Tu nombre a veces me recuerda a una mujer herida, solo entonces la más tenue caricia puede perderte para siempre.
En la ladera estás
de la montaña inmensa
imponente con tus manos de paloma,
efímeras, dulces y copiosas
duermes el duende
que en mis sueños
agita un fuego incesante
desbastador aun invisible,
de tus caderas caigo
descolgado al vacío
de tu ausencia.
Consigo sobrevivir
y asirme a tu tempestuosa tarde
una vez más
el volcán sigue abierto
y la lava hiriente
de tu no, aturde mis oídos
una y otra vez golpeas
incesante, el duende viene
y va,
solo, cabizbajo, tenue
a tus plantas herido por Morfeo
lo recojo.
Por un instante duermo
las fuerzas me abandonan
callas,
entre tus silencios periódicos
insisto en reponerme
las alas de penacho blanco
hirsutas al cielo enfiladas
atrofian mi garganta
con la de tu grandeza,
un punto en la soledad soy
un efímero ser dislocado
en tu galaxia de sal
la desdicha me arrincona
la impotencia me detiene
en su cárcel,
y tu eres el medio.
Ya imposible de vencerte
me abandono
y me devuelves otra vez
sin misericordia
a esta playa blanca,
mar.