Así concluye la Gran Dama Marie Thérèse (en la película «Por siempre jamás» de Andy Tennat) la historia de su tatarabuela Danielle de Barbarac, quien según ella fue la verdadera Cenicienta. Leyendo «Una vez Argentina», de Andrés Neuman (Alfaguara), volví a esta película y, sobre todo, a esta sentencia: no tiene relevancia cuánta felicidad consigamos, lo que realmente importa es que vivamos; es decir, que seamos capaces de dejar este mundo habiendo disfrutado de cada instante. Pienso que ambas historias se acercan en ese punto: en la revisión de la historia de los antepasados como constancia de la propia existencia.
Generaciones que viven
Nací pocos meses antes de que Argentina estrenara la democracia. De mi infancia recuerdo muchas cosas pero no hay militares ni combate en las calles. Es probable que esto se deba a que nací lejos del epicentro donde tuvieron lugar los hechos más funestos durante los gobiernos de facto: en medio del campo, en una época en la que la televisión todavía no había invadido los hogares del interior y la radio apenas se escuchaba. O puede que quizás, este desconocimiento tenga que ver con el silencio partidario de mis padres: católicos hasta la muerte, capaces de dejar de lado cualquier cosa menos su fe y su apoyo a las decisiones de curas y cardenales. Cabe destacar la estrecha vinculación de la Iglesia argentina con la desaparición de personas durante las diversas dictaduras militares.
Sea como sea, cuando era pequeña no sabía que apenas unos meses antes de nacer muchas criaturas (de casi mis mismos años) habían sido arrebatadas del vientre de sus madres para criarse en familias aristocráticas y que otros muchos niños habían soportado infancias aterradoras acaudilladas por la inestabilidad política. Tampoco sabía que en ese mismo instante un niño a quien muchos años más tarde admiraría profundamente estaba intentando comprender la vida y preguntándose por qué sus tíos debían huir del país o por qué ya no veía a su primo Martín. Ese niño también ignoraba que unos años más tarde él mismo experimentaría el exilio, ya no a causa del miedo a la violencia y la censura sino de la caída rotunda de los mercados. Es ese mismo niño, adolescente, joven, el que escribe una novela maravillosa llena de ternura y de fracturas que revela las raíces de las que todos los argentinos estamos hechos: la extranjería, el miedo y la curiosidad.
«Una vez Argentina» nos ofrece un mapa cuidadoso del árbol genealógico de una familia cuyo principal elemento común generación tras generación fue la noción del desarraigo, la sensación de extrañeza. El bisabuelo Jacobo, cuenta Andrés, dejó su tierra (la Rusia zarista) cambiando de apellido para escapar del servicio militar en Siberia al que eran condenados los jóvenes de familias humildes (sobre todo, los de origen judío). En otros puertos también emprendían la huida Lidia, Louise Blanche, René, Juan Jacinto, Isabel, Abraham, Lea, Itzkjok y Beile. Los motores de aquellos viajes fueron diferentes pero la experiencia los igualó y emparentó. Es poco lo que heredamos pero sin duda para los argentinos la extranjería es lo más intenso que recibimos de nuestros ancestros. A través de estas páginas vamos visitando cada rincón del árbol genealógico de la familia Neuman, Galán y Casaretto y a la vez el de la mayoría de las familias argentinas, donde el germen extranjero es el común denominador de las identidades.
Una mirada hacia el pasado familiar y nacional
Cuando Andrés emprendía su viaje a España, yo tenía siete años. Yo apenas balbuceaba unos estúpidos poemas cursis y no se me habría ocurrido pensar en que fuera posible vivir en otro país. Él, por su parte, se iba (lo iban, quizás sería más apropiado) y se llevaba con él varios relatos tétricos, que serían el comienzo de una narrativa certera e ineludible de la literatura española una década más tarde. Me pregunto si tenía una sonrisa diferente. Intuyo que algo de sombra habrán adquirido sus ojos con ese desgarro. Yo me fui recién quince años más tarde; experimentando uno de los sucesos más significativos de mi existencia: una ruptura rotunda pero en mi caso escogida. La forma en la que nos marcan los hechos no responde tanto a cómo se desarrollan sino más bien a nuestra responsabilidad en ellos; pienso que la posibilidad de decidir nuestro lugar nos ayuda a pararnos desde un punto de vista menos extraviado. De todas formas, escogida o no, la extranjería te cambia y es de esos instantes de los que (para bien o para mal) no hay forma de volver.
La novela «Una vez Argentina» es atravesada por la extranjería: la de los tatarabuelos y bisabuelos que dejaron sus tierras (Lituania, Francia, España, Polonia) para ir en busca de un futuro estable donde pudieran vivir, quizás también con el anhelo de hallar felicidad; y la del narrador y su familia que dejaron esa tierra soñada por los ancestros para volver al punto de origen en busca, quizá, de lo mismo.
La portada (obra del primo de Andrés, Martín Kovensky) dibuja con claridad la idea principal del libro: un país (Argentina) en una maleta. Una forma alucinante de pintar la manera en la que se ha ido construyendo la identidad de nuestra tierra: fusión de culturas e idiomas, siempre de viaje, siempre en construcción como el propio lenguaje. Y pienso que no hay nada que pueda definir mejor la idiosincrasia de este pueblo que lo que dice Andrés.
¡Vivamos!
Esta novela se encuentra narrada desde la tristeza que produce el desarraigo, la inestabilidad en la infancia y el deseo de huir (dice Andrés) del propio nombre y de las mudanzas. Pero también desde la ternura que produce el descubrir en la mirada de un antepasado la propia huella y desde la pasión por la escritura y por lo que el lenguaje tiene para ofrecernos. Y, sobre todo, desde un deseo profundo de arraigo (y me aferro a esta palabra) por la vida y los instantes; ese mismo deseo que embarga a la apasionada Danielle en la película de Tennat. Y me quedo con lo que Neuman dice al referirse a los momentos transcurridos en la casa de Monte Grande, que sus padres y abuelos habían comprado para ir a pasar los fines de semana.
La experiencia de leer a Neuman tiene mucho de pasión. Es mirar por una hendija un universo mágico lleno de palabras que pueden significar otra cosa muy diferente a la que creías. Es aceptar que todo lo que digas puede ser usado en tu contra y que en ese punto reside una de las mayores bellezas de la vida. Andrés se postula a favor de las contradicciones, necesitado de ellas y construye su narrativa partiendo de la base de que cada nueva sentencia puede anular rotundamente a la anterior. Andrés tiene, entre otras muchas cualidades, la particularidad de atraparte desde la primera palabra y de obligarte a repensar tus propios convencimientos. Leerlo es aprender nuevamente a hablar, a escribir, a pensar.
Resumiendo. Esta novela (publicada por primera vez en el 2003 y reeditada por Alfaguara este año) nos ofrece un recorrido por la historia Argentina y su identidad: esa «confusión de patrias, músicas y palabras de la que todos estamos hechos». Al mismo tiempo es un canto a la música como un medio de transporte, que viaja, que se instala y que es capaz de borrar los límites de la frontera (territoriales y sociales); y a la escritura como herramienta indiscutible para canalizar las frustraciones y las carencias de la infancia, pero sobre todo, para emprender un camino nuevo en el afuera que nos permita definirnos independientemente del lugar del que vengamos.
Probablemente nunca seamos capaces de explicar o experimentar la felicidad; no obstante sentir la textura de la vida en nuestra piel no tiene nada que envidiarle a un sueño (o imposición) tan impreciso. Así que, ¡Vivamos! y ¡Leamos!
***
El miércoles tendré el enormísimo placer de presentar a Andrés Neuman con esta mágica novela, «Una vez Argentina», en Málaga. Para todos los interesados, el evento tendrá lugar en el Centro Andaluz de las Letras (Calle Álamos, 24) a las 20:00 hs. ¡Estaré encantada de compartir este rato con ustedes!
Una vez Argentina
Andrés Neuman
Editorial Alfaguara, 2014
ISBN: 9788420418018
256 Páginas
17,00 €
Comentarios2
No me lo pierdo por nada del mundo. Además, estoy deseando leer la novela. Todo lo que escribes y cuentas es fascinante.
Un abrazo y toda la suerte del mundo para el miércoles.
¡¡Qué bueno, Rapsódico!! Sinceramente, es un novelón 🙂 Nos vemos mañana. Besotes y gracias por tu apoyo.
Sin dudar es una gran obra. Comparto la opinion que leerlo es aprender nuevamente a hablar, a escribir pero sobretodo a pensar.
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