¿Qué es un lector profesional?

Leer es una de las actividades más contagiosas. Sí, leer es contagioso. Si ves a alguien disfrutando de una lectura lo más probable es que te den locas ganas de zambullirte en un libro. Bueno, obviando que entre tus placeres el de la lectura sea uno de ellos.

Cuando leemos volamos, viajamos, conocemos, excavamos, vigilamos, morimos, matamos, mordemos, gritamos, somos de otra especie o incluso abandonamos el mundo animal para convertirnos en piedra, plantas, bacterias (suponiendo que no pertenecieran a ese mundo). En fin, la lectura nos lo permite todo: seguramente no existe una actividad más polivalente.

Pero la lectura como una práctica profesional no es para cualquiera. Para dedicarse a esto es necesario tener muchísima paciencia y estar en todos los detalles. No obstante, todos nosotros alguna vez en la vida realizamos este tipo de lecturas, y algunos seguimos haciéndolo como una práctica necesaria para crecer.

Lectores profesionales

Para leer de forma profesional no hace falta ser escritor, de hecho el requisito fundamental es dominar el área del que se trate el texto: un abogado puede ser un excelente lector de un texto de derecho pero posiblemente haga una tarea desastrosa si el texto es sobre una materia que no domina. Este tipo de lecturas no se hacen por placer ni por virtud, sino porque el trabajo así lo exige.

Es importante aclarar que todos alguna vez fuimos lectores profesionales, porque tuvimos que leer textos de índole informativa para aprender algo. Y es lo que hicimos durante nuestra escolarización más o menos comprometidos. No obstante, la razón por la que muchas cosas aprendidas se nos «han escapado» es que no las hemos leído a conciencia: porque el objetivo de la lectura profesional es convertir en operativo el conocimiento que se encuentra en los textos; y si la misma se realizó de forma inconstante o con poco compromiso, dicho conocimiento nunca se hizo activo.

En el mundo editorial también hay lectores profesionales; muchos de ellos desarrollan el trabajo de edición. Se caracterizan del resto de los lectores en que a la hora de sentarse frente a un manuscrito no dan nada por sentado. Escudriñan hasta descubrir aquello que está descolgado o comprender el significado de cada frase, de cada coma, del uso de cada palabra y discernir si es correcto o si, en su lugar, podría haberse utilizado otro. Es su trabajo y ponen en él toda la atención que pueden: muchos de ellos también disfrutan de ese trabajo, como los escritores lo hacen al escribir, sin embargo no es el objetivo primero de dicha labor.

Primer filtro de un manuscrito literario

Cuando terminamos nuestro primer manuscrito, en caso de que deseemos publicarlo, necesitaremos de la opinión de un lector profesional para saber qué cosas nos conviene mejorar antes de enviar nuestro trabajo a una editorial. Si no lo hacemos y nuestro trabajo cuenta con una mala presentación es probable que nos lo reboten antes de siquiera analizar la validez de su contenido, por esto es primordial que intentemos enviar un manuscrito bien acabado. La ayuda de un lector profesional o un corrector puede ser fundamental en esta etapa del trabajo.

Un lector profesional podría considerarse el primer escalón después del escritor, el primer filtro por el que pasa un trabajo literario. Para realizar bien la tarea es necesario que sepa qué se espera del escrito; es decir, si es contratado por una editorial deberá estar al corriente de la línea editorial de la misma e intentará descartar aquellos textos que no cumplen con lo publicado en esa editorial.

Después de leer el texto realizará un detallado informe resumiendo el argumento y valorando la calidad literaria. Además puntualizará todo aquello que pueda ser de utilidad a la editorial para contemplar la publicación de dicho contenido.

Dicho todo esto queda en evidencia el importante trabajo de los lectores profesionales en el ámbito literario. Así que, si quieres convertirte en uno de ellos ya sabes: a entrenar mucho y a buscar los más nimios errores en todo lo que caiga en tus manos. 😉

Para terminar, les dejo un extracto de «La aventura de las pruebas de imprenta», de Rodolfo Walsh, donde hay un diálogo que se presenta perfecto para la ocasión.