En su libro «El mundo deslumbrante» Siri Hustvedt establece un juego de máscaras a través de su personaje Harriet Burden, para demostrar el desequilibrio sexual en el mundo del arte. Harriet es una artista que ha dejado su pasión a un costado para convertirse en esposa y madre (y que nos digan que esta esclavitud la inventamos nosotras). Cuando Burden enviuda tiene la oportunidad de reencontrarse como artista y comienza a trabajar en un proyecto monumental: contrata a varios hombres para que se hagan pasar por artistas de las obras que ella produce. ¡Nunca su trabajo tuvo tantos ojos, tantas críticas, tanto espacio! Su objetivo es demostrar la misoginia imperante en el arte, los mecanismos inconscientes que convierten a los hombres en partícipes de una red de maltrato invisible hacia las mujeres. Objetivo que lamentablemente da los resultados que ella espera.
Literatura y fábula
Me he sentado a escribir estas líneas porque llevo una semana de golpes y mareos en este mundillo de la literatura. Y yo que no soy nadie, pero como mujer soy alguien, he decidido que a ciertos personajes endogámicos habría que refrescarles el trato que históricamente se nos ha dado, sólo por ser mujeres. Y esto viene a propósito del manifiesto contra el Premio de la Bienal Mario Vargas Llosa, que presenta una mayoría de presencia masculina en jurados, participantes, invitados y finalistas. Sí, los autores que han quedado finalistas son muy buenos, pero ¿realmente es una casualidad que no haya paridad, que no haya mujeres tan buenas participando del concurso?
Yo entiendo que cada vez nos ponemos más pesadas. Y esto de haber levantado una crítica masiva contra la Bienal de Vargas Llosa es para lincharnos, como algunos señores nos lo señalan (o nos lo explican) ¿A quién se le ocurre? No, lo que nos pasa es que no nos invitaron a nosotras. Va a ser eso.
Lo que pasa es que no invitaron a Fernanda Ampuero (que ha conquistado al mundo con ese librazo que es «Pelea de gallos»), a la gigante Mónica Ojeda (autora de ese hachazo a las formas que es «Mandíbula»), a Liliana Colanzi (que ya viene dando pruebas de excelencia estética con libros como «La ola» o «Nuestro mundo muerto»). O igual la rabia viene por no recibir a Mariana Enríquez que ha revolucionado la narrativa argentina con obras como «Bajar es lo peor» o «Las cosas que perdimos en el fuego». Lo que nos pasa es que somos histéricas porque resulta que no hay mujeres lo suficientemente valiosas para presidir o formar parte de jurados, y eso no es culpa de los hombres, ni del machismo, ni del patriarcado. ¡Qué equivocadas estamos, compañeras!
Y que nos lo expliquen. Eso es lo que nos llena de rabia. Que algunos señoritos intenten cubrir de palabrerío un hecho histórico y justifiquen la invisibilidad de nuestra escritura. Que a los jurados sólo puedan acceder las mujeres si han dado muestras de excelencia mientras que a ellos no se les pide lo mismo.
No estamos solas
Que en pleno siglo XXI un tipejo venga a decirnos que no damos suficientes pruebas lúcidas de nuestra rebeldía es para rasgarse las vestiduras. No, no nos regimos por las matemáticas sino por una verdad que ni siquiera la criatura más necia sobre la tierra podría negar.
La buena noticia es que no estamos solas. Y algunos hombres relevantes para el mundo del libro –no sólo personas a las que leo y admiro, sino humanos que tienen un pensamiento realmente lúcido y fundamentado, que sobrevuelan la realidad e intentan hacer de éste un mundo mejor– como Juan Villoro, Andrés Neuman, Jorge Volpi e Iván Repila apoyan este manifiesto y se suman a nuestra rebeldía. Eso queremos. Que unidos luchemos por la paridad y que consigamos cambiar una realidad anacrónica. Y vuelvo a Harriet, que consiguió demostrar que no estaba equivocada. Y pido que me desmientan, que nos desmientan (–¡demuéstrennoslo! ¡demuéstramelo!–). Porque nos gustaría estar equivocadas, pero la historia nos sirve de fundamento.
Y no, no soy histérica. No me han invitado pero tampoco tendrían por qué hacerlo porque no soy escritora. Sólo que me llena de rabia que haya tanta necedad, que quienes han nacido con todas las oportunidades sólo por pertenecer al grupo dominante (autodenominado) vengan a decirnos que no tenemos razones para quejarnos, razones para estar furiosas. Que alguien justifique el desequilibrio por salvar su estatus: eso me pone realmente furiosa. No les pedimos que se sumen a la lucha porque no lo necesitan (eso creen seguramente) pero al menos dejen de decir gilipolleces, que el tiempo para eso ya pasó.
Refrescar la tradición
Tranquilas, hay muchas mujeres que son premiadas con Premios Nobel, Nacionales y La Mar en Coche, sólo que no son tú. ¡Qué histéricas somos! ¿Quién nos ha maltratado denigrado a lo largo de la historia?
No hay más preguntas, Señoría. Sólo dejo, para contrarrestar el gusto agrio –el de la bilis que sube a la garganta– otras frases con luz. Esta rabia, este levantamiento tiene un sentido histórico, social y de justicia y nadie va a aplastar nuestra voz.
Y me apoyo también en otra cosa que dice Bette Davis: los hombres pueden dar su opinión y serán tomados como eso (un hombre que da su opinión) pero las mujeres debemos estar calladas porque aquellas que den su opinión serán tomadas por zorras. Así que, esta zorra (que vive y abraza a otras zorras) dice que basta. Y que nos llamen histéricas pero no vamos a callarnos. Si Harriet no se calló. Si no se calla Siri. Si lo que estamos diciendo genera al menos diálogo, entonces vamos por buen camino. ¡Ánimo, compañeras!
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