Gran libro es de veras «Vida paraguaya en tiempos del viejo López«, del siempre bien ponderado Ildefonso Antonio Bermejo.
Este texto, de notable empuje literario y lectura tan ilustrativa como entretenida, lleva el sello de Intercontinental Editora.
Con un estilo lingüístico que apunta a la picardía en determinados momentos, el autor nos va acercando su visión sobre el modo de vivir y las vistosas como llamativas costumbres que imperaban en la época en la que gobernaba el Paraguay Don Carlos Antonio López.
Es su gracia, su manera de decir, de contarnos que recién llegados él y su esposa, doña Purificación Jiménez, por invitación de Francisco Solano López (estando ambos en París), a nuestro país, tuvieron que enfrentarse con los murciélagos instalados en el techo del dormitorio donde se alojaban.
Hombre de mucha cultura e ilustración, y, sin lugar a dudas, aventurero, pero, por sobre todo, muy pobre en bienes económicos, halló refugio en la figura del presidente Carlos Antonio López.
Se convirtió en un contratado por el obeso gobernante.
Era pues un escribidor, una persona ilustrada, alerta, intuitiva, que debía escribir en torno a las gestiones gubernativas.
Fue popular, mediante sus escritos aparecidos semanalmente en «El Eco del Paraguay».
Aquellas redacciones daban un tratamiento elogioso al accionar político del presidente, y habrían de redundar, desde luego, en su propio beneficio.
Ahora bien, lo que fue a anotar en el material que ahora estoy comentando es, como ya he dicho, su visión muy particular sobre las costumbres paraguayas y otras circunstancias. Y se tomó libertades, mejor dicho, sinceridades, que le habrían valido unos cincuenta azotes, o cárcel, o fusilamiento, pues cuenta que Don Carlos Antonio López, si bien no fue tan drástico, ni desmedido ni tirano como lo fue el Doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, tuvo que ejercer con mucha severidad su cargo.
Sus primeros apuntes poseen un inicio de cuento, como cuando uno lee o escucha la conocida frase: «Había una vez…».
De tal manera, es posible leer: «Lo que voy a narrar a mis lectores es un pedazo de lo mucho que tengo recopilado en la trabajosa ociosidad de mis viajes por el mundo. Durante los treinta años que precedieron al de 1840, hubo un país en América, del cual ninguna noticia recibían los demás países del globo conocido. Metido por su situación en las entrañas del Nuevo Mundo, llegar hasta donde está era empresa difícil y dificultosa; pero embarazos y peligros de otro linaje y opuestos, no por la naturaleza ni por su situación, sino por el hombre (el Dr. Francia) que regía sus destinos, eran el baluarte que lo apartaba de los demás».
Hay un precioso y por demás divertido momento del relato que pinta enteramente la personalidad de las paraguayas. Es así que nos cuenta la efusividad desmedida, ciertamente, que doña Ramona Gill, dama de la alta aristocracia, y sus hijas dispensaron de palabras (algunas en guaraní y otras en castellano) a él y a su esposa, apenas estuvieron en su presencia.
Vaya este pintoresco trato en expresión tan amorosa como extraña: «¡Qué pareja! ¡Bendígala Dios y su santa madre! ¡Qué matrimonio tan el uno para el otro!».
Muy bien manejados están las razones y los cuestionamientos que arrima a la presencia de los jesuitas en Paraguay. Hombre de vasta formación y amplísima cultura, expresa, entre otras cosas, lo siguiente: «Los mejores edificios que existen en la Asunción, así como en todo el Paraguay, pertenecen a la época de los jesuitas, y algunos que se ven en las provincias, por su grandeza y suntuosidad podrían figurar bien, no solamente en aquella capital, sino en cualquiera de América o Europa».
De los quebrantos que pasaban los jueces de paz, nombrados, y así castigados, por Don Carlos Antonio López, nos informa que algunos eran simples labradores, nulos de nulidad para ejercer un cargo de tanta relevancia, y que debían buscar, y encontrar, a como dé lugar, presentado un expediente en el juzgado, asesores, quienes resultaban ser, ¡ay!, simples personajes aficionados a la lectura.
A los tumbos funcionaba pues la ley en el tiempo del padre del Mariscal Francisco Solano López.
Un capítulo, «La loca», que golpea duramente los sentimientos, es el relacionado con una mujer que había enloquecido de dolor porque le fue arrebatado su hijo, de tan solo catorce años, al causar, sin proponerse, un accidente al caballo del hijo menor del presidente. Qué horrible destino el del jovenzuelo, pues fue puesto en calidad de grumete en el vapor de guerra Tacuarí.
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