Recientemente me vino a la memoria una exposición, curva, nostálgica y glamorosa, que se celebró en el madrileño Círculo de Bellas Artes. Piernas de Cine. O sea, que de cartel en cartel y fotograma en fotograma, una colección de extremidades célebres, desde las felinas de la Turner a las más actuales y elásticas de Kim Bassinger. Por medio, las turgencias sedosas de otras muchas divas. Piernas. Piernas de leyenda. Piernas no por ello más bellas, pero sí investidas de la atracción y la irrealidad de lo ensoñable. ¿Fuego en los ojos?. Tal vez no, pero sí una quemazón amenizada por la voz, toda sugerencias, puro terciopelo azul, de Ava Gadner. Mito.
Las piernas, las femeninas, claro (las de ellos, aún no sobrevenido el furor balompédico de las pantorrillas aseguradas, andaban por entonces de tapado entre pantalones, túnicas y alguna que otra polaina), se elevaban a la categoría de arte, de arte bello y curvilíneo como la línea del horizonte cayendo el ocaso, siendo que el arte sea lo que de verdad sobre ellas se sostiene. Aunque, obvio, sobre lo cual caben variados pareceres. Entre otros, que la sensualidad predomina no sólo entre los sentidos, sino además en el intelecto. Lo mismo así, transcendiendo las piernas, la mirada reinventa el lugar donde éstas convergen, tanto sea en forma de convexidad carnosa como de concavidad disimulada por un tapiz diminuto. Faz y envés. O casi.
Cuando SAFO escribía que «así las cretenses con pies delicados / en torno al altar hermoso bailaban / buscando la dulce flor de la pradera», no hace sino evocar la magia ritual de las piernas, su fulgor propiciatorio. Lo mismo que cuando BUKOWSKI, en su relato Un hombre, pone en boca de George, el protagonista: «He echado de menos tus piernas, Connie. De verdad que las he echado de menos. Me gusta cómo llevas esos tacones altos… Los tacones altos modelan la pantorrilla, el muslo, el culo; imponen ritmo al andar. ¡Realmente me ponen cachondo!». Puesto al contraste, Ramón J. SENDER, en su Carolus Rex, relata que un fabricante zamorano de medias envió en una caja trescientos pares a la reina, esposa de su majestad Carlos II. Una de sus damas se negó a recibirlas, exclamando airada: ¡La reina de España no tiene piernas!. Como se ve, el asunto oscila entre lo libidinoso y el más pacato decoro. O a saber. Pero unas medias de seda, con la costura bien recta, dando verticalidad y longitud interminable a una pierna, es algo que entra de lleno en la mitología. Como Tántalo. Otros dirán que en el fetichismo. Depende de la formación o del recato.
Antes de que tuvieran una realidad cinematográfica, las piernas ya habían adquirido carta de identidad artística. Gente como Rubens, Modigliani o Delvaux algo sabrían de ello, pues nos han dejado un amplio muestrario de piernas soberbias (esto según los gustos de la época), sonrosadas, táctiles y opulentas como, de creerlo, debía de ser el tesoro de Midas. Manet, tan predecesor de la sensibilidad y la paradoja contemporánea, relegó el canon griego al olvido y, sobre los atléticos muchachotes, terminó por situar en lo femenino la belleza. Por eso su Desayuno sobre la hierba, donde la desnudez de las piernas abarca un cuerpo entero. Luego, es normal, cada pintor aportaba lo suyo. Así, la variedad es un principio intrínseco a la vida, encontraremos piernas étnicas y figuradas (Gaugin); piernas líricas (Giorgone) o timoratas como las de la Venus de Botticelli; piernas de un volumen nacarado (las de las bañistas de Renoir) y otras andróginas (Miguel Ángel) o famélicas (Giacometti). Las pintadas por Klimt son piernas elegantes y perversas. Otras, como las de las heroínas de Allen Jones, son un tratado del erotismo más punzante. Las de Kokoschka, simple turbulencia. En sintonía con la reina de España, ni Zurbarán o Murillo tenían piernas.
Piernas. Piernas. El cine, cómo no, daría corporeidad, claro que intangible, a las piernas. De ahí esas piernas enormes, toda una pantalla, esas piernas angulosas de heroína de cómic, las piernas fatales de las malas de cine; piernas siempre maquilladas y, por tanto, perfectas. Tal la magia del celuloide. La historia del cine, y de un pedacito de nuestras vidas, pasa a través, entremedias de esas piernas. Piernas devoratodo, como las de la Dietrich; piernas con la dulzura ingenua de Marilyn; piernas campesinas y mediterráneas, con sabor de trigo y aroma de albahaca, como las de la Loren. Piernas, familiares, estilizadas, ampulosas. Piernas esquivas como los sueños escasos que aún perduran de la infancia, como deseos craquelados de una juventud apenas ida.
Comentarios10
saludos para Juan Ramón Mancilla por su exelente trabajo .
felicidades muy buena exprecion y aprecio hacia lo comentado. me despido reiterandole mi subordinacion y respeto
la pierna esta buena jajjajaj
Cada día me sorprende más la literatura y su forma de exponer los sentimientos. Felicitaciones y un abrazo para Juan Ramón Mancilla.
GRACIAS POR DELEITARNOS CON UN PARRAFO INTERRESANTE MEDIANTE LA LITERATURA.
gracias por el deleitarnos estan muy bomitos sus poemas cada dia ase mas bonitos su literatura.
me gusto muho y que te salgan mas
Felicidades por el buen trabajo, y es una literatura muy imprecionante, pero la piernas tambien estan muy buenas. y sigue adelante
Interesting...
Gracias por este homenaje a las piernas. Muy sinceramente: me ha llegado al corazón. Una sabia combinación de palabras bien amarradas puede hacer temblar las piernas de cualquiera.
Tengo motivos innombrables que me han hecho quedarme pasmada releyendo una y otra vez este fabuloso texto. Mil gracias.
Un saludo y un fuerte abrazo de agradecimiento.
Debes estar registrad@ para poder comentar. Inicia sesión o Regístrate.