En una entrevista la escritora Ana María Moix dijo que de su generación hay muchos que critican que se quedasen hasta altas horas en bares, bebiendo y tertuleando. Eso es cierto, pero también lo es que pocas horas más tarde esos apasionados lectores estarían fundando editoriales, publicando libros innovadores, en definitiva, haciendo que la literatura creciera y se diera a conocer.
Y sí, la bebida ha acompañado la vida de muchos autores, pero no por ello ha diezmado sus cualidades artísticas. Así lo vimos con Jane Bowles, Ernest Hemingway y Elizabeth Bishop. Hoy nos adentramos en la relación que Oscar Wilde mantuvo con la bebida.
El absenta afina la mirada
Oscar Wilde aterrizó en un mundo incomprensible el 16 de octubre de 1854 en Dublín (Irlanda) y demostró desde pequeño un gran interés por el lenguaje y la comunicación. La vida lo fue llevando hasta convertirlo en un importante dramaturgo de la época, lo que le permitió gozar de prestigio y un pasar acomodado.
Pero a la vuelta de la esquina estaba aguardando la desgracia y después de haber pasado por un juicio lamentable al que le siguieron dos años de cárcel, murió en la más absoluta miseria en la misma París que le había loado y que se había beneficiado de su arte. A mitad de camino entre la caída del vientre materno y el regreso a lo más hondo de la tierra estuvo el absenta, un licor delicado que le ayudó a mirar el mundo desde otra perspectiva y puede que, a potenciar sus dotes como literato.
Wilde se sentaba en el Cafe Royal (Ubicado en la calle Regent Street de Londres, y que cualquiera que visite la ciudad debe pisar) y se pasaba allí horas; charlando con la gente (porque era un excelente conversador) y bebiendo. Y lo que simplemente comenzó como una forma de huir de la realidad, más tarde se convirtió en su rutina que lo fue abduciendo y llevando lentamente a la ruina.
Algunos afirman que no sólo el absenta tentaba a Wilde, además consumía opio. Pero ni en sus peores estados, Oscar pudo ser un mal escritor. Tal es así que continúo escribiendo obras que luchaban contra esa cerrazón moral y social de la época victoriana y buscaban dar luz a un mundo enviciado de prejuicios.
La desilusión de Wilde
Wilde escribía con una pulsión muy auténtica. Al acercarnos a sus obras, tanto a su teatro como a su única novela «El retrato de Dorian Grey», nos encontramos con un intenso esmero del autor por dar a sus personajes un bagaje emocional contundente, del mismo modo que los usa como títeres para denunciar algún aspecto torcido de la sociedad en la que viven.
A Wilde le debemos muchísimas e interesantes historias pero quizá hay algo de lo que se habla poco y es sin duda una de las mejores causas en las que luchó Oscar: la edición de la primera revista en la que había un espacio para las mujeres, «The Woman’s World». Si bien autores como Joyce utilizaron este trabajo para tildar a Wilde de «bufón de la corte» es importante señalar que esta revista tenía un corte de intelectualidad; más allá de mostrar la realidad desde un punto de vista superficial, intentaba salir en defensa de un tipo de mujer valiente, no resignado. Y aprovecho para recomendarles este texto sobre el Wilde editor que nos revela muchísimo del autor anglosajón.
Pero lo que lo mató a Wilde no fueron los dos años de cárcel, ni tampoco el tener que huir del mundo por saberse no reconocido como persona. No, tampoco fue el absenta. Lo que realmente terminó con su vida al provocarle aquella meningitis cerebral que fulminaría su cuerpo, fue la decepción de la sociedad inglesa y parisina, a las que creía avanzadas, desprejuiciadas y libres. Fue el descubrimiento de que nada es lo que parece y que ante la estrechez humana no hay nada que la literatura pueda hacer. Lo que le mató fue el haber vivido, porque entonces ya no tenía nada de qué escribir; porque así lo había dicho:
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