La vuelta al día, a la luz. Así regresa Hipólito Navarro a la literatura. Con un bellísimo título que nos obliga a pensar en los ochenta mundos de Cortázar y a irnos volando con él en busca de un globo aerostático, tren, navío que nos ayude a matar el hastío de esta vida y a sonreír como cuando éramos niños.
Volar. Viajar. Esas son las emociones fundamentales a las que invoca
«La vuelta al día» de Hipólito G. Navarro (Editorial Páginas de Espuma).
Doce años en barbecho
Podremos discutir con ella, hacer fuego con todos los proyectos literarios que hemos ido juntando a lo largo de este viaje, pero lo que no podemos hacer es dejarla. Y sino pregúntenselo a Philip Roth. Lo cierto es que el mundo de la literatura está lleno de vueltas, de autores que se retiran y que vuelven para finiquitar el trabajo de forma rotunda o para plantear una nueva línea en su escritura. Hipólito Navarro vuelve lleno de cuentos e historias después de doce años y, aun siendo de las pocas personas que acaban de descubrirlo, anhelo profundamente que la suya pertenezca a este segundo grupo de vueltas.
Siempre volvemos a la literatura, porque ella al igual que el mundo no es plana ni redonda, sino más bien laberíntica o espiralada: llena de caminos yuxtapuestos que la vuelven una maraña, como el ovillo con el juega un gato o los dibujos que contradicen las reglas de la geometría en un jardín hecho de piedritas. Todos volvemos. Los grandes. Y los que simplemente escribimos porque no sabemos-queremos hacer otra cosa. Pero, es más que evidente que hay vueltas y vueltas, y la de Navarro ha despertado un inmenso interés en el mundo de las letras y me ha llevado a mí a caer de bruces en sus garras, rendida después de escuchar la sonata «Poli esto, Poli aquéllo». Y ahora seré yo quien la tararee.
Navarro no es un escritor español. Hay en su forma de acercarse a la escritura una mirada periférica, tan presente en la literatura latinoamericana. Una pluma limpia pero vueltera (por añadirle nuevos sentidos al concepto) que dejan al descubierto su habilidad de ir al grano con sutileza para tomarte de la mano e introducirte en un universo sobrecogedor o de llevarse todo por delante, atropelladamente. Así me han parecido sus cuentos. Algunos muy lentos, como masticables y otros como bofetadas que te dejan la vista medio nublada y el corazón un poco más grande.
La vuelta en un día
Dice Navarro que no le gustan las introducciones; sin embargo nos deleita con un prólogo que sirve para comprender el origen del libro, aunque no desde un punto de vista biográfico sino más bien fabuloso (en el sentido literal de la palabra; tanto porque no terminas de enterarte qué es realidad y qué ficción, como por el carácter extraordinario de su voz).
Aborrezco los prólogos, dice, y se nota, porque el libro parte de una narración llena de guiños al oficio de la escritura y de fantasía. De ese modo nos lleva desde la publicación de «Los últimos percances» hasta desembocarnos de lleno en el universo de Cortázar. Estoy segura de que su reacción ante tan bello homenaje distaría mucho de la aprehensión. Por mi parte, los amigos de Julio son mis amigos; así que después de leer estas primeras palabras ya deseaba embarrarme de la obra de Navarro. Ojalá que les pase esto a todos los lectores.
«La vuelta al día» tiene un defecto y una joya. Los primeros relatos, para quienes no hemos leído antes a Navarro no nos permiten acercarnos al universo de fábula que sí atisbamos a partir del cuarto relato «En el fondo de la memoria» (¡Oh, maravilla!). Aunque suene prepotente diré que ese debería haber sido el primer cuento de todos, porque es uno de los que más se acerca a esa frontera difusa que se expande entre realidad y ficción; que tan bien supo manejar Julio y Navarro controla con maestría.
La joya es «Tantas veces huérfano», que casi se merece un libro para él solito. Ambos relatos permiten atisbar la esencia de la escritura. Pensándola como una revisión constante de los hechos que nos han marcado de forma casi circular que dibujan lo que la literatura significa para nosotros. La literatura, aquéllo que se encuentra entre nosotros y el suelo, por momentos dándonos la seguridad de los pasos decididos, por momentos llevándonos a tambalear y obligándonos a reubicarnos en un mundo que ya nos es ajeno. La literatura, que da por sentado que la cordura no existe y que la única forma de afrontar esta loca existencia es volviendo sobre los pasos, rescribiéndonos, o quizá buscando el cobijo de nuestra isla, con su palmera y su horizonte redondo, hasta comprender que la vida es un espiral y decidirnos a afrontar nuevamente el mundo, la luz, el día, como hace Navarro en este precioso libro.
De Verne a Navarro
Decía que Navarro no es un escritor español; sin embargo, me siento obligada a reformular esta sentencia. Navarro ha bebido indudablemente de las corrientes de la fábula latinoamericana, en la que se zambullen Julio, Rulfo, Onetti, Ocampo, Arlt, Linspector, Lugones y tantos otros magos de la narrativa. Y eso se nota por la forma en la que consigue que la realidad se difumine en la fantasía permitiendo establecer un universo que conviva y se alimente de ella pero que tenga también sus propias reglas, sus fantasías irreverentes y sus crueldades poéticas. No obstante, hay en este libro una descripción del paisaje natural y cultural del interior de España sumamente interesante, con detalles muy autóctonos y una mirada que nos obliga a pararnos en esta tierra; por lo que se deja en evidencia que pese a sus innumerables referentes, Navarro ha sabido construir su propio universo, partiendo de la realidad que lo ha formado como persona.
Si leer las primeras cuatro partes nos coloca en ese punto donde la fábula adquiere su mayor potencial al obligarnos a leer con el asombro de un niño (Las fábulas representan la más alta y necesaria literatura), la última, «La vuelta al día», con cuentos como «Los K», es un regalo liso y llano para los amantes de los universos minúsculos y retorcidos a los que nos acostumbraron Cortázar y Lugones (el gran fabulador).
Es esta última parte un texticulario maravilloso que da sentido a todo el libro. Y donde yace otra joya que podría ser la expresión más honda de pasión literaria. «La poda y la tala de los árboles frutales». Un texto tragicómico que nos hace sonreír en alguna ocasión pero que nos mantiene sin aliento a lo largo de toda la lectura, comprimiéndonos el estómago-corazón-tripas. Se trata de un cuento que nos devuelve a la infancia: a la de Navarro y a la propia. Esa frágil infancia en la leíamos con esa ilusión y ese deseo de creer que los libros podían sostenernos. Navarro conservar esa pasión, que le permite llorar frente a la literatura. Y desde esa pasión escribe este libro, que sólo con una ilusión y un poder de evocación semejante seremos capaces de disfrutar de verdad.
Con «La vuelta al día en ochenta mundos» Julio Cortázar le hizo un homenaje de agradecimiento al inmenso Verne. Lo que Navarro ha hecho aquí, por tanto, es un homenaje de homenajes. Y se me ocurre que es la mejor forma de expresar lo que la literatura es e implica: esa necesidad de hacer memoria y compartirla. La literatura está llena de vueltas, pero sólo algunas marcan el inicio de una nueva era. ¡Ojalá que la de este libro pertenezca a este último grupo! ¡Ajolá que tengamos Navarro para rato!
LA VUELTA AL DÍA
Hipólito G. Navarro
Páginas de Espuma
978-84-8393-206-3
256 páginas
17 €
Comentarios1
Muy interesante, gracias por compartir!!!
Feliz semana!!
Debes estar registrad@ para poder comentar. Inicia sesión o Regístrate.