Pablo García Casado es serio, pero tiene unos ojos chispeantes que parecen querer decir mucho más que lo que su boca se atreve. Así es también su escritura, llena de recovecos por los que asomarse para encontrar un universo bien construido y una poesía parca en sentimentalismos pero llena de significado y de autenticidad. Después de una brevísima presentación comienza a hablar sobre la importancia de ser ecológicos a la hora de escribir, para desembocar en lo que para él implica la paternidad. En esta última parte nos habla sobre sus lecturas y su relación con Cernuda.
P—¿En qué sentís que te ha servido este libro tanto en lo personal (para canalizar las situaciones de dolor e incomprensión) como en lo literario (para crecer como escritor)?
R—Mira, no lo tengo muy claro. En mi caso, en el año 97 publiqué un libro que se llama «Las afueras», tiene una muy buena producción. Aquello fue como probar las oposiciones de funcionario de poeta. A mí me quitó muchísima presión porque supe que a partir del tercer libro iba a escribir lo que yo quisiera.
P—¿»Las afueras» no fue algo que realmente desearas escribir?
R—Sí, por supuesto. Pero cuando yo escribí «Las afueras» pensaba que ese libro no se iba a publicar y fue aquella historia magnífica del joven desconocido que de pronto se hace conocido. Y aquel libro salió muy bien, si hasta el día de hoy la gente lo sigue leyendo; quiero decirte que es un libro que sigue vivo. Pero sí que creo que para mí encontrarme con la escritura significa, sobre todo desde hace ya varios años, el no tener la presión de tener que escribirlo. ¿Qué ocurre? Que yo me siento seguro porque creo que estoy haciendo un buen libro. Y porque creo que el libro se entiende y que voy a encontrar interlocutores. Y el libro en principio se recibe bastante bien. Quizá porque yo estoy haciendo cosas que no están muy dentro del discurso genérico; no digo que esté haciendo nada extraordinario: mi libro no es ciencia ficción ni nada de eso pero creo que compite poco con otras áreas. De hecho, han dicho es que estoy en una cierta periferia respecto al discurso realista contemporáneo moderno.
P—Y sobre esa etiqueta que te han puesto de formar parte de la «Literatura Sucia» ¿qué opinas?
R—Es que en un primer momento bebíamos mucho del realismo sucio porque estábamos un poco cansados de ese almíbar adyacente que tenían todos los poemas.
P—Pero el utilizar un lenguaje más coloquial o más de la calle no es lo único que hay que tener en cuenta. Por ejemplo, este libro se encuentra amalgamado de una forma casi artesanal, y justamente el realismo sucio se caracteriza por la desprolijidad en el lenguaje, ¿No?
R—Sí. Pero el planteamiento que yo hacía era más minimalista y se adaptaba más al concepto del dirty realism que nació en Estados Unidos. Porque habla del minimalismo y de la utilización de los menos recursos retóricos posibles. Lo que hace que hay un cierto feísmo despojado, ¿no? Entonces, en el dirty realism las cosas están como a medio hacer, como sin terminar… Y yo también estoy por una adjetivación muy parca y casi nominal.
P—Pero fíjate que justamente a pesar de ir a lo mínimo, he notado que en este libro haces un uso del lenguaje muy cuidadoso. ¿No lo ves así?
R—Sí. Es que este libro está hiperconstruido y «Las afueras», también. Porque la exactitud y la precisión en el discurso es lo más importante. Si tú tienes que tirar una flecha tiene que estar muy bien afilada la punta y tienes que disparar muy fuerte: esto significa que tienes que ser muy preciso y tiene que doler mucho. Mi hermano trabaja en un laboratorio que me encanta el nombre; se llama, Mínimo Incisivo. Se trata de que la aguja penetre lo más posible en el menor tiempo posible; la cirugía mínimo invasiva. Se trata de que sea lo más eficaz posible y directa; y me parece que es muy interesante ese concepto. La escritura, la poesía en concreto, lo que nos diferencia de la narrativa, es esa capacidad sintética; de hacer síntesis y de recoger y anudar bien los significantes y abrir los significados. Y los escritores tenemos que jugar con la necesidad de ser eficaz.
P—Y con respecto a tus referentes. Cuando leí este libro imaginé que eras un lector de aforismos. Te veo en una poesía que está entre la narrativa aforística y la poesía porque intentas depurar de lirismos los poemas. ¿Lees aforismos?
R—No soy un lector favorable a los aforismos en general. Porque los aforismos, la gran mayoría, son situaciones mal resueltas de ingenio. Es decir; hay aforismos que te destrozan, pero a mí me interesa el aforismo no como la exaltación individual del talento de un tipo, la gracia o el ingenuo de alguien; me interesa el aforismo por lo que no cuenta; me interesa por la vocación fragmentaria del aforismo; porque sean, casi conversaciones interrumpidas y porque puedo asomarme a lo que no veo. El resto de aforismos: peinaditos, cerraditos, son ingenios, juegos florales para mí. Y me parecen de un poco respeto hacia el lector, porque le estás vendiendo apuntes en sucio que no te has atrevido a resolver. Es un poema mal acabado. Entonces, un aforismo tiene que destrozar, tiene que apabullarte y, sobre todo, no debe de engañar. Y la mayoría de los aforismos, y por eso no soy un gran lector y sospecho siempre, me parecen tomaduras de pelo. Pero también hay buenos libros de aforismos, como por ejemplo el último de Eduardo García me parece un libro de aforismos extraordinario. Y como él hay otra gente que se lo trabaja y que quiere decir otras cosas.
P— Entonces, retomando la pregunta ¿a qué lecturas sueles recurrir: poesía, narrativa… tienes alguna preferencia?
R—Procuro no leer. Si hay una cosa que he aprendido es a no leer. Tengo un problema con la lectura y supongo que le pasa a todo músico cuando escucha un disco, ¿no? me pongo a escribir el poema yo también. Me fastidia profundamente leer poesía porque no me relajo en absoluto. Estoy con la espada extendida.
»La narrativa me engancha más porque te dejas llevar un poco. Me gusta la gente caradura, alguien que tenga una cierta impostura y se atreva a hacer cosas. Y que, de alguna manera, se atreva a querer resolver cosas, aunque luego no las termine. A mí me interesaba mucho, sobre todo la poesía norteamericana porque estaban pasando cosas en Estados Unidos y nosotros no nos estábamos enterando, para mí son muy importantes las traducciones en la formación del lector. Me pareció muy importante asomarme a la literatura de Vallejo, por ejemplo. Yo leía a Vallejo y quería ser él. Yo me cambiaba con muchísimos escritores. Quería ser Juan Larrea; quería ser Federico García Lorca. Quería ser todos aquellos que se atrevían a abrir campos. Esos son los escritores que me interesan: los que están en ciertos limites del significado, los que intentan atraer hacia la poesía territorios que no le pertenecen. Yo quería ser esos escritores que querían construir algo importante.
»Y ahora estoy teniendo algunas lecturas de vuelta. Por ejemplo, estos años atrás he estado leyendo mucho a Góngora. Es que siendo de Córdoba, por cuestión natural, tienes que despreciar a Góngora porque es una cuestión de principios; así como si eres argentino tienes que despreciar a Borges. Y dices: ¡No me hables de Borges! Pero con los años, vuelves a leer a Góngora y dices ¡Qué bueno es; no puede ser!
P—¿Y Cernuda?
R—El Caso de Cernuda es que yo me quedé muy pillado con la biografía de Antonio Rivero, porque aunque todo el mundo sabe que la pasó muy mal pude descubrir hasta qué punto lo pasó mal, hasta qué punto estuvo solo y exiliado de sí mismo, y hasta qué punto él tuvo gran parte de la responsabilidad de ser lo que es. Porque la verdadera infelicidad de Cernuda no estaba en los distintos exilios que tuvo sino en el exilio interior que tuvo desde que nació. Y es que tú te pones a leer a fondo los poemas de desamor de Cernuda y es que son desoladores, son de no levantarte. Están bien hechos; es decir, son correctos.
»Cernuda era una persona triste por principio y hay muchas elipsis en su poesía que son fruto de sus propias contradicciones. Si tú no te atreves a asumir la homosexualidad, ni siquiera contigo mismo, sin embargo la vives a diario y en tus poemas te atreves a contarlo… A lo mejor en el 2015 no tendría problemas, y sería una persona feliz, pero yo sospecho que no. Sospecho que si Cernuda hoy tuviera 44 años seguiría siendo infeliz; por otros motivos. Seguramente estaría en Chueca y toda la historia; pero sería una persona triste por principio.
P—Es que en el fondo su verdadero problema era su infancia… iba y volvía una y otra vez…
R—Sí, vuelve a su infancia siempre. Y yo creo que es una actitud bastante regular. Porque además de la infancia pasan muchas otras cosas. Eso de que si tu madre no te puso música de Mozart te conviertes en un bellaco… ¡A ver! Si fuera así, los hermanos de una misma madre serían todos iguales, por una cuestión de lógica. Pienso que se abusa de la infancia como elemento dinamizador de esto. Seguramente en Cernuda la infancia fue importante; pero yo creo que se engañaba si quería ir otra vez a buscar esa arcadia feliz del sur; que, además, biográficamente, quedó demostrado que tampoco lo fue.
P—¿Y el motor que te ayudó a conectar la vida de Cernuda con la de tu hijo (en el poema «Pensando en Cernuda») fue su soledad, su abatimiento?
R—Sí. De tu hijo lo único que quieres es que no sufra. Y lo que nos dijo el médico fue maravilloso: «nada es definitivo. No se resignen a que su hijo va a ser autista». Los seres humanos tenemos la enorme capacidad de transformar nuestra realidad y yo creo que la realidad está para cambiarla. Tanto la realidad personal como la política.
»Y si tu hijo tiene un problema tienes que intentar arreglarlo y no resignarte. Se trata de que tú tienes que luchar día a día para que tu hijo no sea un problema para sí mismo fundamentalmente. Para que tu hijo no sea el peor enemigo para sí mismo, como lo fue para Cernuda. Y que no te quedes anclado en la melancolía de lo que no pudo ser.
P—Y más que ver a tu hijo te estabas viendo a ti mismo frente a esa situación…
R—Sí, y lo que yo me estoy diciendo es «no quiero que le pase esto. No quiero que mi hijo sea un extraño de sí mismo». Y por supuesto, y en esto he sido decididamente militante, estoy absolutamente en contra de la melancolía y muchísimo más de la melancolía anticipada. Es decir; la melancolía está para el que se la pueda pagar. Si te puedes pagar la melancolía, estupendo: porque vives de puta madre y te mantiene tu madre, lo que sea. Los currantes no podemos ser melancólicos, y sobre todo cuando tienes una situación que abordar inmediata, urgente, como es tu hijo, o en el caso social, cuando es tu país el que está en juego. España no se puede permitir el lujo de ser melancólica o ser adolescente.
P—Y a eso te refieres en ese poema, «Media España» cuando dices esté es el tiempo de construir el país para nuestros hijos… (*)
R—Sí, y quien dice media España puede decir media Argentina, media Bolivia… Quiere decir que tú lo que no puedes es asumir la posición posadolescente de decir que esto no tiene arreglo. Y la única forma de salir de las situaciones difíciles es trabajando, cada uno en su papel. El filólogo por ejemplo, justificando su sueldo trabajando de forma responsable; no estudiando a un poeta barroco de tercera. ¡Comprométase con su tiempo, coño! Preocúpese por trabajar la poesía contemporánea y, si no le gusta, critíquela. La única exigencia es que trabajen. Yo sigo siendo un poco Volteriano; me parece que las cosas se pueden mejorar. Y es que yo no puedo resignarme. Tengo una responsabilidad con mis hijos y la única herencia que puedo dejarles, aparte del apellido, es una actitud. Yo no puedo entregarle a mi hijo una actitud de derrota.
P—¿Y con respecto a la poesía estás trabajando en algo?
R—No; me estoy tomando unas generosas vacaciones. Bueno, ya habrás visto que la producción literaria mía es bastante escasa.
P—Claro, lo que publicas, pero escribirás más cosas, ¿no?
R—No. Yo no escribo otra cosa que lo que publico. Porque lo que no merece estar en un cajón no merece estar en un libro. Voy tomando apuntes y cosas pero creo que cuando uno termina un libro debe plantearse seriamente si dejar la literatura. Me parece importante escribir cada libro como si fuera el último y no guardarse nada.
P—¿Y te has quedado satisfecho con el libro?
R—Sí, yo estoy muy contento con el libro. Creo que se lee bien y que responde bien a lo que yo quería contar con la literatura, con lo que yo creo. Y sí te digo que creo y me parece interesante que es importante escribir un libro como si fuera el último de tu vida, no dejarte nada. Como si fuera el libro definitivo. Y yo me siento a escribir un libro, ni escribo narrativa, ni hago aforismos… Yo no hago nada más que poesía y este tipo de poesía.
P—No lees, no escribes… Comienzo a preguntarme qué he venido a hacer aquí…
R—Claro. No me gusta escribir. Leer me pone nervioso…
P—Pero algo te dará la escritura…¿Cuando escribes qué sientes?
R—Pues, casi siempre bastante nerviosismo, bastante insatisfacción y bastante cabreo. ¡Vamos a ver! La sensación de acabar un poema está muy bien. Eso mola mucho. Pero es que hay una satisfacción general de que no puedes contar lo que quieres contar; porque te sobran cosas, porque te faltan cosas, porque escribes sobre cosas que no tienes muy claras. Pero creo que debería ser un proceso menos traumático, algo más sencillo y cada vez me resulta más difícil. Pero es que necesitas una lealtad con la palabra definitiva. Seguramente uno sabe lo que no está bien pero más difícil es acertar con lo que es.
»Yo hay cosas que no logro escribir. Porque no he sabido. Y la escritura exige ante todo, una honestidad; un decir «no sé». Y si hubiera más escritores que dijeran «No sé» estarían las librerías más vacías y los árboles vivirían más. Habría buenos libros nada más. Porque el exceso de información es ruido.
(*)El poema al que hago referencia es «Turn», y la frase: «Quiero decirle a mis hijos: aquí tenéis la mañana, es toda vuestra, sin duda os pertenece».
Se despide la tarde en Córdoba; el patio de la Filmoteca está en penumbras y yo me voy de este bellísimo edificio con la satisfacción de haber podido conversar extensamente con Pablo García Casado, una de las voces más relevantes de la poesía española. Aunque escriba poco, aunque no se sienta conforme con la literatura que se está haciendo o, precisamente por eso. Porque quizá sea su firme resistencia a adoptar una actitud derrotista tanto en lo que se refiere al panorama personal e íntimo como al político lo que lo vincule indiscutiblemente con la literatura, y la razón por la que todos deberíamos leer su último libro «García». (El próximo viernes no se pierdan la reseña de esta maravillosa obra en Poemas del Alma).
Los invito a leer el resto de la charla en los siguientes enlaces:
Entrevista a Pablo García Casado (Primera Parte)
Entrevista a Pablo García Casado (Segunda Parte)
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