Como mustia mañana de viudas lloronas /
de afectos rotos y dolientes ojos
respiro el dolor de la sangre abatida,
hedor a carne quemada;
las poéticas manos de mis aullidos
como hornos de barro recuerdan
los gélidos vientos sureños y su torrente de caídos,
pues llevo en mí su olor:
feroces epidemias corriendo por mis venas
con su esencia de adiós sin despedida;
sombras de una guerra
donde todos los muertos son iguales,
igual su furia e igual su paz,
igual el deber y el silencio de su falta.
Con la indiferencia de la muerte
por el héroe y el traidor /
por el odio y el amor,
el hedor de su carne quemada
es la misma para mí.