Daniel Mercader

El altar bajo el árbol

El frío de la noche ya está cerca,

Las velas del altar blanco se apagan,

El enterrador que trabaja de día

Deja clavada en la tierra su pala.

 

Bebo por última vez el cáliz de la vida,

Siendo observado por la cruz apenada,

Y guardo por siempre mi túnica blanca

Al igual que mi sello con la cruz imbuida.

 

El tiempo parece congelarse a mi alrededor,

Colapsando mi corazón en mi hundido interior,

Miro a las blancas flores y éstas ya no me sonríen,

El otoño se fue y se dan cuenta de que perecen.

 

Y en mi cabeza no puedo juntar

Las palabras como para enunciar

El intenso dolor que en mi nació,

Cuando el negro ángel se la llevó.

 

Juntos meses habíamos caminado,

Con todos esos vuelcos apasionados,

Pero su beso fue el mayor apartado

Que en mi triste historia más ha salientado.

 

Su recuerdo vuelve a mí, como péndulo oscila,

Como las olas que el viento en la playa origina,

Como su lánguida enfermedad me la arrancaba

E indivisibles nuestras almas se marchitaban.

 

Esto ella ya lo sabía y me dijo antes de marchar,

“No te preocupes mi amor, nos volveremos a encontrar.”

 

Desde ese  momento pensamiento no hubo,

No interrumpido por esta cruel mentira,

Ya que en este mefítico corazón

No hay respuesta para la gran despedida.

 

Los minutos se me hicieron horas, y éstas, días,

Y durante todo ese tiempo yo solo moría,

Porque estando afligido yo tanto en ella he pensado,

Que despierto llorando, pues con ella he soñado.

 

Tras esos lindos y blanquecinos sueños

No me levanto sino atormentado,

Puesto que mi corazón es pequeño

Y hace mucho que murió atravesado.

 

Y por eso vine a esta colina sin temor,

Donde enterrado su vidrioso cuerpo ahora yace

Y donde ahora en un cofre dejo mi corazón,

Tirando al horizonte una dorada llave.

 

Mientras saco la daga que se vino conmigo,

Mis lágrimas se precipitan con mucho desdén,

Perforo el órgano con el que tanto he sufrido

Con la esperanza de que ella esté ahí en el Edén.

 

Y en este momento en que todo se eclipsa

Y no siento el frío de esa tumba amatista,

Aquel enaltado dolor de ocaso y nevado

Estrecha la mano de un ángel menguado.

 

Mi visión palidece con mi respiración

Y ya no late más mi dolido corazón,

Aunque al hacerlo tendría la razón

Pero siento en mi interior como niega esa opción.

 

Ya no quiere más, le llegó la hora de frenar,

Lo único que yo quiero es en ella pensar,

Mientras que a mi débil corazón obligo a parar

Harto de tener que sufrir, harto de esperar.

 

Sintiéndome libre como nunca me sentí,

Me tumbo junto al árbol donde pereceré

Y el paisaje parece burlarse de mí,

Pues sabe que es lo último que presenciaré.

 

Nunca me sentí tan tranquilo, en paz con el mundo

Mientras un trueno al encapotado cielo estremece,

Espantando a los piantes pájaros de uno en uno,

Haciendo que un pobre joven mirando se les quede.

 

Siento que mi ser lentamente se desvanece,

Mientras que todo permanece a mi alrededor,

Inconsciente de que un chico observando perece,

Mientras su cabeza piensa ¨”te quiero mi amor”.

 

Una luz ahorca ahora mis atenuados ojos

Al salir de entre las nubes el astro solar,

Y hacia él vuelan las aves sobre el radiante mar

Y ellas saben que no más veré algo tan precioso.

 

Casi no siento las gotas que golpean mi piel,

Cayendo a la montaña y de ahí yendo hacia el mar

Al refrán sobre mayo siéndole siempre muy fiel,

Mientras que por el barquero yo me dejo llevar.

 

Y de entre las olas se alza una bella figura,

Cuya cara es la más de entre todas que son puras,

Con sonrisa radiante. ¡Ay de mí, que dulzura!

Que para este rico veneno no existe cura.

 

Su piel es tan blanca que quiero llorar,

Su piel es tan suave cual brisa que no mece,

Su pelo ondulado como olas del mar

Es rojo como el cielo donde el sol crece.

 

Entre mi cuerpo y mi alma hay una separación.

Me pregunto cuándo me llevará consigo el viento

A la otra orilla del mar, donde los muertos son

Rodeados de cristal y del mudo silencio.

 

Y cuando mi cenit el sol origina

A su inconcluso fin llegan mis créditos,

Por una breve estrella fugaz palmarios

Que a la apremiante y bruna noche ilumina.

 

El sol se eleva y se pone despacio,

Y así pasan inviernos y veranos,

Y ellos mucho tardan en encontrar

Mi deslucido cuerpo demacrado.

 

Un joven pastor bajo sombra de vida,

Contempla una montaña de blancas flores,

Cubriendo de leche una rocosa lápida

Y dejando el más puro de los colores.

 

Y mientras se inclina intrigado,

Vislumbra una flor que destaca de entre todas.

No sabe que alguien ahí escrito ha dejado

Sus últimas letras con sangre de rosa.

 

“Muy pocos saben cual es mi procedencia,

Nadie conoce el destino de este viaje.

Sólo quiero que al mundo quede presencia

De que por amor solo aquí un joven yace.”