Diana piensa que lo grandioso tiene la habilidad de sobrecogernos pero no nos contagia. Observa la «Victoria alada de Samotracia» y se dice «nuestra miseria, su maravilla», parafraseando «Los desengaños» de Antonio Lucas (Visor). Creo que el significado que esconden esos versos encaja perfectamente con la idea fundamental de «La vigilante de Louvre» de Lara Siscar (Plaza&Janés). Sobre la miseria y la maravilla que rodean nuestra vida se posa la autora y cava un profundo túnel desde nuestra memoria colectiva hasta la visión personal que tenemos sobre nosotros mismos y sobre el mundo, a través de una historia atrapante que no deberían perderse.
El arte de los hombres
Diana, Claudette e Isabelle provienen de diferentes estratos sociales pero se parecen en una cosa: las tres están obsesionadas con «El origen del mundo». Esta pintura de Courbet alimenta en cada una la pulsión de salvarse: remover sus emociones más profundas para salirse de la superficial vida que las engulle.
Diana, una mujer de clase media que trabaja de vigilante en el museo parisino de Louvre; casada y con un hijo, ocupa la mayor parte de su tiempo en leer y reflexionar sobre su historia partiendo de sus lecturas.
Isabelle, una joven apasionada por el arte que descubre la posibilidad de trabajar como modelo al natural a través de los diarios de Joanna (la musa que posó para que Courbet pintara «El origen del mundo») y que sueña con inmortalizarse de esta forma; mientras tanto, se gana la vida ejerciendo la prostitución.
Claudette es una violonchelista que ha quedado muy dañada por la muerte de su padre y desde entonces persigue en el arte el amor que le han arrebatado. Una chica estudiosa que intenta creerse a sí misma que le atrae una vida tranquila y superficial y que a causa de sus propias negaciones se ve envuelta en una situación escabrosa, que vamos descubriendo a medida que avanzamos en la lectura.
Courbet fue un artista revolucionario y peligroso para su tiempo. Enemigo del academicismo y convencido de que es necesario poner el arte al servicio de la gente y no, a los artistas al servicio de las clases dominantes, se resistió como pudo a las tendencias de su época. Alcohólico, pedante y escandoloso, el mundo lo recuerda como uno de los fundadores del realismo y creador de obras como «Entierro en Ornans» y «Las cribadoras de trigo». Su figura contestona y sobre todo su obra más polémica, «El origen del mundo», trazan un hilo conductor sólido en «La vigilante del Louvre» acercando la vida de estas tres mujeres.
Diana, Isabelle y Claudette se encuentran en «El origen del mundo». La elección de esta pintura me parece sumamente acertada y simbólica ya que pone en el punto de mira los puntos claves de la novela: los conflictos morales frente al cuerpo femenino, la gran fuerza que ejerce sobre nosotros lo prohibido y lo peligrosa que puede resultar la sofisticación en el arte.
La perversión moral en la que vivimos nos ha llevado a las mujeres a escondernos incluso de nosotras mismas. A esconder nuestra sexualidad y a negar nuestro sexo de una forma obscena (permitidme la antinomia), para cumplir con las reglas de una moral anticuada y que no nos reconoce verdaderamente. El pudor nos ha llevado a las propias mujeres a escondernos de nosotras mismas, a mirar de reojo el cuadro «El origen del mundo», a reventar de vergüenza cuando recordamos experiencias en las que nos hayamos visto expuestas.
Todo esto se ve reflejado por un lado en la necesidad de tener cuerpos plastificados y que se amolden a la «norma», con piernas absolutamente lisas y sexos limpios de vello. Y por el otro en la imposición de la heterosexualidad como norma, que impide una relación íntima con los propios deseos, los cuales se ven tallados a medida del patriarcado y su cuestionable moral. Siscar da forma a estos evidentes síntomas de nuestra realidad en esta novela y esta es una de las fundamentales razones para leerla.
La prostitución, la trampa de un sistema opresor
Isabelle es uno de los personajes más tristes y a la vez más punzantes. Todos podemos trabajar de lo que queramos pero algunas personas no pueden elegir. En esa distinción (los matices determinan la verdad detrás de las cosas) se oculta una de las mayores verdades de nuestra realidad, la hilacha de nuestro mundo.
Trabajar vendiendo nuestro cuerpo puede ser una opción, pero para quienes lo hacen suele ser la única posible; porque éste es un mundo donde las diferencias de clase determinan la división del trabajo. Isabelle se hace puta porque la vida la va llevando a eso; no es para ella una opción, sino la opción. Siscar introduce hábilmente esta reflexión, a través de la película «Irma la dulce», donde la banalización del mal y el abuso se cuelan de forma «artística», eludiendo lo sucio que rodea la prostitución: el dolor, la mugre, la tristeza, la soledad.
Y volvemos a la moral decimonónica en la que nuestros cuerpos deben ser ocultados porque «somos una panda de castrados», dice Siscar, y la potencia de sus palabras me anima a creer que no todo está perdido, si aún quedan voces valientes que no sirven al discurso predominante. Y me ilusiono creyendo que la literatura puede salvarnos.
La mirada de los otros
En «Ojos y capital» Remedios Zafra escribe sobre esta necesidad moderna de mirar el mundo a través de las pantallas y de creer que estamos viviendo porque tenemos la conciencia gráfica de ello (una selfie).
Dicha tendencia se ve reflejada en esta insistencia tan popular en fotografiarse en lugares turísticos para tener la prueba ineludible de haber estado allí. También lo vemos en el cine, donde la gente lo último que hace es mirar la gran pantalla, prefieren lamer su pequeño móvil, donde los actores son ellos mismos. Sobre este tema también reflexiona Diana, la vigilante, mientras observa a los visitantes que se amontonan a la entrada del museo para pasar primero. Y esto nos obliga a pensar en la rutina de la vida moderna donde la inmediatez y el protagonismo en las redes es tan necesario y donde las cosas realmente importante no parecen serlo. Al leer a Siscar me han dado muchas ganas de volver a Zafra.
La imposición de un modelo social, económico y psicológico es una de las cosas que asumimos con naturalidad pero que nos condiciona profundamente para ser quienes somos. Una mirada a él y toda nuestra vida podría caer por la borda, o levantar vuelo. Siscar nos trae tres historias que se asemejan en el deseo de romper con esa normalidad impuesta y nos invita a saltar al vacío.
Una primera novela contundente
Las primeras novelas siempre son mal recibidas; parece un clásico de la literatura. Bajo etiquetas como ‘narración iniciática’ muchos críticos suelen disminuir las bondades de una obra en pos de sus contras. Así es el mundo de la literatura; tan maravilloso y tan retrógrado en muchas cosas. Así es el mundo que muchísimas grandes escritoras aspiran abrazar teniendo que soportar que sus obras sean encasilladas en las etiquetas de ‘literatura para mujeres’, ‘novelas de verano’, y tantas otras formas sutiles que ayudan a posicionarlas un escalón por debajo de lo escrito por cualquier hombre.
Por suerte hay mucha valentía también en el mundo literario y estupendas mujeres que se animan a cruzar la línea y nos desayunan historias contundentes que demuestran que la línea que nos divide no está marcada por lo que tengamos debajo de los pantalones sino por la pasión y la entereza de nuestro trabajo literario. Lara Siscar nos ha entregado una primera novela llena de aciertos y ha demostrado tener la valentía suficiente como para encarar con seriedad el trabajo de escritora. Espero (de esperanzas irracionales, como las de Isabelle, estamos hechos todos los humanos) que las pestilentes etiquetas no salpiquen esta bella primera obra.
«La vigilante del Louvre» es una historia muy bien trenzada, tres historias para ser más exacta, que te obligan a empatizar con sus protagonistas y a no soltar el libro durante mucho rato. La lectura es entretenida y llevadera porque la acción y las reflexiones se encuentran muy bien amalgamadas. Siscar ha demostrado una habilidad asombrosa para tocar sutil pero certeramente los temas más importantes de nuestra realidad social: la igualdad de sexos en el arte, la obligación moral frente a nuestro cuerpo, los privilegios de clase, e incluso, la rutina matrimonial y la imposición de la maternidad. Temas dolorosos y difíciles de abordar, que ella ha sabido matizar con humor, sencillez y buen gusto.
La literatura como uróboros
«La vigilante del Louvre» es una novela muy bien constituida. En lo referente a la escritura, me ha resultado de una sencillez y una contundencia algo atípicas en una primera novela. No obstante, me habría gustado una mayor distinción entre cada una de las voces narrativas.
Sólo aquel que pueda seguir adelante, que no se ate a su tiempo, que esté por encima de las reglas, de las imposiciones y los roles impuestos, será libre para crear, como Courbet. Y ahí volvemos al poema de Lucas-Rilke, la literatura puede hacernos libre, sólo si la dejamos. Y espero que esta sólo sea la primera de otras novelas, porque Siscar se ha quitado el lastre decimonónico que rodea la escritura ofreciéndonos una novela redonda.
Escribir como única manera de enfrentarse a los terrorismos del machismo, a los acosos, a la violencia familiar, a la imposición de la maternidad, a la obligación de cumplir un rol de sirvienta-madre-maestra-protectora… Escribir, porque somos incapaces de vivir fuera de nosotros mismos y sólo en la literatura encontramos la compañía. Escribir para convertir la miseria en maravilla. Eso hace Siscar.
¡Lean «La vigilante del Louvre» porque nada va a ser igual después de la lectura!
La vigilante del Louvre
Lara Siscar
Plaza&Janés Ediciones, 2015
ISBN: 978-84-01015-98-4
256 páginas
17,90 €
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