Siempre hay nombres que se nos aparecen, que nos gritan como ahogados y a los que no les prestamos atención. Hay tanto para leer en este mundo que casi lo que haya caído a nuestras manos podría considerarse consecuencia del azar.
A Álvaro García le sigo la pista desde hace mucho tiempo (premios, entrevistas, menciones) y le he leído; pero nunca con la profundidad que se merece, hasta ahora. A Jane Bowles siempre la he buscado pero nunca he dado con ella en los momentos en los que necesitaba leerla. Ahora vuelven a mí, juntos a través de la poesía de García y paralizan el tiempo.
¿Qué tienen en común estos dos autores? Una ciudad, quizá poco más… puede que incluso sea producto de la aleatoriedad de la que se conforma la vida que ella forme parte del último libro de García; un hecho tan azaroso como lo es que yo haya tardado tanto en decidirme a leerla. Juntos, García y Bowles en «Ser sin sitio» (Fundación José Manuel Lara), el último libro de Álvaro García que intentaré recomendar con razones, espero que no aleatorias.
La literatura, ese agujero de gusano
«Ser sin sitio» es un libro lleno de agujeros de gusano: esos extraños objetos cósmicos que, según se cree, son capaces de eliminar la distancia entre tiempo y espacio…
Del mismo modo que los científicos buscan nuevas formas de manipular el universo en busca de una solución contra aquello que nos pesa tanto y que consideramos una de las pocas cosas irremediables (hablo de la mortalidad), Álvaro explora a través de la escritura la materia de la que está hecha la vida y se pregunta si acaso el amor y la escritura puedan plantarle cara al paso del tiempo.
A través de «Ser sin sitio», el poeta malagueño profundiza en torno a temas de innegable relevancia pero a través de elementos sencillos; posando sus ojos en los aspectos casuales de la vida, en lo que encierra un instante, la luz de la eternidad a través de un hecho fáctico: una tarea complicada pero certera.
Y lo hace a través de un libro compuesto de tres poemas largos que vienen acompañados de numerosos sonetos que aportan ritmo y musicalidad a un conjunto de interesantes reflexiones.
Dividido en cuatro partes, este libro se presenta como una especie de portal interdimencional entre la vida y la muerte: ofreciéndonos una vision de todas esas cosas-acciones-pasiones que pueden hacer que la vida dure más. Esto me lleva a aquellos versos de Whitman que dicen ‘Lo palpable está en su lugar / y también lo impalpable‘.
Ser sin sitio
En la primera parte nos encontramos con el punto mínimo que podemos percibir como seres vivos: nuestra individualidad. Y, partiendo de ese átomo, vamos explorando el contorno, los límites de esa independencia que se ven marcados por la cercanía de otro átomo, materia que al acercarse transforma ese pequeño entorno antes tan restringido (aunque estos límites se evidencian recién en la segunda parte del libro).
Un largo poema en el que el individuo reflexiona en torno a la fugacidad de la vida y a la imposibilidad de detener su irremediable fin, compone una primera parte sumamente intensa de la que quisiera destacar un detalle. La arquitectura del poema se rige por los tiempos de la luz: la mirada del sol hacia la tierra. Me ha parecido sumamente interesante este elemento. El sol que tiene tanta importancia para la vida va atenuando o intensificando la voz en el poema para poder dejar constancia de lo vivido.
Además,en esta primera parte se destaca el intento del ser poético por atrapar la esencia de la vida para poder ‘inventarle espacios al espacio‘.
El sitio sin lugar
La segunda parte se compone de un conjunto de sonetos que sirven para que el individuo explore su entorno. A través de ellos va poniendo en palabras sus reflexiones en torno al tiempo, al amor, al deseo, al sexo, a la rutina… Conquistado el espacio mínimo, la individualidad de la que hablaba antes, debe explorar los límites de su región y apropiarse de la identidad de lo externo (o dotar a las cosas de identidad, que a la larga termina siendo lo mismo). En este punto aparecen la escritura y el amor como experiencias que permiten conocer el mundo y paralizar los instantes (o eternizarlos).
En estos sonetos el sujeto poético se aferra al amor, y los lugares pierden nitidez, porque siempre es más importante el ‘con quién’ que el ‘dónde’. De este modo el entorno va mutando de acuerdo a la transformación de la propia mirada.
Entre estos sonetos hay varios fabulosos que nos permiten reconocer la voz madura de aquel Álvaro que conquistara hace unos cinco años el Loewe de Poesía. Quiero destacar uno («El acero») cuya sencillez me ha atrapado. Se trata de un poema que lo dice todo sin ponerlo exactamente en palabras; en el que García consigue ser claro y sugerente a la vez creando imágenes absolutamente poéticas y bellas.
Y volvemos a aquellos agujeros de gusano; porque también en esta parte queda evidenciado el deseo de comprender los hilos que nos atan a la mortalidad, para poder trocarlos, quizá. En «Fugacidad», por ejemplo, el individuo poético se pregunta por qué puede valer tanto un instante y dar la sensación de que el tiempo ‘se abre aquí de par en par‘. Y dice más adelante ‘Amar nos reconcilia con la muerte‘. Pienso que quizá sea ésta una de las frases más contundentes del libro, acaso la respuesta que el poeta buscaba al sentarse a escribirlo.
Ante la tumba de Jane Bowles
Y volvemos a los poemas largos que rompen con el ritmo al que ya nos estábamos acostumbrados. ¿Un intento de darle al libro el propio movimiento de la vida? Expresar que cualquier instante puede ser destruido por el peso de la muerte. Y en esta parte la muerte sin duda es la protagonista y también la forma en la que cambia nuestra perspectiva de la vida al explorarla. Y es Jane Bowles, esa autora que es personaje por la mirada que nos impone el paso del tiempo, la protagonista de este poema en el que dice Álvaro: ‘Este mármol que le interrumpe el tiempo y nos lo abre‘. Y es que al mirar la muerte de los muertos nos nace una nueva mirada: la de los que miran desde afuera creyendo y deseando que jamás estarán del otro lado.
Decía Whitman que la vida es lo poco que nos sobra de la muerte; demasiados miles de años de oscuridad que son interrumpidos por unas pocas décadas. La mirada de Álvaro se poza en esa luz, en esos instantes porque, después de todo, es lo único que somos capaces de percibir, aunque jamás de entender. Y la muerte, nos iguala no sólo porque nos conduce a todos de nuevo a la nada, sino porque en ella no vale nada de lo que hayamos hecho.
Y para Bowles la muerte implica el empate ‘entre el miedo y el lenguaje’; la interrupción absoluta de la tristeza pero también de la creación. Una nada que se ve reflejada en una lápida. Miramos desde afuera e intentamos creernos que a nosotros no va a tocarnos, porque miramos más la ausencia de vida que la eternización de esos pequeños instantes.
El viaje
El libro cierra con otro poema largo titulado «El viaje» que podría entenderse como una analogía entre el final de la vida, pero en una lectura más profunda, como las razones por las cuales es imprescindible vivir todos esos instantes que dibuja García en estas páginas: la necesidad de reflexionar, de disfrutar y de comprender los vericuetos de la existencia.
Un viaje hacia adentro de uno mismo para entender que revisando la existencia podemos ampliar el hábitat (y aquí volvemos a la idea de que a través de la escritura puede conquistarse terreno contra el paso del tiempo). Y Álvaro plantea este trabajo como única salida, como la única posible realidad, ‘la vida sin regreso del que esquiva la muerte’.
Antes de terminar quiero señalar que la arquitectura de este libro me ha parecido uno de sus grandes puntazos. No sólo porque la encuentro análoga a la vida sino porque creo que otorga a la obra una musicalidad particular que nos ofrece una lectura altamente relajada y disfrutable.
Pienso que escribir sonetos en esta época y conseguir que se note que han sido escritos hoy implica una inmensa valentía: evitar los clichés, las frases quemadas de las que este género está lleno, construir con rigurosidad algo melodioso y que no resulte cursi o anacrónico, es una elevada propuesta y pienso que Álvaro lo consigue con una voz que nos recuerda la materia de la que está hecho. Creo que leer estos sonetos puede ser una preciosa forma de aprender no a escribirlos, sino a sentirlos realmente, saliéndonos de los carriles conocidos, que de tan transitados se han puesto fangosos.
Esta frase me parece una forma ingeniosa y certera de cerrar el libro. Y en este punto quiero volver a Whitman cuando dice que a través de la poesía se abre una brecha que permite conocer la amplitud del tiempo. Ya son tres: García, Bowles, Whitman, que se imponen al paso del tiempo.
Lean «Ser sin sitio». Atrévanse a mirar dentro de ese agujero de gusano en el que las palabras flotan y donde podemos hallar a un Álvaro García más riguroso y también algo cándido que se aferra al amor y a la escritura y consigue su pequeña trascendencia.
Ser sin sitio
Álvaro García
Fundación José Manuel Lara, 2014
ISBN: 978-84-9682-453-9
62 páginas
12 €
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