Decimos que hacemos lo que queremos, pero de forma oculta se desarrollan una serie de mecanismos que nos han sido impuestos de forma sutil. Y es que cuando una ideología invisible guía nuestras creencias y conducta, nos convertimos en víctimas de un sistema que nos ha robado la libertad de pensar por nosotros mismos y de actuar en consecuencia.
En el artículo de hoy les presento un análisis sobre «Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas», de Melanie Joy, publicado por la Editorial Plaza y Valdés.
No se trata de un libro con el objetivo de ideologizar al lector, sino más bien de llenarlo de preguntas acerca de su forma de actuar y tratar a los animales. Un libro maravilloso en el que se ponen de manifiesto no solo nuestras acciones sino las consecuencias de nuestras decisiones diarias, a través de las cuales construimos el futuro.
Los animales nos importan
Todo el libro gira en torno a la construcción de nuestra relación con los animales y a las diferentes formas de dominación a las que nos hemos acostumbrado sin chistar.
Joy comienza poniéndonos en una situación hipotética. Una amiga nos ha invitado a cenar a su casa; mientras estamos saboreando un rico estofado, se nos ocurre preguntar por la receta de tan delicioso manjar. La anfitriona dice que «necesitaremos un kilo de Golden Retriever«. ¿Cuál es nuestra reacción? De asco: adoramos a los perros.
A partir de esa imagen se va desarrollando el resto de la obra, en torno a la dicotomización de la realidad para poder «soportarla»: aprendemos a amar y respetar a unos animales mientras explotamos a otros.
Joy apunta que no tenemos diferentes sentimientos hacia unos y otros animales sino, una percepción distinta, la cual nos ha sido impuesta a través de la educación. No nacemos con esquemas mentales, sino que los construimos (o nos los construyen) a través de la educación. Y agrega que, como nos preocupan los animales, no queremos que sufran; por eso, para aceptar el trato diferente entre especies modificamos nuestra percepción, de tal modo que parezca que coincide con nuestros valores.
Joy dice:
La anestesia emocional
Ante las situaciones traumáticas o que generan conflicto en nosotros, nuestra mente tiene un recurso que puede ayudarla a afrontarlos: la anestesia emocional. La misma puede ser adaptativa (es beneficiosa porque nos ayuda a afrontar la violencia) o desadaptativa (es destructiva y la utilizamos para justificar y permitir la violencia).
Los animales nos importan y sentimos empatía por ellos; no queremos que sufran. No obstante, para mantener en pie el consumo y la explotación animal el sistema se vale de una serie de mecanismos que ponen en marcha la anestesia emocional y nos distancian de nuestras propias emociones para tolerar el maltrato y la violencia.
A través de la negación, la evitación, la costumbre y la dicotomización, la empatía se convierte en apatía. Pero no somos conscientes de ello, porque el sistema se encarga de que no veamos la violencia (somos seres sintientes y, de conocer la realidad, dejaríamos de alimentarnos como lo hacemos). Al ignorar el proceso de criar y matar animales para comerlos, no caemos en la cuenta de la barbarie a la que son sometidos ellos por nuestro gusto y, por ende, no nos hacemos responsables. El resultado final es la invisibilidad del sistema.
¿Qué es el carnismo?
La respuesta es clara: el carnismo. Una ideología violenta que consiste en un sistema de creencias invisible. ¿Por qué invisible? Porque creemos en algo que ni siquiera sabemos que existe. Comemos animales sin pensar en qué hacemos ni en por qué lo hacemos, porque el sistema de valores que subyace a esta conducta no se ve.
Cuando una ideología violenta se instala, se vuelve invisible (solo hace falta pensar en ideologías que hayan tenido cierto poder para comprender este concepto). El carnismo es una ideología violenta porque se organiza en torno a la violencia física.
Los daños colaterales de las ideologías violentas también son invisibles, porque a sus víctimas no se las reconoce como tales. El carnismo no es la excepción.
Los empleados de la industria cárnica son individuos que deben bloquear de una forma rotunda sus sentimientos al tener que perpetuar actos de barbarie que van socavando su psique hasta destrozarla completamente. Pero los sentimientos de compasión y culpa no pueden olvidarse, por eso estos trabajadores suelen presentar actitudes de violencia extrema y se esconden en el alcoholismo para evitar ver lo que han hecho. La sociedad intenta hacernos creer que estos individuos son sádicos o malvados, pero en realidad no es así; en eso los convierte la exposición extrema a la violencia, la cual es indispensable para mantener todo el sistema carnista. No obstante, de los daños causados a estos individuos, no se habla.
Los consumidores son posiblemente las víctimas más invisibles: personas comunes que invierten su dinero en comprar alimentos que supuestamente son saludables y necesarios; ignorando que los mismos provienen de una violencia indescifrable con palabras y contienen una gran cantidad de sustancias tóxicas para el organismo (la carne viene aderezada de hormonas y productos que alteran sus funciones y la preservan por más tiempo).
El planeta es la víctima invisible que menos puede hacer por modificar la situación. Estadísticamente se sabe que la industria de la carne es la que más gases elimina al medio ambiente y la que más recursos se cobra de la existencia del planeta. Para producir carne para abastecer a una persona durante un año se requieren 900 kilogramos de grano; si esa persona se alimentara directamente del grano solamente necesitaría 180 kilogramos. Sin mencionar que se evitaría toda la estela de contaminación que supone la industria cárnica.
El carnismo, como el resto de las ideologías violentas, se sostiene gracias a la justificación. En este caso, a través de las tres N, que definen lo que es: Normal (se determina lo que debemos hacer porque es «lo normal»), Natural (se construye la tabla de valores donde el peso de lo correcto recae sobre lo histórico, lo divino y lo biológico, tres doctrinas irrefutables) y Necesario (si comer carne es un imperativo biológico, es necesario para sobrevivir). De esta forma se justifica el sistema y se impide el cambio. Porque dejar el carnismo supondría un suicidio colectivo.
El lenguaje como herramienta para ideologizar
Estamos acostumbrados a hablar, a expresar nuestras ideas mediante el diálogo y la escritura; sin embargo, pocas veces cuestionamos las palabras. Utilizamos un lenguaje sexista y especista sin importarnos las consecuencias que pueda traer ni las razones por las que se ha construido de la forma en que lo hizo.
El lenguaje es sin duda una de las herramientas más potentes de todas las ideologías. Y tampoco en este punto la carnista es una excepción. A través de la clasificación de los animales en «comestibles» y «no comestibles», «de explotación» y «salvajes», se consigue una alteración de la propia percepción, y aunque no seamos capaces de verlo, actuamos en consecuencia.
A través de frases hechas como «matar dos pájaros de un tiro», «hacer algo antes de que nos pille el toro», «más vale pájaro en mano que cientos volando», nos acostumbramos a aceptar que el maltrato animal es correcto, porque si el lenguaje así lo dice ¿por qué no habría de serlo?
Nos acostumbramos al lenguaje del mismo modo que a comer carne, y no cuestionamos las palabras. A veces decimos cosas que no queremos decir realmente y utilizamos un vocabulario violento sin desear ser violentos; pero así nos educan, para que a través del lenguaje pasen desapercibidos los crímenes diarios cometidos por la industria de la carne.
El sufrimiento y el lenguaje
Históricamente se ha creído que los miembros de grupos vulnerables presentan mayor tolerancia al dolor y esta creencia se ha invocado con frecuencia para justificar el sufrimiento. Como la experiencia del dolor es subjetiva, es sencillo argumentar que el otro no sufre.
Gracias a la distorsión de la realidad a través de un lenguaje «adaptable a sus necesidades», las ideologías violentas se posicionan en primer lugar y consiguen arrasar con los principios de las personas. En el caso del carnismo este lenguaje se esconde en la triada cognitiva: cosificación (tratar a los animales no humanos como objetos), desindividualización (hablar de grupos y no de individuos, así se mantiene la distancia psicológica y emocional) y dicotomización (clasificar a los animales no humanos según nuestras necesidades, para comprender cuáles podemos comer y cuáles, no).
El lenguaje nos ayuda a evadirnos de la identificación con los animales no humanos, atentando contra el proceso cognitivo de la empatía, y colaborando para que se mantenga en pie todo el sistema. Y la única forma de cambiar esto es siendo críticos.
Somos consumidores pasivos en lugar de ciudadanos activos. Nos quejamos de nuestros gobiernos, de que las cosas a nuestro alrededor no vayan bien y, sin embargo, seguimos al grupo en cosas que ni nos planteamos. Intentamos huir del maltrato y manifestamos una preocupación por los animales pero somos incapaces de repensar nuestra rutina. Nos refugiamos en frases como «no tengo tiempo para cocinar», «como lo que me echen, porque tengo mucho hambre» o «si yo dejo de comer esto no va a desaparecer», y no nos damos cuenta de que si tuviéramos esa misma actitud frente a otras cosas no nos sentiríamos bien con nosotros mismos. ¿Qué pasaría por ejemplo si sabiendo que ahí afuera hay violadores comenzáramos a violar a seres indefensos? ¿No sentiríamos acaso repugnancia por nosotros mismos e intentaríamos cambiar?
Si somos personas críticas debemos serlo en todos los ámbitos de nuestra vida, no solo en aquellos que nos queden cómodos. Poner en duda y cuestionar el lenguaje puede ser el mejor punto de partida para evolucionar emocionalmente.
¿Quién es Melanie Joy?
Si buscamos el término Joy en el diccionario nos encontramos con que significa alegría o placer. Y, sinceramente, leer a Melanie Joy me ha generado esos sentimientos. Si bien es cierto que en esta obra me encontré con una realidad ensordecedora la forma cercana en la que Melanie se expresa me ha parecido magnífica, y me alegro de que pueda llegar a miles y millones de lectores.
Melanie Joy es psicóloga y se ha especializado en piscología social. Trabaja como profesora en la Universidad, donde se ha enfrentado en diversas ocasiones a respuestas individualistas y especistas. A través de su trabajo intenta que los alumnos sean capaces de reconocer sus verdaderas emociones taponadas por la educación que han recibido.
«Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas» es una obra que ha ganado el Premio Instituto de Ahimsa Jainology, del cual se han hecho previamente merecedores personalidades como Dalai Lama y Nelson Mandela.
«Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas» es un libro lleno de preguntas que pone en duda todo lo que creemos inamovible. Una obra extraordinaria recomendable para todos, para quienes no consumen carne y para aquellos que lo hacen.
En lo que respecta al estilo literario, debo decir que me ha sorprendido. A diferencia de la mayoría de los ensayos, que siempre utilizan una retórica un tanto lejana y ajena para aquellos que no se encuentran familiarizados con la materia, este libro presenta un estilo natural y fluido que te permite acercarte a la realidad que representa sin necesidad de alejarte de tu propio lenguaje o de adaptarte a modismos elitistas. Este, creo, es uno de los puntos fuertes más sorprendentes y maravillosos de Melanie Joy. Cabe mencionar mi inmenso respeto por la fantástica Editorial Plaza y Valdés, comprometida con la investigación y la difusión del conocimiento desde hace más de 10 años.
La mejor forma de probar que estamos de acuerdo con quiénes somos es no teniendo miedo a enfrentarnos a los puntos de vista contrarios; esa es la mejor forma de reforzar lo que creemos. Si tememos enfrentarnos con una determinada realidad, deberíamos preguntarnos por qué y si estamos siendo realmente coherentes con lo que sentimos en primer lugar y lo que pensamos, en segundo.
Quiero hacer un agradecimiento especial a Roma Velarde, la autora de las ilustraciones que iluminan este artículo, por su buena predisposición para colaborar con nosotros. Aprovecho para invitarlos a conocerla, ¡seguro que quedaran fascinados con su buen hacer!
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