En la inmóvil quietud de su retrato
la pureza de su angelical encanto
profesa la magna cautives de sus ojos,
que mis manos capturan
como cazando con el anzuelo del tiempo
las estrellas fugaces de mis recuerdos,
mas cual perfume de flores marchitas
son cabos incapaces de evitar mi caída
desde las cumbres de la soledad.
El desdén del tiempo por el olvido
ignora que la más corta distancia
entre dos corazones es la mirada
y la más larga es el adiós.