Ser hijo o hija no es algo sencillo; mucho menos lo es si, además, escribes. La escritura es esa frontera donde la propia orfandad queda al desnudo y donde las rencillas con nuestros progenitores se ponen de manifiesto para desembocar en textos muchas veces críticos con la paternidad/maternidad y con el concepto de familia que se nos ha intentado inculcar.
Digo que es difícil si nos tomamos en serio la escritura: como un espacio de crecimiento y de reflexión en torno a nuestro pasado y al de las personas que forman parte de él. Porque solamente a través de la introspección es posible alcanzar la conciencia y la madurez (a la que en realidad nunca se arriba). Y esa reflexión no puede hacerse de otro modo que poniendo en tela de juicio todo lo aprendido, todo lo conocido y, sobre todo, todo lo que alguna vez amamos.
La sombra y Kafka
La sombra de un padre, de una madre o de un hermano o hermana mayor puede ser definitorio de nuestra propia identidad. Y, a diferencia de lo que ocurre con los monstruos que veíamos en nuestra habitación cuando éramos pequeños, los espectros de nuestros referentes en vez de empequeñecerse se vuelven más largos y enormes a medida que pasan los años.
El peso de esa sombra que sirve como referente de identidad muchas veces puede ser tan difícil de sobrellevar que nos obliga a hacer algo. En algunos casos, el único escape parece la parálisis (amnesia y negación de lo ocurrido); en otros, el arte. La escritura nos permite insistir sobre el daño, no reincidir en él sino analizar con lupa la herida y resignificar las experiencias, para comprenderlas desde una nueva perspectiva.
Muchos autores a lo largo de la historia de la literatura han trabajado sobre el peso de esa sombra, escribiendo textos monumentales que dejan en evidencia lo adyacente que es la relación entre las primeras experiencias y la escritura.
Dice Kafka en su monstruoso texto La metamorfosis que Gregor, que está pasando por una situación completamente extraña, no piensa en él sino en no abandonar a su familia. Y es en ese mismo texto que dice que para escribir se tienen necesidades de aislamientos más parecidas a la muerte que al ascetismo.
En esta obra la soledad es un tema fundamental y Kafka la plantea desde diferentes puntos de vista, pero sobre todo desde la incomprensión que experimenta a cada segundo el protagonista en su relación con los suyos. Kafka reincide sobre esta idea en sus Cartas al padre; en las que el joven escritor recrimina a su progenitor el poco empeño que puso en tomar de él aquello que lo hacía valioso y, en cambio, quedarse con una imagen suya siempre incompleta.
El peso de la familia sobre la escritura
Kafka es el mejor ejemplo para comprender el peso de las experiencias familiares en una mente sensible, y, por otra parte, lo necesaria que se vuelve la escritura. En todos sus escritos se desprende el sentimiento de culpa causado por una determinada circunstancia acaecida en la infancia; y es ese sentimiento de culpa el que provoca que el personaje sea atormentado y no vea la luz más que a través de un algo siniestro que lo envuelve y le impide ser libre. Un algo que, de alguna forma, lo va transformando en un monstruo sin que él pueda hacer nada por impedirlo.
Cuando la culpa y la frustración de no cumplir con las expectativas ajenas, de no poder reemplazar al padre o ser lo que él no pudo ser (vale también para todo aquel que pueda ejercer el carácter de sombra sobre el autor) se vuelven insoportables, tiene lugar un hecho fatídico: la monstruosidad, el desapego de la propia vida, la desolación en su sentido extremo… o la escritura.
Cuando la memoria ayuda
Eso dice Richard Ford cuando escribe sobre su madre. Y esta frase define con precisión esos misterios y silencios que habitan en nosotros, que vienen de una época en la que no preguntábamos todo aquello que hoy nos gustaría saber; que ignorábamos que algún día realmente nos importaría saber el por qué de ciertas cosas que hoy no nos abandonan… Y a veces, ya no hay a quién preguntarle.
Dice Marta Navarro que la infancia es la mesa de operaciones donde comienza nuestra vida; no sé si alguna vez había leído una reflexión sobre ella tan contundente donde se deje en evidencia con cierta maestría el peso indeleble en nuestra vida. Porque, al igual que en una mesa de operaciones, quedarán cicatrices de por vida, se nos arrebatará algo y, a la vez, se intentará enderezar aquello que está torcido. Niños, inocentes, sanos (todavía) llegamos a una familia donde se nos tratará bien o mal pero inevitablemente, se nos dejará una huella que condicionará totalmente nuestro futuro.
Y parece la escritura la única forma de apropiarnos de esa sutura, que no de enmendarla. Porque a través del arte podemos canalizar esa frustración y esa culpa, establecer una distancia con la sombra enormísima de nuestros padres o hermanos mayores y ver con más nitidez nuestra propia estela, nuestra sombra, para intentar desearla con la misma intensidad con la que antes intentamos suplir o convertirnos en nuestros referentes.
Familia y escritura
Hay otra reflexión que puede hacerse en torno a la relación entre familia y escritura o literatura, la que puede verse desde el otro lado del espejo y que está vinculada a la respuesta de las familias.
Muchas veces, ese mismo núcleo en el que se gestaron nuestros traumas se resiste a la monstruosidad; no la acepta como tal. Y, entonces la soledad que nos envuelve nos conduce inevitablemente a la escritura: un espacio donde esa monstruosidad parece necesaria y hasta productiva. Los monstruos, como el escarabajo de Kafka, son evitados y confinados en rincones donde no se los vea, donde no estropeen el panorama familiar, donde no afecten a esa imagen perfecta de puertas para afuera.
Es evidente que el arte es el espacio perfecto para canalizar esa monstruosidad, para darle vida y convertirla, si se puede, en algo bello y necesario. Y ¿cómo asumir la propia monstruosidad?. Degollando a la hermana (Horacio Quiroga) provocando la propia muerte (Franz Kafka); buscando la forma de valerse de la escritura para reflexionar sobre la propia existencia.
Decíamos que las angustias y los traumas germinan en el seno de la familia y que la escritura surge por esas ausencias mal curadas; sólo cabe preguntarnos ¿será que sin familia no habría literatura?
EPÍGRAFE FUENTE: MARTA NAVARRO – ENTRE NÓMADAS
Comentarios1
Bien, bien,
muy, muy interesante
para reflexionar un buen rato.
Gracias ,Tes.
😉
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