminista sin estar en contra del capitalismo?
R—Estrictamente, sí que se puede ser. Hay toda una corriente burguesa e institucional del feminismo, que de hecho es la imperante. A mí ese feminismo ni me sirve ni me interesa, pues jamás será una herramienta transformadora o revolucionaria. Creo que hemos de apostar por un feminismo que trabaje desde la intersección de los tres ejes de opresión principales (género, clase, raza), claramente de la mano del anticapitalismo y el antirracismo/anticolonialismo.
P—En “Huir de nuestra herencia” postulas la dificultad que hemos tenido las mujeres de entender el cuerpo como herramienta fundamental de lucha. ¿Lo hemos entendido realmente?
R—Bueno, en realidad, me asombra (y me encanta, porque demuestra que toda lectura en un acto maravilloso de reescritura) esa interpretación de “Huir de nuestra herencia”, que no fue escrito en principio con esa intención, sino con una perspectiva existencialista más general. Con él traté de explicar cómo a veces intentamos huir de eso terrible que nos configura como especie sin entender que es lo que somos, que dejarlo atrás supone dejarnos atrás a nosotras mismas, nuestros cuerpos.
P—¿Sirve la poesía para luchar contra la opresión del patriarcado?
R—Bueno, cualquier discurso que señale las trampas con las que el sistema construye nuestras subjetividades sirve para luchar contra ese sistema. La lucha en el territorio del lenguaje es necesaria, pero no puede hacernos olvidar que es imprescindible acompañar esa disidencia en lo discursivo con una militancia real, fuera de los textos, en las calles. Nuestro compromiso con cualquier discurso revolucionario (feminista, anticapitalista, antirracista…) tiene que trascender, en mi opinión, el espacio de lo simbólico y/o lo virtual.
P—¿Debemos verbalizar con más insistencia la mugre y los silencios sistemáticos?
R—Yo creo que sí. Hay quienes opinan que no, y confunden una literatura oscura, dolorosa, que pone sobre la mesa el vacío que nos rodea, con una literatura quejumbrosa o victimista. Para mí, sin embargo, la literatura que merece la pena es la que durante un instante te arponea y te ahoga, para luego salvarte (por eso en absoluto significa que no haya luz en ella, amor hacia la vida o belleza).
P—¿Te ha servido la escritura de “Los sonidos del barro” para restañar las heridas?
R—La verdad es que su escritura pretendió ser una catarsis, pero lo cierto es que durante un tiempo fue un libro que, cada vez que lo leía en presentaciones y recitales, actuaba como un conjuro o una maldición que me devolvía a la tristeza y la desesperanza, al estado de ánimo que me llevó a escribirlo. Por fortuna, con el paso del tiempo he logrado distanciarme de él lo suficiente como para disfrutarlo. Así que sí, parece que al final ha acabado restañando las heridas.
P—Muchas gracias por tu tiempo.
R—Muchas gracias a ti, no solo por tu generosidad conmigo y con mi obra, ni por prestarme este espacio maravilloso para hablar de cosas que siento como fundamentales, sino por la calidad enorme del trabajo literario que haces, por los libros y autoras/es que nos descubres y por esas críticas tuyas, que son como dardos acertando en el centro mismo de la diana.
Comentarios1
Muy buena entrevista , y Tes,espero que algún día comentes mi Libro de cuentos, Historias de la Calle. Espero tirar uno muy pronto.
Muchas gracias, Edna. Será un placer leerte.
Un abrazo.
Gracias,Tes.
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