Tras las huellas de Ruben Darío

Ruben Darío fue un poeta nacido en Nicaragua en 1867. Pasó gran parte de su vida viajando por distintos lugares, aportando con sus dotes artísticos para el crecimiento intelectual de la literatura en muchos países, sobre todo en Latinoamérica.

Fue un hombre comprometido con su tiempo y se lo considera el fundador del modernismo, pues implementó técnicas completamente nuevas al lenguaje retórico de esa época, formas que luego otros literatos supieron incorporar a su expresividad.

En la posteridad poetas como Leopoldo Lugones, Ramón López Velarde, Manuel y Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez buscaron en Rubén Darío un referente claro.

El modernismo, época de cambios

El modernismo se trató de un movimiento que surgió como motor de cambio en la literatura. Los autores, cansados del realismo y el romanticismo en el lenguaje, buscaron nuevas formas de expresión. Fue un movimiento que surgió en América y se trasladó posteriormente a Europa gracias al trabajo que Rubén Darío, quien se encargó de diseminarlo por los sitios donde estuvo.

 Los poetas de este período se apoyaron en la poesía francesa y no-hispánica para renovar su arte, despegándose de la típica retórica española, propia del S XIX.

Algunos de los precursores del modernismo fueron: José Martí, Del Casal, Gutiérrez Nájera y Asunción Silva.
Este período se caracteriza por ser de índole cosmopolita, intenta tomar elementos de diferentes culturas para asimilarlos e incorporarlos al arte.

Una de las principales virtudes del modernismo, en cuanto movimiento literario, fue que permitió redescubrir el horizonte idiomático común de los escritores españoles e hispanoamericanos.

Para que la conexión entre ambos lados del Atlántico se llevara a cabo se precisaba una figura literaria capaz de hacer brotar una nueva dimensión poética en el idioma y la mejor forma de conseguirlo era incluir en en la poética a las corrientes literarias más en boga en Europa.

Ruben Darío lo consiguió al incorporar a su poesía formas del parnasianismo y el simbolismo francés; de este modo, se renovó el idioma y con él la poesía, que entonces languidecía en las formas antiguas ya conocidas sobre manera.

Se considera a Darío como el gran poeta cosmopolita, ya que vivió en las ciudades más influyentes de la época, las más avanzadas, llevando su arte e inculcando la necesidad de salir de ciertas estructuras.

Se cree que sin Darío gran parte de la prosa española de finales del SXIX y principios del XX sería inexplicable.

El climax de Rubén Darío

La grandeza de Ruben Darío llega a su más alto nivel con «Cantos de vida y esperanza» publicado en 1905. Una obra que pone en evidencia sus dotes de poeta, en donde hace referencia a cuestiones profundas tales como el destino de la humanidad y la tragedia de los pueblos hispanoamericanos, acosados por el imperialismo de Estados Unidos.

Sin embargo, lo más importante de este libro es que en él, el autor alcanza el máximo logro de la lírica pura, la del sentimiento personal, en angustia, en respiro. En «La dulzura del ángelus« puede notarse que no hay ni siquiera un verso principal, se trata de una acumulación de los sentimientos más profundos, dicho de manera cruda y sin vueltas.

(…)»la torre de marfil tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro de mi mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo(…)

Al servicio de las letras, no de las etiquetas

«No hay escuelas; hay poetas. El verdadero artista comprende todas las maneras y halla la
belleza bajo todas las formas. Toda la gloria y toda la eternidad están en nuestra conciencia.»

Pese a que muchos intelectuales de la época intentaron adjudicarle a Rubén el mérito de líder, observando que él marcaba el rumbo que luego seguían sus poetas contemporáneos, el poeta no se daba por aludido, de hecho en cierta ocasión expresó: «Yo no tengo literatura «mía» para marcar el rumbo de los demás, mi literatura es mía en mí; quien siga servilmente mis huellas perderá su tesoro personal, y paje o esclavo, no podrá ocultar sello o librea.»

Para él más importante que las modalidades literarias, que las etiquetas y los prejuicios era el arte en sí mismo, consideraba que no se puede escribir partiendo de una estructura intelectual y afirmaba que no era modernista en el sentido estricto, ni esteta que lo único que buscaba era apreciar la obra artística en sí misma, fuera de todo catálogo.

Estaba convencido de que para poder escribir, el artista debía deshechar cualquier precepto que se le impusiera desde el exterior pues «toda la gloria reside en su propio yo, su tesoro personal…Debe sacar el oro de su propia mina».

Una de las mayores virtudes de Rubén Darío era su esencia cosmopolita; el no tener una patria fija a la que se sintiera arraigado le permitió sentirse patriota en tantos sitios diferentes y amante de las culturas de cada lugar.

Para él la forma y el lenguaje en sí mismo es un medio para expresar el alma: «Es utilizar todas las sonoridades de la lengua en exponer todas las claridades del espíritu que concibe.»

Darío y los universos sobre naturales

Para Darío existen realidades no descritas y es a través del arte que se puede tener acceso a ellas, a esos mundos espirituales desconocidos; considera que los artistas son los que están dotados de la visión especial para poder comprender esos mundos. Esta puede ser una manera de expresar su inconformismo con el mundo cientificista y cada vez más superfluo, pues dice también que ese mundo de orden metafísico no puede ser captado por la ciencia.

Él persigue algo escondido de lo cotidiano, la expresión acabada, ahondar en el ser y en los orígenes del universo y la vida. Consideraba que los poetas tenían la facultad de poder comprender más allá de la propia realidad y gracias a ello podían captar la esencia de la vida y plasmarla en una poesía.

Declamación del poema: «Lo Fatal« de Rubén Darío