En su libro «Diario político y sentimental» Francisco Umbral reflexiona en profundidad sobre la sociedad de su tiempo, sobre sus propias emociones y ofrece una exquisita forma de entender la literatura. Allí escribe frases como la que apostilla este artículo y recorre con calma cada imagen depositada en su memoria que significa algo, que puede significar algo para los que leemos.
En este artículo intento ofrecer una mirada fugaz al arduo trabajo de este escritor imposible, intentando serle fiel como él ha sabido serlo con tanta firmeza al lenguaje.
El Umbral que supo batallar con palabras
El olvido o el pasar desapercibido, no obstante, no pudo ser para él, que escribió las frases más contundentes que puedan publicarse en periodismo y que supo hacer de la literatura un espacio de convivencia entre géneros cuyo eslabón secreto siempre fuera la elegancia y la sensibilidad para decir las cosas.
Hay sólo una batalla que sabemos perdida los seres vivos, y sin embargo es quizás ella con la que más nos ensañamos, como si hubiera en nosotros un pequeño ápice de esperanza, como si la esperanza pudiera solucionarlo todo; incluso la muerte.
Para Umbral el lenguaje era una herramienta flexible de la que había que valerse doblándola, estrujándola al máximo hasta hacerla ceder y conquistar terrenos vírgenes. Estaba convencido de que un verdadero escritor es aquel capaz de forzar el lenguaje.
En su lectura sobre la infancia, en esa obra extraordinaria que es «Las ninfas», Umbral se adentra en las primeras sensaciones del conocimiento e intenta recordar y revivir ese descubrir absorto de la vida, esa indagación en los límites de la inocencia y construye un lenguaje sofocante que nos estalla en frases como esta:
Su escritura persigue la claridad pero esta se le muestra inquieta, fugaz y por momentos confusa. Parece haber de fondo en el autor una necesidad absoluta de darle a las palabras un nuevo significado, de bañarlas de sentido, de apropiarse de ellas y volverlas de su lado convirtiéndolas en elementos indispensables de su universo.
Así lentamente fue construyendo el mundo umbralino al que todos aquellos que nos hemos acercado alguna vez hemos vuelto irremediablemente. Y es que para Umbral la escritura es un escarbar constante al fondo del propio abismo para reflotar en el mundo que nos pertenece a todos. Ida y vuelta, como hormigas que acumulan comida para pasar el invierno, él, va juntando pensamientos contundentes que alimentan el silo de nuestros sentires poéticos y literarios. ¿Cómo no repetir ante tamaño descubrimiento?
Atravesar toda frontera
En Umbral las palabras sangran y te atraviesan hasta la médula. No habla de política, no habla de literatura, no escribe sobre la realidad, se planta frente a nosotros con una mirada profunda y directa al corazón humano, a nuestras pulsiones más íntimas, a nuestros calvarios. Y les da la vuelta (su escritura es un darle la vuelta a todo) para derribar lo que parecía férreo. Los ojos aprenden más rápido que las manos y en Umbral la mirada es profunda, como una gruesa cuchilla que rompe los estereotipos y nos enseña cómo sabe la carne, cómo huele la sangre, cómo somos todos en el fondo del despeñadero. Es en las ninfas donde dice también:
¡Ahí está! Su escritura tajante, voluntaria e imposible.
La exploración del lenguaje lo llevó a cuestionarse su propia historia, su propia forma de estar en el mundo. Así, en su libro «Amado siglo XX» su discurso plantea que ha vivido dos vidas: por un lado aquella real, la que lo llevó a contagiarse del mundo, a ser parte del mundo, y por el otro la que vivió a través de la literatura, haciendo literatura y disfrutando de las grandes obras de la literatura. Habla de sus escritores con la misma fluidez con la que se acerca a sus amigos y a la puerta del vecino, y nos pinta una clara imagen de lo que es el mundo, de lo que es la ciudad, y lo que la literatura repercute en la construcción de ese universo.
En la última escritura de Umbral se trasluce una rotunda nostalgia por el tiempo perdido-vivido, como si lentamente se fuera despidiendo de las cosas y sintiera que lo que le rodea comienza a resultarle extraño. La extrañeza del sí mismo que comienza a vivir en otra dimensión; eso que nunca entenderemos de la gente cuando ya se va yendo (hasta que nos toque). A propósito de esto contó en una entrevista.
Y en esa misma soledad se fue, después de haber hecho de la poesía el eje fundamental de cualquier discurso literario y de habernos dejado las obras más rompedoras y necesarias del siglo XX (y XXI). ¡No dejen de leer a Paco, por favor!
Comentarios1
Querida amiga Tes, nos sabes cuánto me he disfrutado con este artículo. Francisco Umbral fue un faro importantísimo en mi pasión por las letras. Reconzco que sobre todo, al Umbral que más conozco y al que seguía muy de cerca es al periodista. Tus letras hacen justicia al hombre que todos deberíamos de leer más. Gracias y un abrazo grande.
Oh, Rapsódico!! Qué lindo lo que me cuentas. Sin duda leer a Umbral nos transforma y aunque al igual que tú siempre me he interesado más por su literatura periodística, ahora estoy metiéndome en su poesía y hay muchísimo para extraer también. Me alegro muchísimo de que te haya gustado el texto, he disfrutado muchísimo también escribiéndolo. Después de leer su diario político quise ponerle remedio a esto de no haber publicado un texto sobre su obra, jeje. Un abrazo gigante y gracias nuevamente por tu lectura constante. Besotes.
Debes estar registrad@ para poder comentar. Inicia sesión o Regístrate.