Los poetas modernistas son, según mi parecer, lo más granado y hermoso de la poesía. Se considera la década de 1880 la del surgimiento del movimiento modernista. Algunos críticos sitúan su aparición con el aparecimiento del libro Ismaelillo del gran poeta cubano José Martí.
Otros críticos consideran que la aparición del modernismo corresponde al año de la publicación del célebre libro de poesías Azul (1882), de Rubén Darío. ¿No es acaso su lenguaje lleno de ornamentos, su versificación sonora, su ritmo alado, su despliegue, un verdadero canto a la belleza?
También el poeta argentino Leopoldo Lugones escribió obras de carácter modernista. Puede decirse que fue el iniciador del modernismo en Argentina. O, al menos, el principal representante.
Delmira Agustini, poetisa uruguaya, quien llegó a mantener alguna correspondencia epistolar con Rubén Darío, es la voz por excelencia del modernismo. Sus poesías tienen la forma y la luz interior de las mejores inspiraciones. Extremadamente sensible, su obra toda es el reflejo de sus sentimientos tocados por la angustia y el esplendor de la existencia.
¿Qué ofrece el modernismo?
Pues calidad, estructura, sonoridad, términos sofisticados, aleteos de grandeza y perennidad. Emerge en un período marcado por un acelerado cambio cultural conocido como fin de siglo. Muchos poetas modernistas no sólo añoraban la cultura francesa, sino que se nuclearon en París. Se los acusaba de vivir, de suspirar encerrados en su torre de marfil y de tomar poca o ninguna conciencia de las necesidades sociales.
Hasta ahora seguimos leyendo a José Martí, a José Asunción Silva, a Amado Nervo, a Julio Herrera y Reissig, a Julián del Casal, a Manuel Gutiérrez Nájera.
Hasta la fecha, sus obras inquietan; hasta ahora se siente la belleza que late en el interior y en la forma de una poesía exótica, firmada, por ejemplo, por la gran Delmira Agustini, genio femenino.
LA ESTATUA
Miradla, así, sobre el follaje oscuro
Recortar la silueta soberana…
¿No parece el retoño prematuro
De una gran raza que será mañana?
¡Así una raza inconmovible, sana,
Tallada a golpes sobre mármol duro,
De las vastas campañas del futuro
Desalojará a la familia humana!
Miradla así -¡de hinojos!- en augusta
Calma imponer la desnudez que asusta…
¡Dios !…¡moved ese cuerpo, dadle un alma!
Ved la grandeza que en su forma duerme…
¡Vedlo allá arriba, miserable, inerme,
Más pobre que un gusano, siempre en calma!
DELMIRA AGUSTINI
UN POEMA DE DYLAN THOMAS
Donde una vez las aguas de tu rostro…
Donde una vez las aguas de tu rostro
giraron impulsadas por mis hélices, sopla tu áspero fantasma,
los muertos alzan la mirada;
donde un día asomaron el pelo los tritones
a través de tu hielo, el viento áspero navega
por la sal, la raíz, las huevas de los peces.
Donde una vez tus verdes nudos hundieron su atadura
en el cordón de la marea, allí camina ahora
el vegetal destejedor,
con tijeras filosas, empuñando el cuchillo
para cortar los canales en su origen
y derribar los frutos empapados.
Invisibles, tus mareas medidoras del tiempo
irrumpen en las camas galantes de las algas;
el alga del amor se vuelve mustia;
allí en torno a tus piedras
sombras de niños van, que desde su vacío
lloran ante el mar colmado de delfines.
Secos como la tumba, tus coloreados párpados
no serán aherrojados mientras la magia se deslice
sabia sobre el cielo y la tierra;
habrá corales en tus lechos,
habrá serpientes en tus mareas,
hasta que mueran todos nuestros juramentos del mar.
Versión de Elizabeth Azcona Cranwell
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