En el segundo capítulo del miniciclo dedicado a Teresa de Jesús hablamos sobre lo más asombroso de su obra.
El 28 de marzo volvemos a celebrar la vida y la obra de Santa Teresa de Jesús. Hoy publicamos el segundo artículo de este miniciclo dedicado a esta increíble poeta. En él hablaremos en profundidad de sus obras fundamentales y de los elementos más característicos de su poesía. Te invitamos a leer la primera parte, en la que te contamos quién fue esta autora y también el último artículo que publicaremos el viernes sobre la vigencia de su pensamiento en la poesía contemporánea.
Los elementos destacados de su estilo poético
En la figura de Teresa de Ávila encontramos una absoluta fusión entre vida y obra. Su poesía es la prolongación de su espiritualidad y de su experiencia mística. Aunque su producción estrictamente poética no es tan extensa como su obra en prosa, en toda su obra hay un interés por trabajar con un lenguaje poético. Sus textos poseen una fuerza expresiva sublime gracias a la espontaneidad y a su capacidad para plasmar una experiencia tan abstracta como es la elevación del alma a una poesía material y cercana.
Hay en su poesía un trabajo delicado por lograr la sencillez y la claridad expresiva. El lenguaje es directo y no aparecen artificios retóricos ni excesos formales tan característicos de aquella época. Su objetivo no está en agregar elementos a la realidad sino en quitárselos para dejarla desnuda, y eso da a su poesía una potencia sin comparación. Su voz articula la experiencia íntima y trascendente y construye una nueva realidad que eleva la propia realidad. También prescinde de complejidades métricas y utiliza una dicción cercana al habla cotidiana, lo que les confiere a sus versos una enorme frescura y naturalidad.
Los poemas de Teresa parten de su gran cultura bíblica y mística, y se encuentran impregnados de referencias a las Escrituras, especialmente a los Salmos y al Cantar de los Cantares. A través de ellos consigue expresar con una ambigüedad perfecta la unión de dos corazones humanos o entre un corazón humano y Dios. Su obra se inscribe así dentro de la poesía mística, una corriente en la que también destacan voces como las de San Juan de la Cruz y Fray Luis de León.
Una de las peculiaridades que vuelve tremendamente auténtica la escritura de Teresa es su uso de las estructuras repetitivas, paralelismos y anáforas que refuerzan el sentido de sus versos facilitando su memorización. Su poesía, que tiene un origen vinculado a los cantos religiosos, es en gran medida oral; tanto es así que muchas de sus composiciones eran cantadas dentro del convento.

La poesía mística de Teresa
Las obras fundamentales de Teresa de Ávila
Al acercarnos a los textos literarios de Teresa de Ávila no sólo somos testigos de la impresionante capacidad para expresar intensidad en sus poemas que la caracteriza sino que también nos encontramos con el testimonio más profundo que exista en el Siglo de Oro sobre la espiritualidad. Sus obras suponen la cumbre de la literatura mística en lengua castellana. Su poesía surge de la propia experiencia y se matiza con elementos simbólicos de la iconografía sacra que los adorna con cierta solemnidad sin que por eso el lenguaje pierda su amarre con la realidad. Y algo que no siempre se destaca de ella es su sentido del humor, los juegos irónicos que incorpora en su simbolismo, sobre los que hemos hablado en artículos anteriores.
El libro de la vida es uno de los textos más interesantes de a bibliografía de Teresa de Ávila. Vio la luz en 1562 y se trata de un escrito que ella envió a sus confesores. A través de estos textos Teresa relata su camino de conversión, es decir, puede entenderse como una autobiografía espiritual. Es una lectura imprescindible si se intenta comprender el pensamiento de esta poeta porque nos da ciertas claves sobre su simbología y su doctrina. Los poemas en los que comparte sus experiencias de éxtasis y sus visiones son verdaderamente fabulosos.
Las moradas también conocida como El castillo interior es otra de las grandes obras de Teresa. En ella encontramos el complejo tratado místico que, si lo leemos con apertura, nos permite realmente entender la cuestión material de su empeño poético. En ella, la autora compara el alma con un castillo de siete moradas por las que el creyente debe avanzar hasta alcanzar la unión con Dios, que puede dar lugar a diversas interpretaciones, como comentábamos en el capítulo anterior de este miniciclo. Para los cristianos, este libro es la expresión más sublime de la mística, para los ateos es un libro extraordinario donde la sensualidad adquiere una simbología absolutamente maravillosa. Sea que se lea desde una perspectiva teológica o erótica, este libro es delicioso.

Una poesía que interesa a religiosos y ateos por igual
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