El último número de la revista Mercurio trae un extenso monográfico sobre Walt Whitman en el que colaboran importantes voces de la literatura. Una vez más, esta revista literaria que goza de una gran cantidad de lectores, regresa a las librerías. Pero no es una fiesta idéntica a las anteriores porque llega anunciándonos que dentro de dos números (este incluido) dejará de editarse y publicarse. Pensando en los cambios que está viviendo el mundo editorial y las muchas formas de adaptarse que tienen los implicados, pensando en los maravillosos proyectos que se quedan en el camino por no disponer de las herramientas y el empuje de masificación de otros, escribo aquí. También, para proponerte que te sumes a la ola de lectores que estamos solicitando la continuidad de Mercurio, donde encontramos entrevistas, reseñas y notas interesantes sobre el mundo del libro.
Literatura y capitalismo
En ese texto hermoso de Antonio Lucas sobre Walt Whitman titulado «El hermano profundo», el periodista de El Mundo escribe sobre la voz del poeta, recogida en una grabación: una voz que nos permite entrar en el perfil de una época y entender qué movía la vida entonces. Una voz que se hace eco de los problemas del momento y que también nos sirve para entender cómo se desarrollaba la vida. En un tiempo de transición, el poeta supo encontrar en el lenguaje la revolución.
Whitman fue revolucionario desde el vamos. Se alejó de las estructuras de poder y construyó poesía donde había racismo, pobreza y abusos. Whitman supo cantarle a la vida en un mundo desesperadamente cruel que ya mostraba su reclinado rostro frente al capitalismo. Ese (este mismo) sistema que cada vez se volvió más sólido, más fuerte; adquiriendo la autoridad de entrar en nuestras casas y comer de nuestra mesa hasta implantar en nosotros la necesidad del ruido constante y de un sinfín de necesidades artificiales que ya reconocemos como propias.
Ese es el mundo que tenemos. Uno donde quien no es visible (en términos de viralización en los canales de comunicación masiva), no existe; uno, en el que se ha normalizado el maltrato, porque se ha descubierto que es uno de los métodos más eficientes para alcanzar visibilidad: esta turbia enfermedad del ego. Y en ese mundo, la revista Mercurio ha sabido aguantar varias décadas. Algo realmente insólito.
Soy pesimista. Pienso que la vida de la literatura tal cual la conocemos va tocando a su fin. Una nueva era comienza y la única forma de sobrevivir a este cambio es reconstruirse, como supo hacer Whitman en su poesía.
Quienes han sabido llevar con tanto acierto la revista Mercurio han sido alcanzados por la ola destructiva de la sociedad de consumo, para la cual este tipo de productos no son necesarios. Como ya les ha sucedido a tantas revistas, periódicos y librerias. Y es que al capitalismo no le sirve que leamos. Al capitalismo le sirven autómatas (aunque, de carne y hueso, para poder meterlos en el abrasivo sistema de salud) dispuestos a obedecer. Mucho estaban tardando en tocar una revista que desde su fundación, ha intentado acercarnos la realidad del libro con entusiasmo y calidad periodística.
Tecnología y resistencia
Sin embargo, me gusta creer que existe una luz. Whitman nos lo enseñó. Cómo ignorar esa fuerza de su poesía en medio de la niebla. Tenemos que reinventarnos y resistir: lectores, periodistas, editores, libreros, amantes del libro. Aprender de esto y redibujar un mundo donde la literatura importe.
Resistir no es «tirar» hacia adelante lo que se pueda, consumir los últimos recursos, sino readaptarse y aprender incluso de nuestros enemigos. Sobre todo de ellos. Resistir es escribir contra todo, como Whitman, apoyándose en un lenguaje nuevo, y demostrar(nos) que estábamos en lo cierto cuando creíamos en la fuerza poderosa de los libros.
No podemos frenar los cambios tecnológicos. No podemos conseguir que se paralice el desenfrenado avance de las nuevas tecnologías (tampoco lo deseamos: seamos radicalmente sinceros) para continuar con nuestro mundo tal cual lo conocíamos. No podemos pretender que regrese ese mundo que conocimos y amamos. Pero tampoco estamos perdidos, ni solos.
La única posibilidad que veo útil para el mundo del libro, para que la literatura importe, es adaptarnos a los cambios y empujar las fronteras del libro hacia la masificación. Esto no significa adaptarnos a las necesidades de los lectores sino usar nuevos canales para formar lectores críticos y conseguir que sean ellos los que requieran de trabajos como el de Mercurio.
Estoy convencida de que si no mostráramos tanta resistencia a los cambios podríamos honrar mucho mejor a nuestra amada literatura. Pienso que hay diferentes formas de ser revolucionarios, y que desde la visibilidad se puede ser altamente revolucionario. Y pienso que sería la única forma de meternos en el cerebro del capitalismo y destruirlo desde dentro.
Que uno de los últimos números de Mercurio se apoye en la figura de Whitman me parece maravilloso. Una buena forma de buscar luz. Quiero creer que aunque los cimientos y la seguridad de la edición de esta revista se estén sacudiendo, esto no significa que el proyecto toque a su fin. Estoy segura de que nuestros compañeros sabrán usar toda su creatividad para reconstruirse y continuar con su importante labor, que a tantos lectores nos alimenta.
Estoy segura de que este es un momento de inflexión, a partir del cual quienes están detrás de este maravilloso proyecto sabrán hacer algo para mantenerlo en pie; renovando lo que haga falta y apoyándose en las fortalezas de un emprendimiento que tiene mucho de luz, para impedir que las sombras y el hueco hostil del tiempo que vivimos se lleven por la borda tantos años de trabajo riguroso a favor de la lectura y de la literatura.
Termino invitándote a movilizarte para solicitar la continuación de esta revista fabulosa. Para ello sólo debemos escribir un correo a [email protected] con el texto «Quiero seguir leyendo la Revista Mercurio». Este es el mensaje distribuido por la Asociación de Periodistas Culturales de Andalucía para tal fin.
¡Que viva Mercurio!
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