Tennessee Williams es conocido por sus monumentales obras de teatro que fueron adaptadas para ser representadas en Broadway. Esto le proporcionó una fama internacional y la posibilidad de vivir de la escritura. No obstante, antes de eso estuvo la difteria, la violencia doméstica y la tristeza. Al igual que Hemingway, Capote y Kerouac, Tennessee encontró en el alcoholismo su vía de escape, la cual le permitió a su vez producir algunas de las obras más importantes de la literatura de su generación.
Infancia sureña
La infancia de Tennessee estuvo marcada por la violencia doméstica y el padecimiento de la difteria. Nació el 26 de marzo de 1911 en un pueblo sureño, a orillas del Misisipi. Los primeros años de la infancia fueron alegres y le permitieron disfrutar de la vitalidad y el color de Colorado, una de las regiones más envidiables del sur americano. No obstante, esta alegría se vio ensombrecida por la presencia de un padre violento a quien los problemas económicos y el alcoholismo le provocaban fuertes ataques de violencia, que descargaba contra sus hijos y su esposa. Esta situación de miedo y culpabilidad forjaron un Tennessee enfermizo, a quien le costaba muchísimo relacionarse y exteriorizar sus emociones.
Sin duda estos problemas familiares tuvieron una rotunda repercusión en su psique y pueden haber estado relacionadas con la difteria, que le diagnosticaron cuando tenía 8 años. A causa de ella, Tennessee pasó dos largos años encerrado en la casa, con la vigilancia constante de su madre que le impedía hacer cualquier cosa que pudiera poner en riesgo su salud. Fue en esta época en la que el joven comenzó a desarrollar su pasión por la literatura, y cuando su madre le regaló una máquina de escribir, se enfrascó en la escritura con absoluta entrega. Gracias a este empeño consiguió el tercer premio en un concurso de la revista Smart Set, y vio publicado su primer relato.
Más tarde Williams dejaría su educación autodidacta para matricularse en la Universidad de Missouri-Columbia. Allí comenzaría a desarrollar obras ineludibles de la literatura y el teatro musical americano tales como «Cairo, Shanghai, Bombay!», «La rosa tatuada», «De repente, el último verano», «Dulce pájaro de juventud» o «Un tranvía llamado Deseo».
El miedo y la bebida
En la obra de Williams el alcohol ocupa un lugar importante. Su libro de relatos «Mal trago», por ejemplo, reúne una colección de historias que tienen lugar durante los años cuarenta, y en las que podemos encontrarnos con muchísimos personajes insatisfechos con sus vidas y matrimonios que ahogan sus penas en el alcohol. El título permite una doble lectura y nos invita a un universo sólido en el que vemos a un Williams mucho más seguro de si mismo pero al que los miedos van ganándole la partida. Hay frustración, tristeza y mucha decepción en estos relatos pero, sobre todo vemos a criaturas absolutamente dominadas por el miedo a lo desconocido e incapaces de liberarse de los fantasmas del pasado.
Decía Tennessee que las razones por las que alguien se acerca a la bebida son dos: porque se siente muerto de miedo por algo y porque no puede afrontar con entereza algo que es cierto. En su caso, a esa infancia ermitaña se sumaron muchas penurias y, quién sabe cuántos dolores silenciosos que sólo podía ver frente al espejo. Posiblemente para aquel niño enfermizo y temeroso no había otra forma de ganar centímetros que a través del alcohol y la literatura.
Algunos aseguran que el gran golpe para Williams fue el accidente que padeció su hermana Rose a causa de la negligencia médica. La joven había sido tratada de forma intermitente durante años en instituciones mentales porque sufría de depresión. En cierto momento los médicos recomendaron a los padres la práctica de una lobotomía, como una nueva alternativa para tratar su malestar. Al margen de lo violenta e inquietante que nos resulte esta práctica, a ese sufrimiento y a las consecuencias conocidas de estas intervenciones, se sumó una mala praxis que derivó en que Rose quedase incapacitada para el resto de su vida. Este hecho marcó profundamente a Williams, y fue una gota más que llenó el vaso de su tristeza y su decepción con la vida, y que lo empujó al alcoholismo, con la misma urgencia y necesidad que había visto en su padre.
Sin duda Williams, estaba invadido por miedos, inseguridades y una vergüenza profunda que quizá estuviera relacionada con sus raíces humildes. Todo esto era difícil de enfrentar para él y la única forma que encontró de proseguir con la rutina que le imponía la vida en sociedad fue matizando las noches con whisky, daiquiri y vino, que acompañaba con Seconal y Reserpina. Un cóctel potente que lo fue llevando lentamente hasta la muerte, el 25 de febrero de 1983.
Comentarios1
UNO DE LO MÁS GRANDES ESCRITORES
No deberían de dar las recetas.
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