No me sé desde que la sé a usted
Ni me hallo, ni me reconozco, ni me concibo,
Ni me concentro, ni me recuerdo,
Ni una tímida línea de poesía se asoma sin usted
Mi noche ha renunciado a su soledad;
Taciturna y sosegada, me llega en compañía de su recuerdo,
De su tímido guiño y de sus elocuentes circunloquios,
Los mismos que yo interpreto antes de entregarme a los Oneiros
temeroso de equivocarme,
Pero ansioso de atinarles
Pero ahí no termina mi martirio. No con la noche.
Porque el constante sol de cada mañana,
me llega con la evocación constante de usted
con la noticia de su tierna existencia,
con su sonrisa y su saludo y su mohín pasajero,
pero infaltable.
Y mi día entero transcurre con usted.
Rodeado de centenares de sanadoras y cándidas sonrisas,
el generoso día me regala en cada pasillo, además, la suya
de la que espero que el destino no me prive
Por eso, para mí sólo quedan las oníricas horas:
Invádalas también, por favor, porque quiero que todo,
Absolutamente todo me ocurra pensando en usted