En su obra «Muerte de un viajante» Arthur Miller expone uno de los temas más áridos de nuestro mundo capitalista: la ansiedad por el progreso material cueste lo que cueste, sin importar ni tener en cuenta los principios éticos y morales que pudieran limitar dichas ansias.
Según los amigos cercanos a Philip Seymour Hoffman, participar de esa obra dura y reflexiva cambió profundamente la vida emocional del actor. Seymour, que en el año 2005 interpretara a Truman Capote en la película sobre «A sangre fría», falleció de la misma forma que el escritor, treinta años más tarde. Parece difícil para los que nacimos cerca de los noventa imaginar al escritor de «El arpa de hierba» más allá de los ojos acuosos de Hoffman; como si éste hubiera nacido, destinado a convertirse-apoderarse de la imagen de uno de los escritores más interesantes de su generación (aunque no exactamente el más recordado).
Truman Capote es el autor al que dedicaré esta nueva entrega de literatura y alcoholismo; ciclo por el que ya han pasado Hemingway, Wilde, Bowles, Bishop, Sexton, Bukowski y Stafford, entre otros.
Infancia y abandono
Sin duda las marcas más decisivas que nos convierten en escritores tienen lugar en la infancia. En el caso de Capote, el divorcio de sus padres lo llevó a vivir con sus abuelos y sus primos. Pasó con ellos desde los cuatro años hasta bien entrada la adolescencia. Empezó a escribir con la necesidad de huir de la soledad, del aislamiento, quizá de sí mismo. A los veinte años ya era un escritor dedicado a quien le interesaba visibilizar la homosexualidad en la literatura. De hecho, su primera novela, «Otras voces, otros ámbitos», se considera la primera obra que plantea la homosexualidad como tema principal. Capote tenía 23 años y el éxito comenzaba a lacerar su estabilidad emocional.
Pero su gran obra para la crítica mundial vendría algunos años más tarde, «A sangre fría», en la que entrevistó a dos hombres condenados por el asesinato múltiple de una familia. Con Dick Hickock y Perry Smith, los dos acusados, Capote entabló una relación amistosa que lo llevó a procurar utilizando todos los medios a su alcance, que el mundo reconociera la inocencia de ambos; sin conseguirlo. En gran parte se cree que esta historia fue también uno de los grandes hitos en la vida de Truman, que lo llevó a sentirse cada vez más desolado.
La bebida contra la soledad
La relación de Capote con la bebida comenzó a edad temprana y se extendió durante toda su vida adulta. No se sentía orgulloso de su alcoholismo (cosa que lo ubica en un sitio diferente a autores como Hemingway que hicieron de la bebida un espacio de escritura). Truman se dejaba llevar por la autocompasión y se volvía lúgubre a causa del alcohol. La soledad y el deseo de morir eran los temas recurrentes cuando se encontraba en estos estados;
Aunque parecía presumido, Truman sentía una especie de aberración hacia su persona; movida quizá por el hecho de que sus padres le habían abandonado de niño (si tus padres no han sabido quererte, el amor propio se volverá para ti un camino sinuoso casi imposible) o por ser un gay en un país que en aquel momento odiaba a los homosexuales. Las posibilidades son muchas; aunque, seguramente todas vayan a parar al mismo sitio: la necesidad de construirse un personaje al que todos adoren, envidien y amen en proporciones iguales; para así, ponerse a resguardo del abandono y el desprecio para siempre.
Soledad para siempre
La soledad y el abandono fueron los síntomas que lo llevaron a buscar en la bebida su casa-refugio. Pero después de la borrachera no había luz, quizá la calma de la inconsciencia, pero después vendría la culpabilidad y la autocompasión. ¿Por qué entonces, Truman, no pudo-supo salirse de aquel desesperante viaje? Quizás porque no todos estamos destinados a salvarnos o porque para él siempre la lucidez fue menos compañera que el calor del alcohol a través de sus venas. Jamás lo sabremos.
Durante su vida, Truman tuvo reincidentes deseos de morir; pero en los últimos años fueron más intensos que nunca. Su cuerpo no daba más, su mente tampoco; pero probablemente lo que cada día resistía menos era su psique, vapuleada por el abandono y por la sensación de que jamás sería un hombre lo suficientemente bueno como para que alguien le amase de verdad. Detrás de su cinismo y de su prepotencia, Capote era un ser romántico, quebrado y perdido en un mundo de hombres más felices.
Resulta difícil pensar en Capote sin ver a Hoffman; y es paradójico pensar que ambos terminaron de forma similar: perdidos en ese territorio farragoso que comienza donde nuestras certezas se estrellan con nuestros miedos primigenios. En este punto cabría hacerse la misma pregunta que plantea Miller pero algo modificada: ¿cómo y por qué discernir el límite ético de nuestros actos cuando se tiene un profundo desapego por la realidad?
Comentarios1
En este caso, la ausencia del cariño de los padres y ser homosexual en un país donde se maltrataba hasta límites insospechados a quien lo era. sin duda, que eran unos ingredientes poderosos para llegar y no poder sali de donde bien planteas en el último párafo de un interesante artículo. Un abrazo, Tes.
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