La poesía luminosa de José Antonio Mesa Toré

La poesía se abre camino en Málaga. Aquí siempre supo encontrar una orilla sedienta de palabras y un mar manso capaz de darle ritmo y paciencia a su buen hacer. Y entre los poetas más interesantes de la poesía malagueña se encuentra José Antonio Mesa Toré.

Conocí a Mesa Toré por su labor en el Centro Cultural Generación del 27 y, aunque sabía que escribía poesía, no había tenido el placer de leerlo hasta hace muy poco. —Todavía me sorprende que se le conozca más por su trabajo como directivo en ese centro que por su poesía: la calidad y la autenticidad que se aferra a cada una de sus palabras me resultó asombrosa—.

Su poesía se desplega humilde y silenciosa, pero es potente y viene cargada de nostalgia y de ritmo; algo que lo ubica muy cerca de la poesía de esos autores a los que representa y aplaude.

Va este pequeño artículo a modo de aplauso, el que creo se merece este poeta. He escogido tres poemarios bien diferentes entre sí que creo que pueden ayudarme a construir una pequeña semblanza de la poesía de Mesa Toré. Estos son: «Jóvenes en daguerrotipo», «La dirección del mar» y «Aburrimientos».

Luz en la poesía de Málaga

La poesía de Mesa Toré tiene la habilidad de no pasarnos desapercibida. Primero nos paraliza, en ese instante en el que la palabra se abre paso hacia el cerebro para tocarnos la fibra; más tarde, una vez que la comprendemos, se viene con nosotros y nos acompaña. Después de todo, esto es lo único que se le pide a la poesía, aunque la única que verdaderamente lo consigue sea la buena lírica.

En el caso de Mesa Toré no hay publicaciones malas, una intensa calidad se despide de cada una de sus obras. Lo que me ha resultado más destacable es su esmero por utilizar un vocabulario simple, que no simplista, para plasmar sentimientos humanos puros y cotidianos.

En «Jóvenes en daguerrotipo» nos encontramos con intensos poemas que versan en torno a la cualidad efímera de la vida y la ruptura con la magia que tiene lugar después de la adolescencia.

Es un libro que se lee, o nos lee. —Se sorprenderían si supieran la capacidad que tienen algunos libros para poseernos, para arrancarnos de la realidad y patearnos a sus páginas como si pesáramos lo que el polvo; supongo que es porque ellos pesan más—. Un libro que nos ofrece una poesía íntima y llena de detalles presentada con un lirismo exquisito y amasada con suma delicadeza.

Es especialmente interesante el peso que tienen las ausencias y las decisiones del pasado en algunos de estos poemas. La tristeza y la frustración (la que nos enfrenta a lo que pudimos hacer y no hicimos) socavan el espíritu del poeta convenciéndolo de lo pequeño que resulta el mundo a fin de cuentas, comparado con lo profundo del mar.

A lo largo de la lectura nos encontramos con dos elementos protagónicos: el mar y las distancias. Los mismos vuelven sonoros los silencios y nos envuelven en una poesía llena de luz y de coherencia.

Ciertos recuerdos nos marcan de forma indeleble; cada paso en nuestra vida es una huella que se plasma al modo antiguo de los daguerrotipos, para recordarnos siempre de dónde venimos y qué no podemos cambiar.

El fin de la infancia

«La dirección del mar» comienza con esta cita; la cual me parece absolutamente idónea: para encabezar este conjunto de poemas que podrían considerarse un tributo a los bellos años de juventud. Esos que, cual barco que se va alejando devorado por el mar, se vuelven cada vez menos nítidos, pero no por eso, menos especiales.

El fin del verano se asemeja al fin de la infancia en que ambos nos dejan con esa sensación de tristeza, de pérdida, de sinsabor. Esto se encuentra reflejado de forma alucinante en la poesía de Mesa Toré: el niño que va viendo los pájaros cada vez más arriba y, de pronto, descubre que ni siquiera es el mismo que comenzara a observar.

Crecer es despedirse de esa infancia que supo contenernos, que nos llenó de sueños para prepararnos para un futuro del que no tenemos la menor idea hasta que rayamos su horizonte. Hay un verso que refleja de forma extraordinaria las sensaciones que nos abordan al pasar de la inocencia a la madurez.

Y aquí, nuevamente el mar, cobijando las palabras, devolviéndolas a la orilla para darles un sentido y regresar a un estado de placidez y desolación. Sensaciones similares a las que nos invaden al concluir la lectura de estos poemas.

Aburrimientos que entretienen

El último poemario «Aburrimientos» es absolutamente diferente a los anteriores. Se trata de un libro de haikus donde la brevedad se da la mano con la ironía y el arte de lo no dicho para rendirle homenaje a lo que tiene lugar en el curso de las estaciones. Se encuentra dividido en cinco partes: cada una de las estaciones del año y una quinta estación con un haiku que podría servir de enlace para retomar la lectura.

Siempre me ha llamado la atención la forma en la que las personas hablamos de las estaciones, el orden en el que las enumeramos. Supongo que si analizáramos esto podríamos establecer una nueva clasificación entre los humanos. En el caso de Mesa Toré, el verano parece protagónico; ¿quizás para concluir aquel conteo con la primavera, época en la que todo florece?

En cada uno de estos haikus nos empapamos del color de las estaciones, de los sonidos propios de cada una, del calor, del frío, de la compañía y de la soledad. Como bien lo expresa su autor en el prólogo si las «Gotas negras» de Andrés Neuman se considera un libro de Haikus Urbanos, «Aburrimientos» constituye una preciosa colección de Haikus Domésticos.

Del mismo modo que suele decirse que es más meritorio hacer reír a la gente que conseguir que llore emocionada por nuestro arte, en literatura creo que hay más mérito en cautivar a los lectores desde los géneros breves. Y en la brevedad de estos poemas he encontrado, paradójicamente, una inmensidad y un uso delicado del lenguaje que me ha hecho admirar más a este poeta.