Pocas poetisas apasionadas y entregadas a las letras ha habido como la siempre recordada Emily Dickinson. Esa mujer solitaria, incorregible y melancólica que entregó toda su alma a los versos, a la poesía: su único amor y su única compañía. En cuyos brazos se refugió para huir de las hipocresías de su entorno y de la sociedad envilecida y capitalista.
La editorial Nórdica ha emprendido la publicación de una de las obras más fascinantes de Emily, «El viento comenzó a mecer la hierba». Ya en otras ocasiones he dicho que leer traducciones es ciertamente poco recomendable, sobre todo al hablar de poesía; porque en ese traspaso de un lenguaje a otro se empobrece la retórica utilizada y puede hacerse pasar por aburrido al poeta más brioso. Sin embargo, en algunos casos, como el de Emily, vale aferrarse a las excepciones porque es preferible leerla traducida que no saber nada de ella, que no haberse acercado ni un milímetro a ese universo colorido y profundo de esta increíble poetisa.
Breve biografía
Emily Dickinson nació en 1830 y vivió gran parte de su vida en una enorme casona de campo construida por sus antepasados en Amherst. En su obra podemos encontrarnos con una sensibilidad extrema, un deseo de vivir absoluto y una completa entrega a la poesía, género que cultivó generosamente. Pese a que su obra no fue conocida hasta muchos años después de su muerte, es considerada una de las escritoras de habla inglesa más imprescindibles de todos los tiempos.
Influenciada por la obra de Emerson, Emily se entregó a la poesía en una edad temprana. Tuvo profesores particulares, dos de ellos se cree que han sido musas inspiradoras de sus mejores poemas: hombres casados que permitieron que cuestionara imposiciones sociales como el matrimonio, mostrando un punto de vista liberal y escéptico de las mejores costumbres sociales. De toda su poesía (más de 2000 poemas), Emily publicó en vida tan sólo 5, el resto los guardaba en su habitación y fueron rescatados por una de sus hermanas, después de la muerte de la autora.
Al finalizar sus estudios, Emily se encerró en la casa paterna; su carácter tímido y rústico la llevaron a entregarse a la poesía y a vivir cada día más incomunicada.
Se la ha relacionado con amores lésbicos e imposibles. Es probable que haya tenido de ambos, sobre todo imposibles porque era una mujer demasiado apasionada, incapaz de ser comprendida por otro ser humano; de ahí esa entrega absoluta a las letras que siempre supieron brindarle aquello que necesitaba, un eco para sus palabras, el consuelo de saberse comprendida.
Un alma solitaria
La soledad de Emily ha sido motivo de debate en numerosas ocasiones. No voy a hablar extensamente de ella, simplemente mencionarla. Detrás de esa mujer firme con la pluma había una niña herida, incapaz de sofrenar a sus fantasmas y capaz sólo de jugarse por la poesía. Una mujer que, dejando a un lado la vida, se aferró a la pluma como única salvación. ¿Quién sabe si acaso fuera esta su decisión o un triste mandato que sintió le llegaba de arriba? o tal vez ¿fue su única respuesta a esos tormentosos sentimientos de recelo que le impedían sentirse bien en compañía de otro ser humano?
Miro su soledad y en parte me siento atraída por esa alma tan cristalina y tan hermética, sin embargo, no deja de entristecerme el pensar en quién sabe qué tristes cosas le habrán ocurrido para sentirse tan minúscula, para intentar cobijarse en su sola compañía, y para escribir durante años poemas que sabía quedarían encerrados en su habitación hasta el día de su muerte.
Amores de Emily
Emily estuvo fuertemente enamorada de Lord, un joven a quien conoció cuando fue de vacaciones a la casa de su padre. Entablaron una profunda relación y ella compartió con él algunos de sus poemas. Cuando Lord regresó a Boston, continuaron escribiéndose, pero como él era un hombre casado dicho amor quedó en la nada; hasta la muerte de la esposa de Lord, momento en el cual él le propuso matrimonio a Emily, pero jamás llegaron a casarse.
Durante varios años ella le escribió extensas cartas donde se mostraba como una florecita siendo mecida por la brisa de aquel amor que no sabía a dónde la llevaría, pidiéndole a gritos que «le encarcelara en él», y que la amara más profundamente. Solía llamarlo Salem en código para que su amor no fuera descubierto. Salem era el lugar en el cual residía Lord, donde ella le enviaba las cartas.
Un final triste pero el recuerdo eterno
Los últimos años de su vida, Emily vivió turbada, incluso comparó su existencia con la de Emily Brönte. Esos amores imposibles, ese desprecio por el resto de los mortales, esa sed de pasión, de libertad y de vida tan difícil de alcanzar en sociedades cerradas, colaboraron rotundamente con su anegación y la aislaron completamente. Emily murió sola, en la habitación de la enorme casa, sin ser recordada más que por los seres más íntimos.
Varios años después de su muerte, su obra salió a la luz y entonces estuvo en boca de todos, y se le construyó un imperio y fue alabada y casi endiosada. Posiblemente nada de esto era lo que deseaba porque ella misma despreciaba a aquellas criaturas que con tal de recibir un aplauso eran capaces de sucumbir a las garras de la corrupción. Sin embargo ¿cómo no recordarla? ¿cómo pasar por alto tanto talento? ¿cómo no gritar a los cuatro viento sus poemas apasionados y construirle un altar?
Algunos mortales reciben la gloria mientras viven pero son infelices, luego mueren y son olvidados; otros, reciben la eterna indiferencia de los mortales y viven tan o más infelices que los primeros, pero su esencia se eterniza porque han tenido un alma tan grande, una virtud tan pura que serán recordados mientras la humanidad ocupe este mundo. Emily era de estos últimos.
Comentarios5
¡Qué bueno!!
Te felicito por recordar a Emily Dickinson. Pocos la recuerdan y menos todavía leen su poesía. Borges la admiraba. ¿Qué mejor recomendación?
Sí, es cierto, la poesía pierde algo de esencia con la tradución, aunque
hay tradutores que, en algunos casos la han mejorado.
me gusto, muy bueno 🙂
Emily: te descubrí y me abriste un camino hacia la Poesía, tu amor a la verdad, tu recato. El que fueras tan admirada por grandes poetas, como J. Luis Borges, tu autenticidad unida a tu gran fuerza espiritual. Me hacen echar para adelante, persiguiendo lo más cercano a la perfección, saber que existe y, al tiempo, saber que es inalcanzable para la condición humana. Encontrando relax y sosiego, en vosotras, las cercanas a Miguel Hernández. a Antonio Machado, a Rosales, a Cernuda... Te admiro y te amo: Martha Lucía G
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