Leer «V y V. Violación y venganza» de Pilar Bellver (Dos Bigotes) fue como ir enunciando aquellas inquietudes que me acompañan prácticamente desde que tengo uso de razón. Descubrí en ella una voz contundente, capaz de pronunciarse más allá del miedo. En esta novela inmensa caben tanto reflexiones en torno a la opresión sobre los cuerpos (expresada a través de la belleza canónica y a la idea del procrear feliz) como monólogos y debates sobre especismo, leyes en torno a la herencia y, por supuesto, una mirada sobre la vida de las mujeres en este mundo patriarcal. ¡Hay que leer esta novela, hay que acercarse con ganas a la obra de Pilar Bellver, porque es imprescindible y maravillosa!
Aquí va la segunda parte de nuestra charla donde dialogamos en torno al feminismo y a lo que será de la venganza.
Puedes leer aquí la primera parte.
P—Quiero conversar contigo también sobre otro texto que puede leerse en tu web. “Niña muerde perro” (¡publicado en 1986!). ¿Sigue siendo nuestro deseo, la deseabilidad de las mujeres como dices, un tema tabú y controlado por el heteropatriarcado?
R—Me hace gracia que hagas referencia a ese ensayo que se publicó en el 86, sí, pero que yo escribí en el año 85, para que se incluyera en las ponencias de debate de las Jornadas estatales que se convocaron en Barcelona para celebrar los 10 años del Movimiento Feminista. Yo tenía 24 años, es una de mis primeras obras y resulta que es un ensayo, no es una narración. Y sí, salvo algún pequeño matiz, creo que puedo suscribir párrafo por párrafo lo que en él se argumenta. Y puesto que está colgado en mi página y se puede descargar gratis (yo cuelgo gratis en mi página toda mi obra a medida que van caducando los derechos editoriales), puesto que es accesible, digo, si alguien tiene curiosidad por saber si sigue vigente un análisis sobre el lesbianismo hecho hace 33 años, no tiene más que entrar y juzgar por sí misma.
P—¿Cómo llegaste al feminismo? ¿A quién mirabas tú cuando intentabas pensarte en ese mundo? Háblame de aquella España de los ochenta, que se aparece también en tu novela.
R—No llegué al feminismo un martes por la tarde como quien dice; llegué sine die y por acumulación (desde la adolescencia) de insatisfacciones y de rabia; tan furibunda esa rabia como legítima. Con 17 años ya era militante del PCE, el partido más a la izquierda que había en el mi pueblo. A los 18, cuando me fui a Madrid a estudiar Periodismo, dejé el PCE y me afilié al MC, al Movimiento Comunista, porque era mucho más cercano a mi ideología. Yo era, pues, militante activa de la izquierda radical y participaba en los movimientos sociales de aquella época, que eran muy activos: el movimiento antimilitarista (que no pacifista, el del No a la Otan), el movimiento estudiantil, y el movimiento feminista, por supuesto. Al feminismo llegué primero a través de los libros que leía de chica en mi pueblo. No me daba cuenta consciente, pero sé que todo lo que leía (que no era poco porque en mi pueblo no había nada más interesante que hacer; la tele era franquista y no existían las redes sociales… sí, sí, aunque no lo creas, hubo un mundo anterior a Internet…), todo, lo leía en clave de jovencita que no quiere convertirse en la mujer que le espera. Cuando se es mujer, ser feminista es como comprobar que te están creciendo las tetas: algo natural e imparable. ¿Y la España de los ochenta? Pues no pensé que reviviría algunas de las mejores cosas de entonces: la presencia en las calles y un proceso masivo de toma de conciencia política que lleva aparejado un aluvión de mujeres, también de hombres, pero sobre todo de mujeres, dispuestas a pelear contra el sistema… Lo que espero, aunque no soy optimista, es que no pase lo mismo que entonces, que tras la movilización venga un pintado de fachada por parte de los poderes políticos, un planchado de arrugas y la paulatina desmovilización acomodaticia. Entonces había tasas de paro comparables a las de hoy, precariedad laboral (sueldos que no garantizaban la superviviencia y empleadores que consideraban un lujo innecesario dar de alta en la seguridad social a lxs trabajadores), unas instituciones corruptas desde su médula franquista… había razones más que objetivas para levantarse contra el sistema, y lo hicimos, pero se ve que no con la fuerza suficiente. No conseguimos una mayoría verdaderamente transformadora. Entre eso y las traiciones de la izquierda pactista, mal llamada izquierda, así nos vemos hoy. Aquel asalto lo ganaron los malos de la película con la ayuda inestimable de un PSOE que, antes de terminar la década, había perdido ya tres de sus cuatro letras.
P—Otra de las cosas que me sorprendió de este texto es que rechazas el uso del masculino como forma genérica y dices por ejemplo “nosotras-os”; ¿se te habría ocurrido entonces que la identificación de género llegaría a provocar en algún momento el debate que hoy supone dentro de la academia de las letras?
R—Sí, sí, es verdad que en el ensayo “Niña-muerde-perro” se desdobla el género de algunas palabras para rechazar que el masculino sea lo universal. En el 85 ya llevábamos varios años denunciando la invisibilidad a la que nos condenaba la lengua. Y también las definiciones machistas que da y sigue dando la academia. Las bases de ese debate y de otros que hoy corren ampliamente por las redes ya estaban puestas entonces, aunque quienes las pusieran fuesen entonces minoría. Y yo recuerdo que concretamente eso de mencionar siempre el femenino junto al masculino nos costó ni te imaginas la de burlas. Y las burlas siguen, lo que ha cambiado es que cada vez hay más buena gente que hace enormes esfuerzos para corregir su modo de hablar porque se han dado cuenta de que el habla no es inocente y conforma un modo de pensar. Cada vez hay más gente que no utiliza coñazo para expresar lo peor y cojonudo para expresar lo mejor. Que no utiliza a las putas para denigrarlas aún más diciendo putada o hijo de puta. Y creo que hasta la real academia ha corregido hace poco la palabra “fácil” con la que, si se le aplica a una mujer, se quiere dar a entender que es follable sin reparos, quizá violable por derecho. La gente como Pérez Reverte o Javier Marías, tan apoltronados en sus sillones mayúsculos o minúsculos, están cada vez más solos y desacreditados. De todas formas, una academia de las letras en la que, a día de hoy, la mayoría son hombres, un 87 % de hombres frente a un 13% de mujeres, está demasiado lejos todavía de contar con mi respeto.
P—“Haber establecido la heterosexualidad que conocemos hoy como una identidad ha sido uno de los grandes triunfos de la sociedad patriarcal”, dices, refiriéndote no ya a la relación física sino a la identidad femenina escrita desde la sumisión. ¿Un triunfo que siguen ostentando? ¿Es más esperanzadora tu mirada sobre nuestras libertades en la actualidad?
R—El concepto de identidad del ser mujer fabricada desde los mecanismos de limitación y de normalización que operan para ir sosteniendo y reproduciendo el sistema heteropatriarcal y capitalista, es el centro del pequeño ensayo del que hablamos. No voy a extenderme aquí. Pero, respondiendo a tu pregunta, yo creo que hemos de distinguir muy bien cuál es actualmente el poder de los mecanismos que nos oprimen a las mujeres (un poder que sigue siendo fuerte, sólido y eficaz) y cuáles son las posibilidades que tenemos las oprimidas de denunciarlo. Porque cada vez hay más mujeres concienciadas que denuncian ese poder, pero eso no quiere decir que el poder se esté tambaleando. Por ponerte un ejemplo de la lucha de las clases sociales: reconocerás conmigo que hoy tenemos muchas armas teóricas para denunciar al capital y sus desmanes, hemos desmontado sus mentiras, conocemos sus estructuras, pero eso no significa que el capital esté cediendo terreno. Son más las voces que se le enfrentan, cierto, pero aún no son suficientes para tumbarlo. En el caso de la lucha de las mujeres, que ahora está potente, hemos de tener en cuenta que la primera reacción de un sistema ante las voces que pretenden acabar con él es acallarlas, o al menos sumergirlas en una minoría inaudible. Cuando no lo consigue del todo y esas voces crecen y se van oyendo más y más, su segunda reacción es ofrecer salidas individuales para los grupos más combativos. Me explico: nos pudiera pasar que el feminismo nos libere a muchas de la dictadura heteropatriarcal, que muchas consigamos tener una vida más individualmente libre y que todo eso, sin embargo, no redunde en la inmensa mayoría de las mujeres de nuestro país, y menos aún del planeta. Nos pudiera pasar que ganásemos terrenos que nos parecerán importantes, y que lo son, terrenos de ampliación de libertades en los que viviremos más autónomamente nuestras vidas, pero que la guerra siga sin ser ganada para todas. Me preguntas si mi mirada es hoy más esperanzadora… Bien: a corto plazo sí que lo es porque estamos consiguiendo ser muchas y conquistar mucho de ese terreno, pero cuando tus exigencias de liberación son radicales y universales, y las mías lo son, la esperanza adelgaza ante el análisis de la realidad global.
P—¿Es el lesbianismo la elección sexual y política ideal para nosotras contra las teorías y las normas heteropatriarcales?
R—No, en absoluto, no. No creo que el lesbianismo sea una opción política, en el sentido de que sea más correcto, políticamente hablando y desde el feminismo, ser lesbiana que ser heterosexual. Bastantes imposiciones normativas de una sexualidad que no es la nuestra hemos sufrido las lesbianas como para ponernos nosotras ahora a pontificar también sobre si una opción sexual es mejor que otra. Lo único que nos garantiza fuerza contra el patriarcado es el feminismo, no las relaciones sexuales que mantengamos ni con quién. No se es más feminista por ser lesbiana ni menos por ser hetero. Nuestra única opción política diferenciadora como mujeres es el feminismo.
P—Da la sensación de que tenemos que ser agradecidas porque “a veces” se nos tenga en cuenta. ¿Cuál debería ser nuestra respuesta ante actos paternalistas como “dedicarnos una feria del libro”?
R—Podemos sospechar que detrás de dedicarnos una feria del libro no hay más que paternalismo y la necesidad de lavarse la cara que tienen los poderes públicos. Pero lo que debemos preguntarnos no es tanto qué pretenden quienes organizan actos institucionales, porque ya lo sabemos, sino más bien qué podemos conseguir nosotras con esa visibilidad (por muy temporal y coyuntural que sea) para avanzar más deprisa en la concienciación de cada vez más mujeres. Las feministas no trabajamos sólo para nosotras, trabajamos para las mujeres que aún no saben que deberían serlo. Y esos actos sirven para que ellas se acerquen al movimiento. Yo estoy contestando aquí a tus preguntas, pero no a ti exactamente (porque sé que tú sabes tanto o más que yo de qué hablamos); contesto más bien pensando en muchas mujeres y en algún hombre para quienes leer esta entrevista puede ser quizá su primera invitación a reflexionar sobre los asuntos que tratamos. Lo dicho: no importa qué pretenden ellos, sino qué podemos conseguir nosotras.
P—Aunque en nuestra época existen controles de reproducción más precisos, todavía vivimos oprimidas. La falta de regulación legal en lo que atañe al aborto y las sentencias contra casos de violación donde la culpabilidad de los violadores se suaviza no riegan mucho optimismo sobre nuestro futuro. ¿Deberíamos buscar fuera de la ley y de los sistemas ligados al Estado nuestra raja de luz?
R—Tenemos que actuar fuera y dentro a la vez. Dentro de la ley: tenemos que cambiar las leyes con una intención reformista aunque sólo sea porque los cambios, por pequeños que nos parezcan, pueden suponer un enorme alivio para un enorme número de mujeres y aunque sólo sea porque sabemos que la revolución puede tardar mucho en llegar. Pero fuera de la ley también: no tenemos por qué aceptar que el sistema limite nuestra capacidad de acción llamándole violencia o desacato a lo que simplemente les incomoda o a lo que perjudica sólo a quienes quieren seguir manteniendo sus privilegios. No deberíamos renunciar a métodos de lucha considerados violentos antes de haber por lo menos discutido entre nosotras qué es violencia y hasta dónde es justo utilizarla, con qué límites, con qué objetivos. Ese debate lo tenemos pendiente.
P—Y ésta viene relacionada: ¿Es posible ese mundo feminista y anticapitalista por el que lucha Filomela dentro de los modelos políticos que conocemos?
No, no lo es. Sería largo de explicar, haría falta un tratado político entero, pero no. Sólo la revolución es revolucionaria.
P—Aunque no tenga un objetivo, la venganza ¿podría salvarnos?
R—La venganza se mueve en otro terreno que no es el de nuestra liberación. De las atrocidades del sistema en que vivimos sólo nos salvará una revolución que, como dice nuestro lema, o es una revolución feminista o no será revolución… Piensa que la venganza individual, o la de un pequeño colectivo que decida emprenderla, requiere, por un lado, un enorme valor y sacrificio porque hay que correr el riesgo de acabar en la cárcel, y, por otro, requiere dinero. Sí, medios económicos. Te recuerdo que Filomela y Progne eran, en el mito clásico, reina e hijas de reyes y, en mi novela (para respetar el mito) son mujeres ricas. Por eso pueden vengarse del violador con cierto éxito. Sin dinero, las posibilidades de que una venganza salga bien son mucho menores.
También digo en la novela que una venganza sin publicación, una venganza secreta, que no conoce más que quien la lleva a cabo, tiene poco valor para la comunidad de las mujeres. La venganza (de quien ha tenido el valor y los medios para ejecutarla) puede dar cierta satisfacción y alegría a otras víctimas del mismo delito, pero para eso, claro, tiene que ser conocida. Hay que contarla, como he hecho yo en mi novela, para que otras mujeres se lleven al menos la pequeña satisfacción de ver que un agresor, al menos uno, ha recibido un castigo ejemplar. Recuerdo esa sensación de íntima complicidad que sentí cuando oí en las noticias la historia de una mujer, Mª Carmen García, de Benejúzar, un pueblo de Alicante. Esta mujer, cuya hija había sido violada cuando la niña tenía 13 años, estaba un día en la parada del autobús cuando se acercó a hablar con ella el violador de su hija, Antonio Cosme, que había salido de la cárcel con un permiso y había vuelto al pueblo tan tranquilo. El violador le preguntó: “¿Qué, qué tal está tu niña?” y esta mujer no pudo soportar tanta humillación, tanta burla, tanto dolor… y tanto miedo de que el monstruo volviera a agredirla… así que se fue derecha a una gasolinera a comprar gasolina. Encontró al violador en la barra del bar del pueblo, lo roció y le prendió fuego. Murió en el hospital días después. Sí, recuerdo esa sensación de hermanamiento con ella, cómo olvidarla. No me canso de repetirlo: si algún valor tiene la venganza para todas, es que se haga pública. Me pregunto cuántas mujeres de habrán vengado en secreto de sus maridos maltratadores a lo largo de la historia. Durante siglos, no existieron las autopsias.
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