Baila el brillo interminable
de los ojos opacos del sol
sobre los montes donde fui ciego
de todo lo que los hombres
me intentaron imponer
con sus manos
de homicidio involuntario.
Será en el norte y posiblemente
en invierno, cuando los cuatro gatos
que habitan en mis funestos sueños coman
pan verde y egos de novecientos besos
inacabados; será lo que dijiste cuando mi mano
tembló, ruinosa de caricias y nalgas,
de amables mujeres líricas.
Baila el discípulo de la muerte
como si fuese un vértice de oro devorado
por las uñas de los gatos irreverentes.