Un paseo por la Feria del Libro en compañía de Andrés Neuman es sin duda una forma maravillosa de coronar mi paso por esta fiesta de libros. Y fue una entrevista de lo más peculiar: caminando por los senderitos de El Retiro.
Ya que se suele decir que Kant sólo podía pensar después de caminar, lo que nosotros vamos a intentar es más difícil aeróbicamente: pensar mientras caminamos, así comienza Andrés, que siempre parece tener palabras para todo. Y aquí está lo que pudieron dar nuestros cerebros en esa caminata después del almuerzo, mientras intentábamos sobreponernos al cansancio y al bullicio de la feria que comenzaba a despertarse de la siesta.
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—Una de las cosas que me intriga mucho es cómo te has apasionado por la reescritura en los últimos años. ¿Qué hay en la reescritura que te interese tanto?
—Bueno, en realidad es la radicalización de un proceso que siempre me ha interesado; porque pertenezco a esa clase de escritores neuróticos que no pueden dejar de corregir y de reescribir. Digamos que en ese sentido soy, y me angustia admitirlo, más bien juanramoniano. Juan Ramón era un poeta que tenía una idea completamente dinámica de la obra hecha; es como si el escrito, a semejanza del presente que siempre está sometido a revisiones por parte de la memoria, formara parte de una revisión a partir de lo que se está escribiendo. Y esa idea de que nada está escrito pero nada tampoco ha quedado escrito nunca me resulta muy sugerente y muy plena desde el punto de vista verbal: un texto que se resiste a estar terminado. Eso siempre me ha fascinado y soy de los que siempre han destrozado las pruebas de imprenta. Hay escritores que conozco que las pruebas de imprenta las tocan muy poco: detalles, como los últimos ajustes; yo, en cambio, siempre he empleado las pruebas de imprenta como un lugar de experimentación también y puedo perfectamente quitar diez páginas o añadir cinco nuevas. Me gusta que las decisiones drásticas puedan tomarse hasta último momento, aunque uno esté cinco años tomándolas; no es una cuestión de apresuramiento sino de que para mí hasta el último segundo uno podría tomar una decisión que modifique radicalmente el texto. No veo un dibujo convergente de que todo se va afinando poco a poco y uno va teniendo todo cada vez más claro; creo que es un dibujo un poco racionalista del trabajo creativo.
»Lo que ocurre es que ahora, por una razón totalmente accidental: es que uno va envejeciendo aunque no sé de cuenta y los primeros libros míos se publicaron hace más o menos quince años (la medida de tiempo antigua eran contratos que se solían firmar por quince años, por suerte ya no), me he encontrado con que en los últimos años han ido caducando los contratos de todos mis primeros libros y pasando a mis editoriales actuales. Y me parecía poco atractivo literariamente cambiarles la tapa y ya está; me parecía como poca cosa desde un punto de vista literario. Entonces me propuse reescribirlos y volver a trabajarlos pero con la conciencia de que no quería que se parecieran a lo que estoy escribiendo ahora, sino tratar de dialogar desde lo que he averiguado o aprendido en los años recorridos desde entonces hasta ahora; tratar de intervenir y ofrecerle al manuscrito soluciones que en su momento no se me ocurrieron. Y también en el caso de «El que espera» o «Una vez Argentina», añadir textos o páginas nuevas que formaron parte del proceso de escritura o investigación de ese momento y que no logré darles forma a tiempo para incluirlas en el libro, y que ahora de pronto me parecía que enriquecían el manuscrito.
»Así que, en definitiva, más que una pasión súbita por la reescritura es como una radicalización de esa fascinación, que ha encontrado una oportunidad en esta coyuntura editorial, que es un poco por accidente.
—¿Y a la vez que reescribes puedes escribir cosas nuevas o haces una cosa por vez?
—En general yo creo mucho en el tono, como bien lo sabes ya que hemos hablado de esto muchas veces, Tes. Creo mucho en que el estilo entre por el oído y que haya una forma de hablar, de hacer pausas, de respirar el texto, y eso quiere decir que uno necesita entrar en tono, entrenarse en la voz. Por lo tanto trabajo sí alternadamente pero no un lunes una cosa y un martes otra; trabajo como por temporadas cortas, de forma muy intensiva y salvaje en el mismo texto.
»Cuando digo salvaje me refiero a que puedo estar, no sé, catorce horas al día durante equis semanas o meses en la revisión de un texto o lo que sea y luego, cuando creo que le he sacado el jugo al tono de lo que estoy corrigiendo, puedo pasar a otra cosa; pero creo más en las temporadas monográficas de escritura aunque sean temporadas que van y vienen. Porque si uno va picoteando cada día una cosa la música no termina de tomar cuerpo, no termina de ser coherente consigo misma. O al menos a mí me pasa eso.
—¿Y respecto a la poesía y a la narrativa: cómo te organizas para dedicarle tiempo a ambas?
—Eso no me cuesta tanto porque ya son partituras tan distintas que no se interfieren. O sea, eso sí puedo hacerlo: un lunes escribir un poema y un martes continuar con mi novela, porque son tonos que no se entrometen los unos en los otros.
—¿y porque no sólo el tono sino también el vocabulario que usas es diferente?
—Claro, y el orden sintáctico. De hecho, la obsesión por los acentos cambia. Digamos que más bien la poesía y la narrativa son como obras distintas del día de la escritura; mientras que dos novelas (o una novela y un cuento) serían como dos músicas que estuvieran como peleándose por formar parte del mismo momento de la escritura.
—¿Y actualmente estás escribiendo algo?
—Sí, desde hace tres años y medio estoy con una novela larga, que se está haciendo cada vez más larga, lo cual me alarma por un lado y me estimula por el otro, porque me está recordando al proceso de «El viajero…»; no por el argumento que es nada que ver, sino porque cuando un texto empieza a ramificarse y a ampliarse en círculos concéntricos, donde cada cosa tiene una repercusión y una consecuencia mayor que amplía los márgenes del texto, de la cronología, de la voz, y se va literal y físicamente expandiendo a partir de un mismo centro, eso me recuerda un poco la escritura de esa otra novela.
—¿Y puedes adelantarnos algo?
—No, prefiero que no porque creo que cultivar el secreto es bueno. Pienso que de algún modo lo que no le has contado a nadie se vuelve parte de una urgencia que se pierde si empieza a dispersarse en conversaciones que en realidad no te llevan a la escritura. La opresión del secreto me estimula para escribir.
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