Aquellos que suelen leerme ya sabrán que la literatura rusa me puede; posiblemente una novela mala si es rusa puede que incluso no me parezca tan mala, tengo algo especial con esa tierra. Ya he hablado de autores clásicos rusos como Fedor Dostoyevski y también de escritores actuales, como Elena Artamonova.
En esta oportunidad, también hablaré de una escritora de esta época, cuya obra «Una edad difícil» publicada en Rusia en 2005, acaba de llegar a las librerías de los países de habla hispana. Su nombre es Anna Starobinets y parece una joya poco común en esta época. ¿La conocemos juntos?
Nueva literatura rusa
Los espacios utilizados generalmente para crear historias de terror suelen ser casas abandonadas y antiguas, castillos llenos de leyendas o subterráneos escondidos en las profundidades de una ciudad, un hospital o cualquier sitio semejante.
En «Una edad difícil», los escenarios son cotidianos, similares a los tuyos y a los míos, y en ese detalle posiblemente resida la inmensa atracción que esta escritora provoca; porque imaginar que lo peligroso acecha nuestra realidad y que no se trata de algo escondido en un viejo castillo muy lejos de casa, puede hacer que nos genere una incomodidad y un miedo todavía mayor.
Anna Starobinets nació en la ciudad de Moscú, en 1978. Es escritora y ha escrito muchos cuentos para niños del género de la fantasía. Pese al furor que las historias de Potter están haciendo en todo el mundo de la literatura, donde la mayoría de los nuevos autores utilizan el mito y lo copian, ella prefiere aferrarse a los mitos clásicos, a las hadas, a las historias tiernas que son capaces de cautivar de verdad a los niños, y las ubica en su país, para que no sean extrañas o ajenas para los niños de su tierra.
Imaginar un castillo en Inglaterra seguro que es más irreal que creer en la posibilidad de que un hada pueda ayudar a un niño en Moscú con su magia. La magia de Anna reside en ser ella misma, sin intentar cautivar con historias seguras, sino llevando la literatura a su sentido más amplio. Creando verdadera fantasía y tocando temas profundos en medio de la trivialidad, cosa tan poco frecuente también en los escritores actuales.
Una edad difícil
La adolescencia es seguramente la edad más difícil, donde se despiertan con más intensidad viejas pesadillas y donde la capacidad de vivir es puesta a prueba a cada instante. Así podemos percibirlo en esta obra también, donde los protagonistas se ven frente a sus miedos y deben hacer algo con ellos ¿lo conseguirán?
En esta obra se fusionan un conjunto de elementos que le dan a la historia un fuerte vigor; esta mezcla de diferentes componentes hace que este libro no pueda encasillarse en una mera historia de terror. Va muchos más allá, nos lleva a la reflexión, nos acerca a ese lugar de nuestro cerebro que se encuentra escondido, donde se registran los sueños y nuestros temores más atroces.
Son ocho relatos absolutamente inquietantes, posiblemente porque Anna no aborda el terror desde la perspectiva de lo morboso o lo sangriento, sino que lo hace desde la cotidianidad: desde vidas absolutamente gobernadas por dolores y miedos sobrenaturales, a los que no pueden enfrentarse y por eso, desarrollan actitudes obsesivas y neuróticas.
Los protagonistas de todas estas historias son seres normales, que estudian, viajan en el metro, van a trabajar, etc… pero dentro de sus rutinas se esconden inquietantes terrores que los vuelven vulnerables y que los trasladan a un abismo del que parece no pueden salir, donde sólo existe el miedo, la locura y elementos de la realidad que se transforman y cobran otra significación.
Y la locura puede llevarlos a los lugares más insospechados, como puede ser un hospital psiquiátrico, donde hay niños que están convencidos de que hay insectos dentro de sus almohadas o que escuchan voces misteriosas que les hablan y les impulsan a realizar acciones que los ponen en peligro.
El verdadero terror
Anna afirma que el terror está a nuestro alrededor y que no necesariamente incluye hachas y seres con mucha fuerza que nos torturan o rebanan los miembros, la distancia entre él y nosotros es mucho más sutil.
Dice que su labor como autora es introducir un sentimiento concreto en el lector pero además hacerlo reflexionar sobre cuestiones importantes; no se queda en generar miedo porque sí, quiere que el lector piense, lleva la literatura mucho más allá de esa historia. Creo que esta es una de las cosas primordiales para rescatar en esta autora; parece tener una percepción muy clásica de este arte, y acercarse así al ideal de literatura que los que amamos de verdad este arte esperamos encontrar en cada obra que llega a nuestras manos, elementos para comprender nuestra propia historia. Porque si la literatura no nos sirve para pensar y entender nuestra vida, ¿para qué podemos desearla?
El miedo al leer a esta autora crece y se apodera de tu intimidad, te trastoca. Tal vez porque su estilo directo te cautiva y te hace ver como posible aquello que de otro modo creerías que es una tremenda locura, o puede que sea porque algunos de los protagonistas presentados son seres tiernos y frágiles y uno no puede menos que identificarse con ellos, con sus rebeldías, con sus miedos, y llegar al punto de aferrarse a esas existencias como si fueran propias. Todas virtudes de la buena narrativa.
La soledad y la realidad actual
La soledad deambula por todas estas páginas, y puede leerse una crítica a nuestra forma actual de vivir, donde ya no nos comunicamos sino que intentamos asirnos a «contactos», y donde el verdadero afecto ha perdido importancia. La soledad de los personajes vuelve todavía más doloroso el miedo y el saber que deben afrontarlo solos, como lector te coloca en una posición en la que deberías ser muy poco sensible para no temblar.
Si se le pregunta a Anna si considera que la realidad es terrorífica, ella expresa que no, que la realidad es como es y no da lugar a las adjetivaciones; lo que sí es terrorífico es lo íntimo en las personas.
Las cosas que realmente deberían darnos miedo son las que llevamos guardadas dentro, las que llevan el resto de las personas, esos monstruos que habitan dentro de cada uno de nosotros, esperando el espacio y el lugar para salir a la superficie. Guardamos secretos sobre nosotros mismos que muchas veces desconocemos, como la locura, la crueldad, la enfermedad, ¡ahí reside el mayor terror!
Esperemos que éste sea el primero de muchos buenos libros de Anna Starobinets que lleguen a nuestras librerías porque, a decir verdad, es una autora única que es justo que sea conocida en otras orillas. Si no lo han leído se las recomiendo para sus vacaciones de invierno o verano, de acuerdo al lugar donde estén. 😉
Comentarios1
Muy buena presentación de esta joven escritora rusa.
Rusia es el país en donde han ejecutado o enviado a la muerte de los campos de concentración más escritores y poetas en el mundo. Solamente entre la primavera de 1937 y otoño de 1938 fueron fusilados alrededor de dos mil.
Esas “grietas negras del asfalto…” me recuerdan el estilo del gran poeta Nikolái Gumiliov (primer esposo de Anna Ajmátova) fusilado en 1922 por ordenes de Lenin. Él también imponía sus propias condiciones y era un peligro…. para la Revolución de Octubre. Ajmátova sintió el momento exacto cuando Gumiliov cayó muerto, pero leyó sobre su ejecución el día siguiente en un periódico mural de la estación.
El gran filósofo existencialista ucraniano, Nikolái Berdiáiev (deportado en 1922 por Lenin) señaló a Andréi Bieli y Aleksandr Blok como los dos poetas con el don de la profecía.
Ambos olvidados por la euforia de la izquierda internacional que sólo elogiaba a los cortesanos de Stalin. Sin embargo, Pasternak, B. Pilniak y G. Sánnikov se consideraban como discípulos de Bieli. James Joyce también lo admiraba. Tanto talento literario ruso obliterado por una ideología romántica europea decadente. Por eso el gran dramaturgo Mijaíl Bulgákov escribió desde una celda de la Lubianka estas líneas:
“En cuanto las ratas del subsuelo / interrumpan sus agudos chillidos mi cabeza cana se abatirá / sobre una hoja inacabada.” (trad. por Marta-Ingrid Rebón)
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