Si analizamos la forma en la que funciona la lectura podemos decir que aquellas personas que se hacen más preguntas acerca de la vida, suelen ser las más aficionadas a la lectura. La necesidad de respuestas es algo común en los lectores, y ante la imposibilidad de encontrarlas, seguimos leyendo y leyendo. Así funciona también el esquema de una historia: un conflicto plantea una pregunta y en la necesidad de encontrar su solución, leemos. Y así ocurre también con los demás conflictos, lo que a la larga nos lleva a entender que una novela es un conjunto de preguntas que se apoyan en el deseo lector de que se respondan. Cuanto mejor se formulen esas preguntas, más atractiva será la lectura (como nos ocurre con aquellas historias que no podemos abandonar).
Ahora bien, en todo ese sistema de preguntas y respuestas hay un elemento que atraviesa los acontecimientos: el tiempo. Dependiendo del uso que hagamos de él, y de cuánto estemos dispuestos a experimentar en el proceso, será el resultado de nuestro trabajo. Cuanto mejor sepamos manejarlo más redonda, preguntona y atrapante será nuestra historia. En el artículo de la semana pasada sobre este tema, enumeré los diferentes recursos de los que disponemos para manejar el tiempo en la narrativa y otorgarle así ritmo y tensión a nuestra historia. Vuelvo sobre ese tema, con algunos ejemplos claros que pueden servirnos para trabajar cada uno de estos recursos.
Prolepsis, sumario y analepsis
Estos son tres elementos fundamentales en la narración, los cuales nos permiten trabajar la tensión y llevar al lector por el camino que deseemos. Los veremos a continuación.
En el caso de la prolepsis, podemos hacer uso de ella para adelantarnos en el tiempo y narrar (generalmente sin profundizar en él) un hecho que vaya a ocurrir en el futuro. Suele utilizarse, por ejemplo, en la introducción de las historias, para situar al lector en el punto que deseamos y despertar en él la intriga. A continuación les dejo un ejemplo de prolepsis; pertenece a la obra «Crónica de una muerte anunciada» de Gabriel García Márquez.
Cuando en determinado momento de la historia necesitamos hacer un recuento, un poco para que el lector no se pierda, y para plantarnos en el presente con las cosas más claras hacemos uso del sumario; nos sirve para comprimir el tiempo, enumerando los acontecimientos sin profundizar en ellos.
La analepsis, por su parte, es un recurso que consiste en volver a un punto de la historia que ya se creía superado, para hacer alguna aclaración o desmentir algo. Generalmente se presenta en forma de recuerdos y suele ser muy utilizado para explicar hechos del presente que tienen su lógica en un momento del pasado. Un ejemplo de analepsis puede ser este fragmento de «Mi Cristina», de Mercé Rodoreda:
Elipsis, acronía y ucronía
Uno de los recursos más interesantes para manejar el tiempo en la narración recibe el nombre de elipsis y consiste en mover los hechos hacia adelante, saltearse las líneas argumentales y posicionar al lector en un lugar sorpresivo (y en ocasiones incómodo) para llevarlo al punto que deseemos. En el apartado anterior hablaba del sumario que tiene una función similar a la elipsis; la diferencia entre ambos es que, mientras con el sumario hacemos un breve resumen de los hechos, con la elipsis simplemente los mencionamos (en ocasiones ni siquiera eso) y evitamos dar cualquier tipo de detalle. Contamos para ello con frases como «Cien años después», «Dos días más tarde», etc.
La acronía también conocida con el nombre de silepsis consiste en llevar a cabo dos líneas argumentales y temporales e ir soslayándolas en ocasiones. Puede ser sumamente efectivo para trabajar el tiempo en novelas muy extensas y con muchos personajes porque nos permite tener siempre el control sobre los acontecimientos y mantener al lector atento, y sobre todo, enterado. Un ejemplo casi inevitable de tener presente para analizar este recurso es cualquier historia de Lev Tolstói pero sobre todo Anna Karenina en la que mantiene dos líneas temporales bien definidas y divididas en cuatro líneas argumentales (representadas por cada uno de los personajes principales de la historia).
Por último tenemos la ucronía, que consiste en la negación de un hecho irrefutable. Para ello debemos pararnos en un momento histórico específico y decirle al lector que aquello que cree que ocurrió, en realidad no ha tenido lugar. Es un recurso muy utilizado en las novelas que mezclan realismo histórico con ficción porque sirve para hipotetizar en torno al desarrollo de los acontecimientos de los que todos tenemos constancia. Algo así como intentar imaginar «que hubiera pasado si…» Uno de los ejemplos más famosos de ucronía es la novela «El hombre en el castillo» de Philip Dick en la que el autor americano imagina cómo habría sido el mundo si la Segunda Guerra Mundial hubiera terminado con la victoria Nazi.
Comentarios2
Excelente información para aprendizaje. ¡ Gracias!
Me ha encantado tu información a ver si puedo escribir mejor. Esto es sumamente valioso para mí.
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