La encontré en una fiesta,
-le declare mi amor; -se porto huraña-,
me dijo: en una ocasión como esta no me digas nada…
¡Y alzo entre los dos una montaña!.
Con actitud severa,
se portó tajante;
de una forma muy elegante
me dijo: ¡que nunca lo hiciera...!
Con sensación extraña “perdón”-le dije-,
lleno de ira, y en dolor bullente.
Creo que debe hallar indulgente
quién conoce su falta y la corrige.
No volverá ha verme, prometo;- iré rendido,
con mi derrota, a enterrarla en el olvido-!.
Prometer no es cumplir,
pretendí verla la vez postrera;
¡tanto la amaba, tan bella era!...,
al verla con otro, sentí morir…
En cada beso que daba,
en mí, el corazón desfallecía;
y en cada frase que le decía,
y un pedazo del alma me arrancaba…
“Ella:” nunca pensó que su alegría
con ese amor acabaría,
que le quedarían solamente abrojos
y el pecho lleno de angustia;
dejando la rosa mustia,
con lluvia de llanto en los ojos.
Quiso después, con actitud extraña,
derribar la inmensa montaña;
que esa noche puso;
me pidió que olvidará,
y, que de favor perdonará
a su corazón iluso.
Le dije: estas perdonada,
no preocupéis a favor;
que de aquel desamor,
no ha quedado nada!...
La note un poco preocupada
por la forma de expresarme;
luego, quiso abrazarme,
y deje sus manos, estiradas.
Le note como sufría
solitaria en su quebranto;
¡pero yo también sufrí tanto!
Y juré, ¡que la olvidaría!.