El gran vacío de la noche
Se acentúa en esta prisión.
En aquel negro cielo se oye
El retumbar de la aflicción.
Las estrellas tiemblan y lloran
Apenadas sus formas lánguidas.
Las gotas de rocío forman
Al caer en hierba sus lágrimas.
La luna tras un negro velo
Llora en silencio lamentada
Y con su llanto cruza el cielo
Impotente y desesperada.
Cuando el fin de la noche llega
De una estrella fugaz depende
El fin y el comienzo se mezclan
Planeando entre ellos la muerte.
Las luces de vida se apagan,
La claridad se hace latente,
El velo de este mundo se alza
Por acción del omnipresente.
Pero entre las nubes y al alba,
Rodeada de dioses bella,
Contemplando con pena mi alma,
Brilla intensamente una estrella.
Encima de una colina
Está el palacio de la muerte,
En donde muere toda vida,
En donde todo puede perderse.
Cuando el sol no brilla tan fuerte
Y en medio de un nublado cielo
El ángel Gabriel y la muerte
Se baten en furioso duelo.
Observando está la esperanza.
Bajo ella pelean los cuervos.
Los pájaros luchan cual danza,
Mientras lágrimas caen sobre ellos.
La oscuridad que permanece
Esconde negras siluetas.
La dueña de alma que perece
Es la que destaca de entre ellas.
El demonio espera ocultado
Como una sierpe en un frutal,
Esperando al dulce bocado
Que venga por una casual.
En aquel oscuro bastión
Me encuentro debilitado.
Encerrado en un torreón
Sigo pensando en mi pasado.
El frío que en mi celda vive
Se te mete en el corazón.
Aquí dentro el aire no dice
Pero fuera silba a canción.
Mi Padre de mi no se acuerda,
Del brillo de mis blancas alas,
Pero seguro que recuerda
A este ángel caído en escarcha.
Ante el error imperdonable
De la extraña mortalidad,
La furia de Dios, imparable,
Te quema en su fatalidad.
De esta decisión me advirtieron
Pero el deseo me cegó
Mis puras alas se fundieron
Y pluma el viento se llevó.
Les dio a conocer mi traición
Mi Padre sentado entre estrellas.
Que no me brindasen perdón
Les ordenó a sus calaveras.
Al saber mi naturaleza
Podrían haberme ayudado
Pero una desconocida fuerza
Les hizo rechazar mi mano.
Esperándome ellas estaban,
Con sus crucifijos y picas.
Un oscuro destino aguarda
Al que oscuro camino siga.
Pero la muerte golpeó
En la mesa con su martillo,
Ya que mi Padre le ofreció
Un cristo de oro cual anillo.
De mi alma me despojaron
Con dolores insufribles.
Con sus máquinas y clavos
Perdí todo aquello sensible.
El piar de los pájaros se oye
Como muerto o afligido,
Y en mi hambruna medito sobre
La virgen vida que he vivido.
Pero no solo estos sonidos
Se perciben en el ambiente,
Pues por estos mismos pasillos
Se oyen los pasos de la muerte.
A lo lejos se oyen cadenas
Resonando como el pulsar.
Los pasos de muerte se acercan
Para llevarme de este lugar.
La puerta chirría de vieja
Y pasa un tiempo hasta que noto
Que esperan en el umbral de ésta
Dos guadañas con mangos de oro.
Vienen a buscarme a mi celda
Dos torres vestidas de negro.
Negros cuervos graznan con pena
Cubiertos con un negro velo.
Ellas han dictado sentencia
Con sus esqueléticas manos,
Mi suerte y mi dolencia
Hablándose de hermano a hermano.
Encapuchado me trasladan
Desde mi celda a un pasillo.
Con mis pies débiles me arrastran
Y me sacan de este castillo.
En un bruno carro me meten,
Y a mi alrededor buitres siento.
La hierba y las flores se mecen
Con suaves caricias del viento.
Corceles con opacas alas
Me llevan hasta mi destino.
Plumas de esperanza cual llama
Van dejando por el camino.
Al paso de mi carruaje
Tres mares de trigo me observan.
Se ríen de mi los salvajes
Mientras pasa ardiendo una higuera.
Un moreno chacal erguido
Saluda al maestro del carro.
Con sonrisa y muy complacido,
El dios de la muerte da el paso.
Con cabeza de calavera,
Los guardias expanden sus alas.
Con expectación mas que tensa
La muerte se viste de gala.
Ya no escucho el canto del mar,
El del amanecer tampoco.
En este maltrecho lugar
Mis hermanos me dejan solo.
¿Quién tiene el valor de vivir?
Puesto que el mal siempre perdura.
Sólo se puede resistir,
Con voluntad, con la más pura.
Un negro estrado de madera
Reluce con sangre de moras.
Con poca paciencia me espera,
Llorando sus lágrimas rojas.
Dos alas de negro carbón
Me suben, sus plumas ardientes.
Bajo su oscuro capuchón
La muerte me enseña los dientes.
Tras una punzante tortura
En esta cruz de contención,
Una estaca de plata oscura
Sale de detrás del telón.
Escondidos entre la gente
Observando y disfrazados,
Mis hermanos son como un puente
Que me llevará al otro lado.
El destello de plata cae
Y mi savia hacia el cielo salta.
Inerte mi mano se abre
Y deja escapar a mï alma.
He estado en el paraíso
Y por eso muero tranquilo,
Porque aunque haya caído,
Entre ángeles he vivido.
Mis versos se van acortando
Imitando a mi corazón.
Cada vez bate mas blando,
Llorando a pleno pulmón.
Alguien me está llamando
Con suspiros forzosos.
Alguien me llama,
Llama entre sollozos.
Una voz dulce
Desde el cielo me dice:
“…Aguanta,
Hijo mío...”
Pero siento
Que
No
Puedo.
No hay cabida en el camino para aquellos quejumbrosos.
Solo aquellos dignos de apreciar lo que tienen,
Podrán volver victoriosos.