Como un hálito de gélidos alcatraces,
los vientos de la partida
caen de tu ingrávida despedida
sobre el oleaje de mi melancolía
como los pañuelos caen en el puerto
tras cotejar adiós con lejanía.
Al ritmo silencioso
de tu mano en el vaivén
llegan y se van mis condenas
a los bajeles del lamento,
pero el silbato agudo del perderte
quema en el pecho
como en mis ojos arde este llanto sin mar.
Cuando la luna llegue a lo más alto
que terrible será comprender
que contra las marejadas del amar
faltará la serenidad de tu acento /
que ya no cabrá milagro sin santo,
ni tendré la certeza tan frágil
de acunarte entre la angustia y el latido.